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sábado, 26 de diciembre de 2015

Chatear la nueva comunicación

Muchas veces prometí dejar el opinador a un lado, practicar el aforismo eres esclavo de lo que dices y dueño de lo que callas. Opinar sobre aspectos cotidianos es tan peligroso como hablar en contra de Uribe o en favor de Santos, para no alargar el cuento, hay alto riesgo de salir mal librado. Pero me lanzo al agua y opino sobre el hábito en el que estamos metidos hasta los tuétanos, los chat de WhatsApp.
La comunicación ha cambiado desde los tiempos del chat de Starmedia o de ICQ que me robaron tiempo para actividades más provechosas. Los albores del chat fueron en computador de escritorio y precarias conexiones a internet que hacían lenta la comunicación. Los celulares apenas aparecían y el empleo de la multimedia en los chat era una perspectiva razonable pero no disponible. No han pasado veinte años y ya podemos decir que el concepto de comunicación cambió. Se chatea tanto como se habla, a veces se prefiere el chat, es gratis, hablas cuando quieras y respondes cuando puedes, le anexas una foto, un emoticón, un vídeo, un texto, una canción y todo eso en la mano. No hay límites. Las cosas buenas de este adelanto tecnológico son evidentes, están ahí, de que otra manera se explica el éxito. Pero también tiene sus problemitas que con la ayuda de ustedes podemos explorar.
Algunas situaciones derivadas de usar el chat como medio de comunicación es dar por leído y aceptado lo que se escribió sin tener una confirmación expresa. Chatear al tiempo con varias personas puede traer consecuencias insospechadas. Se escribe una entrada dirigida a otra persona y se puede armar la de Troya. Darle al chat más importancia de la que tiene es otro problema frecuente. Por muy útil que sea este medio de comunicación, no es el apropiado para ciertos anuncios, como un matrimonio o citar para reuniones de carácter decisorio.
La alarma de mensaje entrante puede ser apremiante y molesta cuando es muy frecuente. Esto se observa en grupos recién formados con miembros muy activos en la red pero poco en sus trabajos. El consejo para no salir del grupo es, vaya a los ajustes, pulse notificaciones y quítele el sonido al chat de los grupos. Usted leerá las ocurrencias de sus amigos cuando le plazca y no por la presión de la alarma entrante.
Un consejo para la durabilidad y permanencia de un grupo en WhatsApp es evitar comentarios religiosos o políticos. Estos pueden resultar intolerables aun viniendo de buenos amigos. Como todo en la vida nos reunimos y compartimos por las afinidades. Sin embargo, ocurre que entramos entusiastas a un grupo en donde después notamos diferencias que nos obligan a salir. Así me ocurrió hace algunos días y se los cuento para terminar. Salí de un grupo de amigos debido a que la mayoría de las entradas eran de pornografía bastante subida. El genital masculino más insignificante medía lo menos veinte centímetros, de manera que para evitar la depresión inducida por la comparación me retiré del grupo. 

domingo, 20 de diciembre de 2015

Los juegos de mesa también......

Amigo lector si para usted el "quemao" es un político que pierde las elecciones o el "escondite americano" es una práctica de la DEA para camuflar soplones del narcotráfico usted es muy seguramente menor de 25 años, compró la mejor consola de videojuegos en el último ciber lunes y es altamente probable que su lugar de nacimiento se localice en el interior del país. Aun así, lo invito a que continúe leyendo esta nota que hace una reflexión sobre el impacto que tienen los videojuegos en los juegos tradicionales.
En notas anteriores comentaba la preocupación expresada por los padres en relación con el cambio en los hábitos de los hijos que ya no quieren salir a la calle a jugar, los ven pálidos por la falta de sol. Se anotaba que los juegos al aire libre con vecinos, primos y amigos se acabaron. Quedando para el recuerdo de los contemporáneos aquellos juegos infantiles a pleno sol y en la calle.  El "escondite americano", "la lleva", "marica el último", "cuatro, ocho y doce", "la peregrina" y otras actividades y travesuras propias de jugar en grupos ya poco se ven por estos días. La causa de este cambio en los juegos de infancia y adolescencia se debe al advenimiento de los múltiples, variados y muy bien diseñados videojuegos.
Lastimosamente no sólo los juegos al aire libre cayeron en el cuarto del olvido. Los videojuegos y las nuevas tecnologías también  mandaron al cuarto de san Alejo a los juegos de mesa. 
Aunque todavía se venden, quizás para lo único que realmente sirven hoy es para desbarar un regalo de cumpleaños "baratieri". 
Hagamos un sondeo para que vean que no exagero. Hace cuanto no juegan con sus hijos parqués, damas chinas, veintiuna o escalera? Y no es por falta del juego, revise en el clóset, encontrarás muchas cajas de juegos de mesa, algunos sin usar. Por otra parte, estoy seguro de que en ninguna casa se ha reunido recientemente los miembros de la familia a gritar  "stop" y  soltar los plumeros. En que casa últimamente se ha escuchado un "me bajo" eufórico y desafiante luego de hacer tres escaleras en un juego de continental. Es más creo que en las casas actúales difícilmente se consiguen los mazos necesarios para jugar este divertido juego de mesa. Hasta el popularísimo "Solitario" ya solo se juega en el computador. Puedo apostar a que los hoy menores de 25 años al mencionar la palabra sota de espadas se imaginaran un personaje de alguna película de guerreros futuristas y no la carta de la baraja española.
Finalmente no es momento para quejarse, los tiempos cambian, aceptemos la realidad los juegos de mesa convocadores de la familia se acabaron. Solo espero que mis hijos puedan jugar con sus hijos en las consolas del futuro. 

lunes, 7 de diciembre de 2015

La fiesta de las velitas

No puedo evitarlo, el sentimiento supera la razón, cuando escucho la melodía de las cuatro fiestas me dan ganas de soltar lo que tengo y ponerme a bailar y a cantar. La canción del maestro Adolfo Echeverría a ritmo de maestranza, abre la temporada navideña y no hay barranquillero que no se estremezca al oír los tambores y el estribillo “que linda la fiesta es, en un ocho de diciembre".
En la fiesta de velitas se amalgama de manera equitativa las costumbres familiares, religiosas y parranderas para hacer que esta celebración sea recordada por siempre. En la noche de las velitas participan todos los miembros de la familia. Desde los más chicos, encargados ahora de cubrir la velita con el tradicional farol de colores, hasta los abuelos que se levantan temprano para mantener la tradición y cuidar que los nietos no se vayan a quemar jugando con la parafina caliente. Pasando por los jóvenes y no tan jóvenes que con la excusa válida de esperar las cuatro de la mañana para prender las velitas, arman una fiesta de tal magnitud que siempre dura mucho más de lo que la tradición dicta. Esta última anotación muestra un aspecto único de nuestra fiesta, su celebración debe ser a las cuatro de la mañana, no a las siete de la noche como en otros lugares de nuestra patria.
Hoy, la tradicional fiesta de velitas ha perdido un componente de los mencionados en la letra de la canción. Mis contemporáneos recuerdan con nostalgia la quema del triquitraque. Las hojas de las también llamadas martinicas de la famosa marca "el vaquero" eran quemadas durante toda la noche esperando la madrugada. Los pelaos corríamos por las calles haciendo figuras con las luces de bengala, prendiendo triquitraques, estallando cebollitas, totes, matasuegras. Gozábamos viendo los volcanes multicolores y los voladores que completaban el arsenal pirotécnico con el que grandes y chicos de aquellos años disfrutábamos de la velada. Claro que también fueron muchos los lesionados. Mi pie derecho recuerda, sin mucha nostalgia, la quemadura producto de un triquitraque volador que de manera inexplicable entro en mi zapato. Un mal menor para todas las lesiones producidas por el uso inadecuado de la pólvora, de manera que bienvenida la veda para su uso. 
La fiesta de velitas abre la temporada navideña, vamos a prender velitas a las cuatro de la mañana para mantener la tradición, a bailar las cuatro fiestas hasta amanecer y a disfrutar de la presencia de todos los miembros de la familia en una sola fiesta.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Los encuentros de egresados

Los encuentros de egresados
Durante la temporada de fin de año se suscitan eventos propicios para abrir el baúl de los recuerdos. Uno de esos eventos son las reuniones de los egresados del colegio y la universidad. Sin temor a equivocarme estos encuentros podríamos situarlos como el paradigma de los momentos de evocación y nostalgia. Lo que ocurre durante estas reuniones equivale a montarse en la verdadera máquina del tiempo.
Desde el mismo momento de la llegada no se para de reír y algunas veces llorar. Apoyados en la memoria privilegiada de algunos compañeros y en el recién desempolvado material gráfico conseguido siempre a última hora, se comienzan a recordar los célebres apodos algunos de los cuales trascienden en el tiempo. Se recuerdan momentos culminantes como los encuentros deportivos, alguna épica pelea campal, las múltiples parrandas, los primeros encuentros con el alcohol, los amores culminados o malogrados. Los profesores serán recordados por sus apodos o por el nivel de exigencia por no decir otra palabra.
En estas reuniones se vale todo, las personas con quienes nos reencontramos muchas veces conocen nuestras vidas mejor que algunos familiares. Por escabroso que sea el tema, solo las amistades forjadas en la infancia y cultivadas en la adolescencia tienen el derecho intrínseco de comentarlos y burlarse sin piedad del afectado.
Pero estos encuentros también nos deparan momentos difíciles al recordar los compañeros fallecidos o a los que la vida los llevó por otros caminos y nos enteramos de sus desdichas haciéndolas nuestras.
Otro momento difícil ocurre cuando aparece en la reunión uno de esos compañeros o compañeras que no le pasan los años, que se conservan o que se cuidan. El personaje luce sonriente y recibe con satisfacción el conocido halago: "estas igualito" o "no has cambiado nada". Del otro lado estamos los que hemos sufrido el impacto del tiempo. En algunos casos los cambios son tan notorios que se tejen comentarios como "ese quien es" "ese man no se graduó con nosotros" los cambios pueden ser muy extremos. Claro que prefiero el natural aspecto obtenido con el paso de los años y no el producido por múltiples inyecciones de botox y biopolímeros que resultan en una pavorosa cara de marioneta.
Las anécdotas son múltiples, el tiempo se hace corto para ponerse al día en todo lo que ha pasado.
Finalmente a la hora de partir prometemos reencontrarnos para volver a ser colegiales, para volver a recorrer los campos universitarios, para contar las mismas anécdotas, para reír con los mismos cuentos, para montarnos en la máquina del tiempo y ser jóvenes otra vez. 

domingo, 29 de noviembre de 2015

Divagaciones

“Solo sabemos que somos buenos maestros cuando logramos convertir a un mal prospecto en un profesional exitoso.” Divagando sobre mi quehacer como profesor llegué a esta conclusión que someto a su consideración y para la cual no tengo argumentos ni a favor ni en contra. Divagaciones, es la mejor denominación que puedo utilizar para darle nombre a los pensamientos que surgen cuando me pregunto sobre las situaciones que se presentan durante mi desempeño como médico y profesor. Me pregunto todo el tiempo como llegar a ser un buen maestro o un buen "Profe" apócope de profesor que no le gusta mucho a nuestro verdadero maestro, Arcelio Ulises Blanco Núñez. 
Y volviendo a las divagaciones, debo decir que esa es su mejor denominación porque no tienen la intensión de resolver nada y no están dirigidas a nadie en particular. Solo son ideas que toman por asalto a mi pensamiento durante el discurrir como alumno, docente y ahora padre de nuevos alumnos.
Hoy y tal vez siempre, las universidades se pelean por demostrar que en sus claustros se forjan los mejores profesionales. Para nuestro país ese objetivo se cumple cuando los estudiantes obtienen los mejores puntajes en los exámenes de estado. Entonces se produce una cascada de eventos. Los mejores resultados resultan en mayor prestigio, ese prestigio se traduce en procesos de selección exigentes y costosos para los nuevos estudiantes. La consigna es atraer los mejores estudiantes del colegio para tener luego los mejores egresados.
Divago un poco, ser el tutor de un estudiante bien alimentado, con todas las herramientas tecnológicas disponibles y con un buen bagaje de conocimiento previo, parece fácil. Bastará con dar un par de comandos, alguna orientación y salen solos. Usualmente son hijos de familias en donde ya los han encarrilado previamente, saben lo que quieren, tienen los recursos económicos y tecnológicos necesarios y muy importante ya tienen los contactos. Pienso que es más fácil.
Lo complejo es obtener buenos profesionales sin disponer de las facilidades mencionadas previamente. Ser ese maestro que logra convencer y luego convertir a un mal prospecto en un profesional de renombre. A las universidades las deberían medir por la capacidad de convertir malos estudiantes en egresados prestigiosos. Convertir en doctor a un hijo de doctor con recursos de doctor no debe ser motivo de ningún reconocimiento. Lo difícil es convertir en profesional exitoso y reconocido a un hijo de don nadie, ese que no dispone de recursos ni de expectativas, cuyo único futuro es seguir siendo otro don nadie, ese es el reto.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Un ecógrafo en Arauca




Tengo fresco en mi memoria el recuerdo del primer ecógrafo llegado a la ciudad de Arauca. Por aquellos días completaba los seis meses de servicio social obligatorio pactados para las zonas afectadas por el conflicto interno. Un emprendedor colega había tomado la decisión de comprar un moderno equipo de ultrasonido y un electrocardiógrafo capaz de leer el trazado. Ambas tecnologías eran nuevas para la región y aún para muchas zonas del país. Enamorado de la llanura y de Maruja, no tenía la menor intención de regresar a la vorágine de la capital y menos a Barranquilla. De manera que acepté la propuesta de hacer la consulta privada del único centro médico del llano Colombo-Venezolano con ecógrafo bidimensional y electrocardiógrafo inteligente.
Las expectativas eran buenas, por fin se disponía de una tecnología no invasiva que permitía estudiar los órganos internos. Sin embargo, los clientes no aparecían. Tuve tiempo de leer el clásico libro de electrocardiografía de Goldman y hacer una hoja de resumen con los principales criterios de diagnóstico electrocardiográfico. Esta hoja me serviría después para corregir los frecuentes errores del electrocardiógrafo inteligente y también me acompañaría durante los primeros años de residencia.
Cuando ya estaba a punto de abdicar al trono del centro médico y de la tecnología una jovencita de escasos trece años llegó de la mano de su padre.
La timidez de la niña y la severidad de su padre hacían imposible un interrogatorio fluido. Sin embargo, el motivo de consulta era claro, el padre quería usar la nueva tecnología para descubrir la causa del preocupante y prominente abdomen de su hija. Falsos médicos, abundantes en la zona y con mucho arraigo, intuían que la causa del abultado abdomen era tumoral y pronosticaban un desenlace fatal.
El padre y la hija embargados de un profundo temor ingresaron al salón del ecógrafo. El acondicionamiento propio de estos recintos con temperaturas muy bajas y prácticamente a oscuras aumentaba la incertidumbre del padre y la hija. Acostada en la camilla con la ingenuidad propia de la edad, la condición cultural y la pobreza, la niña no se le oía ni respirar. El padre aceptó con resignación sentarse en una silla frente a la camilla desde donde veía con claridad la pantalla del ecógrafo. Todavía hoy me pregunto si la escala de grises podía ser entendida por un hombre apenas criado en la rudeza del campo y con los sentimientos encontrados que le embargaban.
Para nosotros el diagnóstico estaba cantado pero preferimos que las imágenes lo confirmaran. Después de muchos años de ejercicio profesional todavía no soy capaz de intuir la respuesta de un paciente y su familia ante un diagnóstico definitivo. En este caso el aspecto severo del padre presagiaba una reacción negativa al saber que el abdomen prominente era producido por un embarazo normal. Sin saber qué actitud tomar el ecografista prefirió prolongar la llegada de la verdad diciendo que no había tumor, que la joven estaba sana. Padre e hija sonrieron tímidamente esperando la respuesta definitiva. La noticia del embarazo causó una respuesta inesperada. El ceño fruncido y severo que acompañó al curtido hombre del campo desde la llegada, cambió por una sonrisa humilde y atribulada. Su hija no sólo no moriría sino que lo convertía en abuelo.

domingo, 18 de octubre de 2015

La trivializacion del nombre

Una reciente experiencia vivida durante el desarrollo de mí consulta me recordó una característica muy propia de los habitantes del litoral Caribe, la irreverencia. Resulta que al momento de hacer la entrevista me encontré con el muy llamativo y literario nombre de Yocasta. De inmediato me pregunté cómo quedaría un nombre con semejante abolengo bajo los efectos de la implacable costumbre de reducir o cambiar los nombres propia de nuestra idiosincrasia. Para los habitantes del litoral caribe los nombres que tengan más de dos sílabas son reducidos por decreto, de manera que Yocasta se llama Yoca, Yoqui o alguna otra apócope similar capaz de revolcar al pobre Sófocles en su tumba. Las contracciones de los nombres llegan a ser tan familiares y tan usadas que literalmente hacen desaparecer el nombre de pila. Tal es el caso de una compañera de la universidad que cuando fue llamada a lista por su primer nombre, no contestó. Ni recordaba que se llamaba Estebana.
El gran hombre del Caribe, nuestro único premio Nobel se llama Gabriel solo en las portadas de los libros, para todo lo demás y para la posteridad su nombre quedó reducido al popular Gabo, a secas, sin el Gabito propio de otras tierras. Debe anotarse que el diminutivo es menos caribe, más del interior del país, y tiene connotaciones de familiaridad que no son objeto de esta nota. Lo cierto es que un diminutivo en boca de un costeño suena muy falso.
Sin embargo, este afán irreverente de contraer los nombres tiene su valor indiscutido cuando se trata de salvar a una persona bautizada con un nombre alternativo, costumbre que se da silvestre en nuestra tierra. Fruto de las combinaciones más insospechadas se obtienen nombres irrepetibles que llegan a la categoría de impronunciables. A estos “neonombres” lo único que los puede salvar es una contracción fácil que permita olvidar ese momento de locura de unos padres que no sabían cómo llamar a su hijo. Otra forma de salvarse de un nombre complicado o alternativo es con un buen apodo. Los sobrenombres son quizás el mejor producto del ingenio popular y máxima expresión de la irreverencia. Famosos apodos del futbol son recordados en Barranquilla: “Pelo’eburra”, “El Boricua” Zárate, “El Caimán” Sánchez.

Los buenos apodos no se recortan, se dicen completos casi que deletreando las sílabas de manera que el personaje quede bien identificado, marcado de por vida y con su nombre probablemente olvidado.

Las tentaciones tecnológicas

Desde hace mucho tiempo no tenía tantos sentimientos encontrados, tantas preguntas sin respuesta, tantas incertidumbres. Siempre he sido un defensor a ultranza del trabajo duro, defiendo el precepto de que estudiar y esforzarse es la mejor manera de llegar al éxito. Así mismo también profeso la religión del deporte. Todo aquel que practique un deporte está liberado de muchos problemas. Se desarrolla una disciplina que posteriormente es aplicable a cualquier otro campo de la vida, sin mencionar los muy conocidos beneficios que en materia de salud tiene practicar cualquier disciplina deportiva. 
Entonces cuáles son las preocupaciones que llevaron al preámbulo de esta nota?
El cuento viene a que el ser humano de hoy y en particular los jóvenes, tienen a su disposición toda clase de tecnologías que pueden llevar a distraer los aspectos fundamentales de una buena formación física y mental.
No estoy en contra del desarrollo, ni más faltaba, está muy claro que los adelantos tecnológicos disponibles facilitan de manera notable el acceso a la información y el proceso educativo. Todavía recuerdo el periplo que debía realizar para obtener el último artículo disponible de la revista médica más importante, podía gastar toda una tarde para leer el artículo de la revista publicada tres meses antes. Hoy, a la distancia de un clic puedo leer el artículo publicado el mismo día, las posibilidades son ilimitadas. Sin embargo, esa facilidad es también el problema. Con el mismo clic que se abre un artículo para estudiar, se abre Netflix, Directv, Cuevana, YouTube, Facebook, Instagram, Snapchat, juegos de todos los tipos y todo eso sin mencionar las páginas triple XXX que según las estadísticas son muy frecuentadas. 
Con todas esas posibilidades a qué hora un joven de hoy puede sentarse a estudiar sin ser distraído. A qué hora se saca tiempo para practicar algún deporte si puede llegar a ser más divertido ver una buena película por Netflix o Cuevana o jugar uno de los muy bien logrados videojuegos. Las tentaciones disponibles gracias a los adelantos tecnológicos son demasiadas.  Mi nonagenaria tía Magola se sorprendía alguna vez por todas las posibilidades que deparan las tecnologías actuales, decía que parecían hechas por el demonio. A veces me pregunto si tendrá razón la tía.  

viernes, 16 de octubre de 2015

El nuevo perchero

El concepto que traigo a cuento no creo haberlo leído ni en Portafolio ni en La Republica, prestigiosos diarios económicos del país. Tampoco es producto de experiencias presentadas por algún grupo de economistas reunidos en Davos o en Cartagena. 
La afirmación, derivada de analizar el comportamiento económico de familias del común, aporta los argumentos necesarios para demostrar que buena parte de la economía mundial se apoya en las compras innecesarias que hacen las familias. Fíjense que no hablo de géneros, tampoco de edades ni de los molestos estratos sociales. El tema no se aplica a los conocidos clichés de que las mujeres son las que más compran, no señor, a la hora de comprar pendejadas, artículos inútiles o planes para tal o cual cosa todos en la familia están implicados, es decir son culpables por acción o por omisión. 
Pongamos unos ejemplos usuales para demostrar lo planteado. Seguramente muchos de ustedes han caído en la tentación de comprar una semana compartida en tal o cual cadena hotelera. Los caídos en la trampa habrán utilizado un par de veces los servicios mientras que anualmente se paga la cuota y lo más grave, no hay a quien vendérsela. 
Muchas familias guardan en sus anaqueles artículos comprados en un arrebato de la peligrosa frase: "Usted lo puede hacer" repetida en todos los programas de televentas. Aparatos para pintar las casas, taladros, picadores eléctricos, traperos mágicos, cuchillos que cortan el acero, ollas especiales para hacer tal o cual plato compradas en un arranque de optimismo e ilusión culinaria y que nunca se vuelven a usar. 
Finalmente, la prueba reina de las compras inútiles, los nuevos percheros, los hay de todos los precios y especificaciones, eléctricos y digitales, con chips integrados para hacer toda clase de mediciones. En mi cuarto tengo uno, no sólo sirve como perchero, también sirve para secar toallas y en ocasiones para lo que originalmente fueron comprados, hacer ejercicios.   El final de esos aparatos va de acuerdo con el tamaño de la máquina y el inmueble en donde usted habite. Terminan debajo de una cama, olvidados en un clóset o convertidos en un costoso perchero.  
Lo triste del caso es que pese a notas como esta o a los consejos de asesores financieros o simplemente a la recomendación de un amigo que vivió la experiencia, las familias continúan comprando artículos inútiles que perjudican el presupuesto familiar pero paradójicamente fortalecen la economía mundial.  

lunes, 12 de octubre de 2015

El Dr. Jekyll y Mr. Hyde

Hace unos días, al contar que el partido contra el Perú fue difícil, recordé que el seleccionado peruano siempre ha sido complicado para Colombia. Uno de esos partidos que debían quedar para el olvido fue el disputado durante las eliminatorias de Francia 98, un 30 de abril de 1997. Por dos razones no olvido aquella calurosa noche, cuando los peruanos se alzaron con la victoria en el Metropolitano y mis colegas reumatólogos conocieron una faceta de mi pasión por el futbol. La primera razón es que para esos días retornaba a Barranquilla luego de terminar el entrenamiento en la Universidad Nacional de Colombia. Me encontraba en la difícil circunstancia de buscar empleo y viviendo las consecuencias de no tenerlo. Con lo cual no es difícil concluir que las posibilidades de entrar al estadio por vía del presupuesto eran nulas. La segunda razón fue la que me permitió ir al estadio y recordar ese encuentro. 
Resulta que un destacado grupo de reumatólogos del país, encabezado por el entonces presidente de la Asociación Dr. Luis Alberto Ramirez y mis profesores fueron invitados a Barranquilla a ver el partido. Mis profesores, conocedores del gusto que siento por el fútbol, hablaron con los organizadores para invitarme. El solo anuncio produjo en mi corazon los sentimientos más contradictorios. Sin dudas mi mayor anhelo era estar en el estadio, pero asistir con la crema y nata de la Asociación de Reumatologia significaba pasar del anonimato al desprestigio en cuestión de segundos. La razón de esta afirmación se debe a que fuera del estadio soy un tipo relativamente tranquilo pero en la tribuna, puede ocurrir la transformación descrita por Stevenson en el cuento del Dr. Jekyll y Mr Hayde. El cambio es absoluto, grito, miento madres, digo barbaridades soy otro. No me podía dar el lujo de mostrar esa horrible faceta delante de mis nuevos colegas y menos de los profesores. Pero una llamada del hotel Royal, lugar en dónde estaba hospedado el grupo de reumatólogos definió la situación. Me tenían boleta y camiseta, imposible rehusarse.
Llegué a ese estadio haciendo gala de mi mayor silencio. Mientras Perú jugaba bien y Colombia lo hacía con altibajos yo evitaba ver para no despertar al monstruo. Promediando el segundo tiempo el árbitro pitó una falta inexistente, Mr. Hyde no se hizo esperar, un madrazo de proporciones apocalípticas retumbó en la platea de occidental numerada, con tal intensidad que todos quedaron mudos, impávidos, mis colegas descubrían una faceta del hincha insospechada. Para terminar de completar, un mal rechazo de Mondragón es aprovechado por Pereda que remata a puerta con libertad y gol de Perú. Los gritos e improperios no sirvieron, Colombia no levantó cabeza, el partido terminó con una derrota justa que todos olvidaron menos mis colegas y yo al conocer al nuevo Dr. Jekyll.

Llegaron las eliminatorias

Para el fútbol no hay descanso, todavía no queda claro si el gol de Yepes contra Brasil fue lícito o fue anulado para salvar el pellejo de una selección anfitriona sin las cualidades esperadas para sostener un mundial controvertido por donde se mire. Todavía tenemos en la retina el pálido desempeño de nuestra selección en la copa América de este año. Falcao, James y compañía con chispazos de buen fútbol, pero sin la efervescencia del mundial, fueron inferiores para propios y extraños. De otra parte, apenas nos estamos familiarizando con el despegue de los torneos internacionales. Con la participación del mayor número de jugadores colombianos en equipos de alto rendimiento en la historia de nuestro fútbol, esta temporada nos hace estar pendientes de las programaciones televisivas lo que hace difícil salir de casa un fin de semana.
Hago todo este recuento de hechos recientes porque aunque parezca mentira ya empezó la eliminatoria para el mundial ruso del 2018. El fútbol y la FIFA no paran, el negocio es tan bueno que no hay manera de frenarlo. Voy más allá, la percepción es que nadie quiere parar. Ni los jugadores que en otras épocas se quejaban por la falta de descanso debido a los innumerables compromisos deportivos, hoy se escuchan protestar. La verdad es que para los fanáticos del fútbol no hay nada más aburrido que los fines de semana de diciembre y enero en donde lo único que hay relacionado con deportes son refritos de lo ocurrido durante el año, maratones y corridas de toros. La falta de temporada de fútbol, baloncesto, béisbol hacen que una tarde de sábado o domingo sin transmisión deportiva sea más larga que una semana sin carne.
Lo cierto es que la eliminatoria comenzó y ya jugamos el primer partido. Perú parecía un rival fácil, pero el transcurso del partido mostró otra cosa, ganamos con dificultad. Se notó la falta de James y se confirmó que Falcao no está listo. Ahora viene Uruguay, equipo de respeto aunque no jueguen Cavany ni el mordelón de lucho Suarez. La primera fecha dejó para algunos sorpresas que con seguridad se seguirán presentando. Hoy todos los equipos quieren ganar y llegar al fútbol de élite para ganar en dólares o euros.
De manera que pese a las artimañas y dudosos manejos de los directivos de la FIFA hay que aprovechar que tenemos eliminatorias para ver y disfrutar ojala con buen fútbol. 


domingo, 20 de septiembre de 2015

El matoneo




Traer a cuento las aventuras de los tiempos juveniles, llenas de nostalgia y de lugares comunes, produce un retorno a esos momentos vividos que arranca sentimientos de alegría y una que otra lágrima.
Aunque por decreto estoy decidido a solo tener recuerdos que me despierten una sonrisa, no puedo pasar por alto las múltiples veces en que todos, de alguna forma, fuimos blanco de lo que hoy llamamos matoneo. Por más que lo intento, no logro identificar el debut de la palabreja dentro de la jerga de maestros, padres, víctimas y victimarios. Cuando fui testigo del actualmente llamado matoneo, esa denominación no existía o por lo menos a mis oídos infantiles no llegaba ese concepto. La denominación de la época podría ser acoso escolar o la forma más parroquial, montada.
Como es de suponer las formas de matonear, acosar o simplemente montársela a un compañero han evolucionando con las tendencias de la vida. Recuerdo que fui acosado con múltiples apodos los cuales hoy recuerdo con cariño. Uno de ellos fue Pinina, impuesto gracias a las bellas trenzas lucidas por mi hermana en una inauguración de las mini olimpiadas. Rataplán, palabra tomada de una poesía infantil que me tocó declamar delante de mis implacables compañeros y de la que hoy solo recuerdo el apodo. Saturnino, por un pato preguntón que salía en un programa de televisión que nadie recuerda y que por esta razón estoy a punto de creer que me lo soñé. Caporo, apodo puesto por un amigo, gracias a la aguda observación de una amiga y que no fue de mayor acogida pero que sirvió para aprender la denominación del macho de la iguana.
Y para terminar de exorcizar mis recuerdos del ahora llamado matoneo, traigo a cuento la otra forma de discriminación vivida en mis tiempos juveniles. Debo reconocer que con toda razón, fui víctima del matoneo deportivo. Desde pequeño me gustaron los deportes conocía todas las reglas y requisitos pero las habilidades deportivas eran literalmente pocas. Mejor dicho no daba pie con bola. De manera que fui discriminado y pese a los conocimientos estratégicos, nunca fui llamado a jugar en ningún equipo. Para superar ese problema los discriminados formamos nuestro propio equipo en donde jugaríamos sin los riegos de ser mandados eternamente a la banca. Se podrán imaginar la alineación, éramos los galácticos de los malos. No ganamos un solo partido pero los jugamos todos, que era lo importante.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Recuerdos de cadillo


Hace unos días les expresaba la preocupación que me produce olvidar los gratos recuerdos de la infancia como consecuencia del Alzheimer. Sin embargo caí en la cuenta de que estas patologías tienen preferencia por olvidar las vivencias recientes, lo nuevo.
Lo viejo no se olvida y la verdad tampoco hay quien desmienta lo afirmado y en el caso de que exista quien pueda decir lo contrario, tampoco se acuerda. En fin decidí seguir trayendo a cuento las vainas de pelaos ahora que todavía hay quien se acuerde.
Me acordé de los innumerables parques de diversiones que había en Barranquilla. Recuerdo que los había de varios tipos unos totalmente ecológicos, en el colegio teníamos uno grandísimo, otros a medio hacer, en mi cuadra siempre hubo alguno y otros terminados, de los cuales siempre dispusimos.

Para aquellos amigos lectores de poca imaginación y para los jóvenes que el parque de diversiones más sencillo que recuerdan es el “Magic Kindom” les quiero contar cuales eran esos sitios de diversión de la época. El parque ecológico del San Jode era la zona enmontada que había en el extremo occidental del colegio. Una zona de llena de cadillo y uno que otro árbol de matarraton que servía de escampadero y en donde corríamos como locos evitando caer en las manos del grupo enemigo y guardando los tesoros motivo de la batalla. Vale la pena anotar que el tesoro estaba conformado por piedras NO preciosas sino por pedazos de calizas. Las batallas grupales podían ser reemplazadas por verdaderos safaris en búsqueda de animales exóticos cómo lobitos, tierrelitas y una que otra iguana que se pudiera cazar. Para los que no estudiaron en el San José la cosa era fácil también. Bastaba con llegar a los confines de Barranquilla, la actual calle 96 no existía, la zona era solo monte de cadillos, árboles y uno que otro jagüey lo que se convertía en el parque de diversiones más grande de la ciudad.
Los otros sitios de diversión ya los pueden imaginar, los que estaban en las cuadras eran las construcciones o lotes baldíos que servían para jugar al escondite, a la guerra por equipos, para cazar lobitos, para jugar bolita de uñita, al trompo y otros más.
Finalmente los parques terminados eran las calles de la ciudad que con muchos menos carros que hoy permitían el juego nocturno de la bola’etrapo, la chequita y hasta béisbol.
Para los que vivieron esas épocas un abrazo nostálgico y para los que no tuvieron que quitarse los cadillos de las medias, la ropa y hasta el cabello, tranquilos seguramente deben tener una buena consola de juegos electrónicos que algunos recuerdos les dejaran.

Más de las generaciones

Hace unos días traía a cuento como los giros idiomáticos pueden servir para identificar a las generaciones. Recordarán mis amigos contemporáneos que en nuestra adolescencia el uso de palabras terminadas en las letras "eta" buseta, bicicleta, pantaloneta, estaba proscrito. El infractor de aquella norma generacional era enviado por los interlocutores a buscar un semental de burro dotado con el aparato reproductor prominente. De manera que para evitar la burla, los jóvenes amputaban las palabras terminadas en la sílaba mencionada generando un particular acento cuasi francés: vamos a tomar la "busé", préstame la "pantaloné"
Los giros idiomáticos no son exclusivos de la juventud, ni más faltaba los mayores también tenemos derecho a innovar. Una de esas innovaciones patrocinadas por las generaciones mayores fue la que ocurrió con el verbo poner. Con el poder que da la sentencia "vox populi vox Dei" se decretó la reserva del verbo poner para uso exclusivo del gremio aviar. Si usted quería poner algo había que colocarlo, situarlo o instalarlo pero jamás ponerlo pues esta acción estaba reservada solo para los huevos de las gallinas.
Otro verbo que con la influencia del interior del país comienza a tener giros idiomáticos es el verbo colaborar. Según la Real Academia de la lengua Española el significado de colaborar es trabajar con otra u otras personas en la realización de una obra.
Ocurre que los dependientes de diferentes lugares en donde se atiende público utilizan el "yo le colaboro" para todo. Usted asiste a una cafetería a comprar una empanada y un café o pide que le limpien una mesa en un restaurante o llega a comprar una boleta para un espectáculo y entonces el empleado responde con acento cantado como del interior del país, "ya le colaboro". En qué me va a colaborar, en ayudarme a comer la empanada o tomar el café, no porqué ese trabajito me toca a mí. Me colabora en limpiar la mesa, tampoco porqué ese oficio le toca a él. Tampoco creo que este interesado en "colaborar" con el costo de la boleta. Pareciera que usar el verbo colaborar mantiene un nivel de superioridad de aquel que lo usa. En ningún caso la tal colaboración es válida, el idioma tiene otros verbos que pueden ser usados como atender, servir, ayudar y que no significan una pérdida de rol ni de status social para el que los ejerce.
Aciertan los lectores con otras palabras usadas por las nuevas generaciones como "Total" "Bro" "Marica" que con la nota sobre el uso del verbo "colaborar" nos "pone" a pensar en lo maravilloso y dinámico que es nuestro idioma. 


domingo, 30 de agosto de 2015

Nuevas generaciones


Las características que identifican y permiten diferenciar las generaciones han sido motivo de múltiples estudios y observaciones. El comediante Andres Lopez se hizo famoso gracias a la Pelota de Letras, stand up comedy en donde describe características de generaciones colombianas hasta los años ochenta. 
Traigo a cuento el trabajo de Lopez para motivar la búsqueda junto con los lectores de algunas particularidades que puedan identificar a las generaciones actuales. Tengo la ventaja de tener hijos transitando la época adolescente lo que facilita la observación del comportamiento social y permite detectar de primera mano los giros idiomáticos que no fueron usados por las generaciones previas. Aunque seguramente tienen ejemplos rompo el hielo con tres y ustedes me ayudan con otros. 
El uso del adjetivo "literal" me llama la atención. Empezamos por anotar que la Real Academia de la lengua Española acepta cinco acepciones para el adjetivo literal, la primera: conforme a la letra del texto, o al sentido exacto y propio, y no lato ni figurado, de las palabras empleadas en él. Ninguna de las otras cuatro acepciones contemplan el concepto de veracidad. El giro utilizado por los jóvenes de hoy se aleja del significado inicial de la palabra y la convierte en un sinónimo de veracidad, de algo genuino e incontrovertible. Aquel que utiliza el término literal lo hace para imprimir un carácter superlativo, de autenticidad. Una frase que podría ejemplificar su uso es: "hey, literal la vieja se volvió loca”
La forma de expresar el saludo puede ser un buen indicador de la generación a la cual se pertenece. Los muchachos de hoy se saludan entre si utilizando el apócope "Pa" algo así como: "hola Pa" lo que implica que los jóvenes de hoy no son hijos de "Papi" sino amigos de "Pa". El cambio en las expresiones de saludo en las diferentes generaciones vigentes podríamos situarlo desde el saludo tradicional que utiliza el "Don o Doña" pasando por el saludo afectuoso con palabras vulgares "hola huevón" o sin sentido real "Q'hubo loco" hasta el muy maricón"hola nene" que se escucha también por estas fechas.
En Barranquilla la palabra culo tiene acepciones diferentes al conocido y algunas veces bello conjunto de las estructuras posteriores de la pelvis. En el diccionario de barranquillerismos la primera es una expresión enfática, que denota algo grande, enorme, muy bueno, estupendo: “culo de carro bonito”. La segunda se refiere a falta dé o ausencia "no tener un culo" no tiene nada. Tal vez por el vergonzante parroquialismo colombiano la palabra culo es mencionada con temor a diferencia de los españoles que la usan sin tapujos. Nuestras nuevas generaciones contagiados de ese temor disimulan la palabra cambiando la última letra por la e, "cule" que se utiliza con las mismas acepciones. La expresión más conocida "cule'pava" indica una situación de gran aburrimiento.
Los invito pues a estar atentos en las expresiones de las nuevas generaciones para ver si sacamos una segunda pelota de letras.







sábado, 22 de agosto de 2015

Recuerdos futboleros (2)


¿Cuál será la mayor prueba de amor que una mujer pueda ofrecer a un hombre? A la respuesta tradicional se le pueden adicionar alternativas también válidas. En mi caso y tratándose de la persona de quién viene, la respuesta es una sola, viajar a Barranquilla y acompañarme al estadio a ver fútbol.
A Martha Claudia no le gustan las multitudes, el calor le sienta mal y lo más importante poco le gusta el fútbol. Sin embargo y contra todos los pronósticos, aceptó acompañarme al juego de eliminatorias para USA 94 Colombia vs Argentina en el metropolitano de la Arenosa.
Corría el mes de agosto de 1993, mi calurosa Barranquilla recibió a la media noche el vuelo de bajo costo procedente de Bogotá. Venía con las características que identificaban a esa empresa por aquella época, lleno y retrasado.
El taxi tomado en el aeropuerto rompió el récord de infracciones que se pueden cometer en treinta minutos contra el código de tránsito. Llevó sobrecupo, se pasó todos los semáforos en rojo, utilizó vías exclusivas de buses, rompió los límites de velocidad y cobró más de lo estipulado.
A la media noche aún se sentía el impacto de las altas temperaturas, mientras la nevera sudaba, los ruidosos abanicos enviaban ráfagas de aire caliente tratando de aliviar el clima para la cachaca recién llegada. Sin embargo y pese a los preliminares ambientales mencionados la fiesta estaba cantada y comenzaba bien temprano. Ese día el clima de Barranquilla parecía animado por la famosa canción de los hermanos Lebron. La temperatura subiendo y la expectativa nos sacaron de la cama temprano. A las diez de la mañana seis horas antes del inicio del partido ya estábamos en el estadio.
A las once de la mañana el ambiente festivo aumentaba como la espuma de la cerveza, o más bien empujado por el consumo de las rubias no muy frías. Era la primera experiencia de Maruja en un partido de eliminatorias. Se notaba prevenida, cualquier cosa podía pasar.
La cerveza, gaseosas, aguas de todas características tomadas profusamente eran incapaces de controlar la temperatura. La fama climática de la arenosa se cumplía literalmente con todo el rigor. Maruja estaba advertida de lo que pasaría con el aumento de la temperatura. La guerra de agua no se hizo esperar, el primer contacto del agua fría con la piel caliente fue desagradable pero al mismo tiempo reconfortante.
A la una de la tarde, ni el sol ni el ánimo de los asistentes decaía. El estadio con el cupo completo se dejaba llevar por la música de Joe. Para regocijo de todos, la guerra de agua se libraba en todos los frentes del estadio. Maruja totalmente ambientada, participaba activamente del combate acuífero. La caja con los restos óseos de un pollo asado víctima del hambre volaba por los aires del Metro. La música, la guerra de agua y las ocurrencias de los asistentes facilitaron el paso del tiempo, los equipos ya formaban en la cancha.
Cantamos el himno a todo pulmón, la espera terminaba, Martha no se cambiaba por nadie, Argentina y Colombia ya jugaban en el Metro. El resto es historia, los goles de Valencia y Valenciano los gritamos con el alma. La victoria fue sin reproches, alegria total. Solo un hecho empañaba la felicidad, al día siguiente Maruja y yo regresábamos a Bogotá.

lunes, 17 de agosto de 2015

Internista por un día

Comenzar a ejercer la medicina en un ambiente lejano en donde puedas tomar tus propias decisiones sin la influencia de un superior es a mí parecer, la mejor forma de saber de qué estamos hechos. No sé cómo será en otras profesiones, debe ser igual, llega el momento en que las decisiones hay que tomarlas solo, sin disponer del oportuno consejo del profesor. Es el momento clave en donde se pone a prueba el proceso de formación. No sobra decir que cuando este proceso es defectuoso, esta inigualable experiencia puede ser muy peligrosa, tanto para los pacientes como para el médico.
Para la mayoría de los médicos esta experiencia se vive durante el año de servicio social obligatorio o rural como se le conoce.
En mi caso la experiencia de tomar decisiones a solas con un paciente comenzó cuando cursaba el décimo semestre de medicina en la rotación de anestesia. Nuestro docente debía asistir a una brigada de salud en el sur de La Guajira como parte de un equipo de especialistas designado para atender una población cercana a la mina del Cerrejón. Fue así como al equipo de cirujano, anestesiólogo, internista, ginecólogo y pediatra se sumaron los dos rotantes de anestesia, Jorge y yo.
Llegamos a La Guajira en medio de un sol abrasador, nos alojaron en el mejor hotel de la zona que por cierto estaba recién inaugurado. La brigada-paseo pintaba bien, nos llevaron a conocer el complejo carbonífero del Cerrejón y sus alrededores, la proximidad de la mina y el boom del carbón traían prosperidad a la zona.
Sin embargo, para Jorge y para mí el paseo se convertiría rápidamente y sin sospecharlo en nuestra primera experiencia como médicos solos. Resulta que el internista y el pediatra no llegaron a la brigada. Largas colas de niños y personas de la tercera edad esperaban la llegada de los especialistas, devolver a toda esa gente era un problema mayor. Alguien del equipo debía atender a esas personas, las cirugías programadas exigían la presencia de los demás miembros, solo quedábamos los rotantes. Jorge fue ascendido al cargo de pediatra y yo al de internista, en mí caso la vida empezaba a marcar el futuro. Con la consigna de que ante alguna dificultad los otros médicos nos apoyarían, empezamos la consulta armados con un fonendoscopio, un Kilométrico y el manual de terapéutica. No sé cuántas horas después de nuestro súbito ascenso a la dignidad de especialistas terminamos de atender la gran fila de pacientes, lo cierto es que fuimos los últimos en salir del centro de salud ya bien entrada la noche. Para fortuna nuestra la gran mayoría de las consultas fueron de atención primaria lo que nos permitió salir adelante con el encargo. El cansancio y la presión de la responsabilidad impuesta nos llevó a terminar la jornada medio muertos pero al mismo tiempo felices de haber sido por primera vez "especialistas"



La fiesta de blanco


Alguna vez escuche una frase atribuida a Hernando Santos, el eterno director del diario El Tiempo en relación a tener miedo de la gente con ideas. No podía tener más razón el ilustre periodista, a veces se nos ocurren unas cosas que derivan en una especie de disparate colectivo que puede afectar a grupos insospechados. 
Hace unos días me invitaron a disfrutar una fiesta de blanco, recordé la frase de Don Hernando y le dije a mi esposa que no me gustaba la idea de las fiestas de blanco. Un bautizo, una primera comunión y hasta un matrimonio aguantan esta circunstancia, pero las fiestas con orquesta, comida, hora loca y licor no son para el blanco, a no ser que se trate del aguardiente Blanco del Valle.

Los problemas iniciales son económicos siempre hay que comprar alguna prenda blanca de la cual no se dispone. Salga y compre camisa, medias, interiores o zapatos que no se tienen, que tampoco se usan regularmente, pero que por cuenta de la dichosa idea hay que comprarlos. Ni hablar si la compra va por los lados de la contraparte, léase la señora o las hijas, el problema económico se hace de mayor envergadura. Es bien sabido que no solo es la ropa, son los accesorios, los zapatos, el chal y todo lo que se les ocurra. Con el agravante que con toda seguridad para la próxima fiesta de blanco no estarán disponibles.
Los problemas no terminan en lo económico, de hecho es el mal menor. La muy elegante indumentaria blanca no aguanta la sudada, el vino o la sopa en la camisa, la salsa en los encajes, unos minutos después de iniciada la tan soñada fiesta blanca se ha convertido en un relajo arco iris. Ni hablar del rebelde o el despistado que no sé enteró del color de la fiesta y llega con riguroso traje negro. Este despistado usualmente no tiene problemas porqué se disimula entre los meceros.
Los problemas de las fiestas de blanco no terminan con la fiesta, se extienden hasta el día siguiente cuando la señora recoge la ropa y detalla las huellas del desorden dejadas en las prendas. Una marca de lápiz labial en el cuello de la camisa se puede convertir en una inolvidable referencia. Al tomar la ducha, luego de superar el guayabo, aparece la última consecuencia de comida y licor en exceso sobre la íntima ropa blanca, entonces le toca a usted mismo lavarla en la privacidad de su baño. ¿Para qué fiestas de blanco?
Sin embargo fui a la fiesta, de blanco por supuesto. Tocó comprar una camisilla, nada más o por lo menos eso me hizo creer mi señora. El muy elegante club, la correcta disposición de las cosas, el excelente menú, la moderación en el licor, la buena atención y el delicioso clima no permitió que la ropa se mancillara. Disfrutamos de una fiesta inigualable, regresamos a casa igual de impecables, ni la íntima ropa blanca tuvo consecuencias.
Esta vez don Hernando y yo aceptamos la equivocación, no hay que tener miedo de las buenas ideas.

viernes, 7 de agosto de 2015

El Machete

El reinicio de las actividades en la universidad me recuerda un tema que por lo espinoso había tratado de evitar.  Este año, libre de responsabilidades administrativas, quiero compartir algunas ideas sobre el hábito de copiar en los exámenes. Para no ser tildado del "cura olvidadizo" reconozco que copiarse en los exámenes me produce sentimientos encontrados pues recuerdo mis años de estudio tanto en el colegio como en la universidad. Capitán inamovible del equipo de los cagaos, siempre me produjo zozobra las circunstancias que se suscitan alrededor del acto de copiarse. Sin embargo, faltaría a la verdad si niego que más de una vez sople varias respuestas a compañeros en apuros. Este acto hoy reprochable, en aquella época suscitaba un momento de estrés que implicaba cierto placer. En cambio hoy, conocedor de las implicaciones que tiene el acto de copiar sobre tantas ejecutorias de la vida, solo puedo hacer un acto de contrición y tratar de aportar en este aspecto de la formación para buscar una sociedad mejor. 
El fraude en las evaluaciones no es exclusivo de nuestra tierra. En todo el continente americano hay denominaciones distintas para el mismo tipo de copia. El término "machete" usado en la costa atlántica colombiana tiene sus congéneres en el resto de América. Para los mejicanos un acordeón sirve para interpretar música del Norte y para copiarse en los exámenes. En el Perú los comprimidos ayudan a mejorar las enfermedades y los resultados de las evaluaciones. El machete Colombiano también se usa en Argentina y cuando se cruza el río de La Plata al Uruguay se conoce como trencito. En la madre patria una chuleta se prepara para pasar un examen y no para comerla en un restaurante. 
La copia no es exclusiva del hispano parlante, basta hacer un sondeo en Google y rápidamente encontraremos todo tipo de referencias en todos los idiomas sobre el fraude en los exámenes. 
Las técnicas de copiado se han desarrollado a tal nivel que se puede hacer un postgrado, se imaginan las materias, Machete 1 y 2, técnicas de copiado electrónico, el celular en la copia, como distraer al profesor, ventriloquia, las posibilidades son infinitas.
Partiendo de alguna referencia donde se plantea la inutilidad de preocuparse por la copia pues siempre ha existido. Propongo convertir el hábito de copiar en una estrategia para mejorar el proceso de enseñanza y la calidad de las evaluaciones usando la técnica del gran "machete”. En esta los estudiantes llegan al examen con los libros que recogen el conocimiento objeto de evaluación. Se plantean preguntas con respuestas argumentativas que se responden con la ayuda del libro haciendo un análisis de los datos. Para los casos en donde el conocimiento memorístico deba ser evaluado sin la interferencia de la molesta copia los exámenes orales son la opción para evitar este hábito. El problema para implementar estas evaluaciones es que no se sabe para quién son más exigentes si para los estudiantes o para los docentes. 


lunes, 20 de julio de 2015

Los años

Los años.
Con el ánimo de producir sonrisas un amigo preguntó por la definición de persona joven. La respuesta es un tanto inesperada pero se ajusta a la realidad. Joven es aquella persona con diez años más o menos que tú.  Aunque el apunte tiene un propósito humorístico, la respuesta induce profundas reflexiones. Percibir y asimilar el transcurrir de los años debe ser un acto de ocurrencia natural, finalmente nunca dejamos de envejecer. Sin embargo, el paso de los años no se asume con la naturalidad requerida. Se prefiere ignorar el inevitable paso del tiempo y mantenerse en un estado de juventud eterna.
Obviamente algunos hitos de la fisiología humana y del desarrollo social sirven como puntos de reparo para separar las etapas del crecimiento y mostrar el paso de la vida. Algunos ejemplos sencillos nos recuerdan esos momentos de cambio, el desarrollo sexual, la puntualísima presbicia, la celebración de los quince años, recibir el grado del colegio o de la universidad son eventos relevantes que marcan fin e inicio de las etapas. Pero fuera de esos hechos relevantes y quizá algún otro evento olvidado a propósito, el resto de la vida transcurre sin mayores sobresaltos en un estado de juventud permanente. Del inexorable envejecimiento solo tenemos noticia cuando tomamos perspectiva y en ese instante es cuando caemos en la cuenta, me estoy poniendo viejo.
La toma de perspectiva se produce cuando se viven ciertas situaciones que nos abren los ojos, momentos en donde percibimos que el tiempo pasa. Cuando los amigos dejamos de encontrarnos en bares y clubes nocturnos para comenzar a encontrarnos en las reuniones de padres de familia, después en los grados y en los matrimonios de los hijos. El inevitable paso del tiempo nos lleva entonces a las funerarias, para acompañar a los amigos en la despedida de los padres y después con cada vez mayor frecuencia a nuestros propios amigos.
Estos trascendentales momentos reveladores del transcurrir de la vida afortunadamente no son tan usuales. La cotidianidad, en cambio, nos presenta situaciones de aspecto trivial que recuerdan la marcha ineluctable de los años. El próximo viejo de la familia se anuncia con frases bien reconocidas. "Ya las cosas no son como antes" "cómo pasa el tiempo de rápido" "ya los estudiantes no son como antes". La sociedad también empieza a reconocer el impacto de los almanaques. Por ejemplo cuando el empleado del banco te invita a tomar la cola reservada para los clientes de la tercera edad. Que decir cuando la jovencita de falda inusualmente corta, tacones altos y mirada coqueta se acerque a usted y sin pudor le dice: señor, mejor siéntese usted. El paso del tiempo se ve hasta en la forma de prepararse para un viaje. Aquellos que no olvidan empacar en su maleta whisky y preservativos deben ser unos años menores que aquellos que se acompañan con un buen libro y estos a su vez menores que aquellos que viajan con el botiquín de “ANTIS”, antihipertensivos, antidiabéticos, anti ulcerosos, anti anginosos, antidiarreicos y hasta algún anti envejecimiento.


El susto infantil, ocurrió así

Dormía profundamente, al buen hábito de dormir que por herencia me venía se adicionaba el cansancio producto de un viaje largo. Corría con mi papá por el bosque de aguacateros contiguo a la casa de la tía Magola. El tío Eliecer bajaba deliciosos aguacates para el almuerzo. En medio de tan dichoso placer un lúgubre y penoso ruido amenazaba mi tranquilidad. Se escuchaba fuerte pero intermitente semejaba el lamento de un lobo. El tétrico sonido aumentaba en intensidad como acercándose al lugar donde dormía, me desperté.
El azaroso despertar fue acompañado con una transitoria pérdida de ubicación. No reconocí el lugar donde dormía. Un tenue sol de otoño que se filtraba por la ventana indicaba que la tarde ya estaba de salida. La luz y el silencio llevaron tranquilidad a mi corazón, estaba soñando, estoy en Miami, que puede pasar.
Sin cumplir aun los nueve años la tía Magola dispuso que debía pasar mis primeras vacaciones en los Estados Unidos. Esa tarde había llegado con mi papá. 
Silencio, no hay nadie, me dejaron solo, sin moverme del sofá en donde estaba, agucé el oído. De pronto, otra vez el lamento se escuchó en toda la estancia, temblaba de miedo, no era un sueño. Nunca había oído ese ruido en mi vida. Pero no debía asustarme, en escasas seis horas ya había visto tantas cosas. Todo lo que veía lucía nuevo, los tamaños eran simplemente apabullantes. Salir del avión por un gate desplazado hasta la puerta, las maletas salían por una cinta mecánica, aviones de todos los tamaños en un aeropuerto que no parecía tener final. Si el aeropuerto me había sorprendido, la ciudad no era inferior. Para esa época en Barranquilla el único puente que había era el de la avenida Olaya Herrera sobre la calle 48 o arroyo de felicidad. Recuerdo perfectamente que experimentar el vacío al bajar aquel pequeño puente era la emoción más extrema que se podía vivir en Barranquilla por esos años. La diferencia era arrolladora. Puentes de varios carriles, cruzando unos sobre otros, vías extraordinarias. En Miami no hay de qué preocuparse.
El lúgubre lamento volvió a escucharse en toda la casa, parecía venir del patio de la casa. Mi joven imaginación creaba todo tipo de causas para el infernal ruido. No me quedaría un minuto más en la casa. Además, el tiempo pasaba y la luz se hacía cada vez menor.
El bosque vecino que a mi llegada parecía muy divertido de explorar, en este momento se me antojaba aterrador. En un intento de adquirir seguridad le puse seguro a la puerta de vidrio que daba al patio y al bosque. En la calle no se veía un alma. Parecía un pueblo desierto, no caminaba nadie, ni carros, que desespero. En Barranquilla ya estaría todo el mundo en la calle con ese ruido. Cuando todo parecía calmarse, el ruido pareció producirse dentro de la casa. No me voy a quedar para saber que produce el ruido. Corrí, corrí y corrí, la puerta de los vecinos parecía del otro lado del mundo, que Miami ni que nada, yo me regreso a Barranquilla.
Temblando de miedo y casi sin poder hablar llegué a la casa de los vecinos que me habían presentado al momento de mi llegada. Los San Juan era una queridísima familia de cubanos, como la mayoría de los que habitaban en Hialeah, que fueron vecinos de la tía toda la vida. Urbano y Gladys se preocuparon al verme entrar de sopetón y con la cara de susto que debía llevar. Traté de explicar que mientras dormía un lobo hacia un sonido horrible o mejor dicho que había un ruido en el bosque o en el patio. No sabía cómo explicar el ruido. En ese momento el lamento tétrico no se oía, pero yo no estaba dispuesto a volver a la casa ni de vainas. Yo, capitán vitalicio del equipo de los cagaos ni amarrado volvía. Me miraron con incredulidad, Urbano salió para la casa armado con su puro habanero y una sonrisa que me produjo seguridad. Estamos en Miami, no pasa nada.
No alcanzó a salir de la casa cuando el ruido se escuchó perfecto en la terraza. Los veía a la cara, ni se inmutaban, parecía que no escuchaban el ruido, yo no me lo inventaba. Urbano se percató y se acercó condescendiente, había entendido mi susto. El ruido que me tuvo en vilo y que nunca olvidaría hasta hoy, era producido por el pito de los múltiples trenes que atraviesan una ciudad moderna.
En nueve años de vida podía resumir mi experiencia con trenes en dos. El primero la canción que dice Santa Marta tiene tren y no tiene tranvía y el segundo una foto con la pequeña y vieja locomotora que estaba de recuerdo en Puerto Colombia y que por supuesto nunca le había escuchado el pito. De manera que por cuenta de la inoperancia de múltiples gobiernos, los colombianos no tenemos experiencia con el uso del tren y al paso que vamos seguiremos así muchos años más.
Les cuento que tengo una impagable deuda de gratitud con los San Juan. El anécdota era para contarlo a todo el mundo y tomarme el pelo por muchos años, pues no. Nunca lo contaron, no le dijeron nada a mi papá ni a la tía, se guardaron mi susto infantil que solo se reveló en estas líneas.

jueves, 2 de julio de 2015

Mercado del Usado


Hace algunos años un buen amigo afirmaba que el mercado del usado estaba difícil, que había mucha competencia, que en general las condiciones eran muy exigentes. Al principio quedé un tanto confundido, a que se refería mi colega con la frase mercado del usado. La respuesta no se hizo esperar, luego de su reciente divorcio, mi amigo había leído todo sobre la separación y los divorciados. La conclusión derivada de la conversación fue que los hombres separados la tienen difícil cuando se trata de buscar una nueva pareja estable.
Sin embargo y aunque mi opinión puede ser invalida por no haber vivido la experiencia de la separación, voy a tomar una licencia y plantearé algunos aspectos favorables de los hombres separados cuando se trata de buscar una pareja.
Las virtudes de los hombres que hacen parte del grupo de los usados son múltiples y le van a evitar muchas molestias a sus parejas. Por ejemplo un soltero no sabe cómo disponer de las uñas cuando se las cortan, las mamás no enseñan eso ni ellos lo quieren aprender. Pero un hombre que ya ha pasado por la escuela del matrimonio sabe que cuando se corta las uñas en la cama, debe cuidadosamente recogerlas y depositarlas en el baño.
Otra virtud de este tipo de hombres es que ya sabe hacer compras, usted solo tiene que darle la lista y él sabrá todo lo que debe hacer. Algunos más evolucionados optan por darle sendas tarjetas débito y crédito a su pareja para que haga las compras sin problemas de liquidez.
No existe prueba de cambio en la conducta más reveladora que aquellas relacionadas con las costumbres íntimas. Los solteros no se preocupan cuando dejan pelos en el jabón, no suben el bizcocho al orinar ni bajan con regularidad la cisterna, se bañan y deja empapado todo el recinto, dejan tirada la ropa sucia, no usan ambientador en el post evacuación para disfrutar de su "aroma" particular.

De los indómitos solteros no puedo mencionar otras cosas por estar domesticado hace veinte años. De los casados en cambio puedo decir que aprendemos rápido a quitarles los pelos al jabón, a levantar el biscocho para no mojarlo mientras orinamos o seguimos el ejemplo del Dr. Juvenal Urbino que prefirió orinar sentado para evitar problemas con Fermina.
No se molesten en preguntar por el estado civil de un hombre a quien vean entrando al baño armado con un ambientador. Lleva varios años de matrimonio y ha sido totalmente domesticado. Este hombre no deja periódicos ni revistas tirados en la cama. Es incapaz de dejar ropa regada por el suelo.
Mis queridas amigas solteras en trance de búsqueda de una pareja adecuada, los límites del proceso de amansamiento son insospechados, busca un usado podrías llegar a encontrar uno que tienda la cama, prepare teteros o inclusive sea capaz de ceder el control del televisor.

Recuerdos futboleros

"Con la edad se recuerdan perfectamente cosas que nunca ocurrieron" esta paradójica frase se la escuché a Don Juan Gossaín cuando hacia algunos comentarios sobre la memoria. Ahora que escribir remembranzas se ha convertido en un agradable pasatiempo, la frase de Don Juan asalta mi pensamiento a todo momento.  No quiero ser tildado de desmemoriado ni que algún recuerdo pierda credibilidad por un dato inexacto. Esta preocupación aumenta cuando se trata de un tema con muchos adeptos como el fútbol. Deporte que apasiona, culpable inobjetable de muchas alegrías, tristezas y no pocas rabias. De manera que decidí escribir una colección de recuerdos ciertos en torno al fútbol, antes de que la edad ejerza su inexorable efecto sobre la memoria.
"En el principio era la radio y la radio estaba con nosotros" Quizás el recuerdo más lejano que tengo es con dos radios Philips. El uno en mi casa y el otro en casa de "Cuya" Illera y "Ñemo" Batlle primos de mi mamá que ejercieron las labores de los abuelos que no tuve.
Del radio de mi casa otro día les cuento porque en ese nunca escuché fútbol. Para aquellos años el fútbol solo se jugaba los domingos y ese día estaba religiosamente consagrado a visitar a doña Cuya. El radio de “Ñemo” ocupaba un puesto de privilegio
en una especie de terraza interna que registraba todo el acontecer de la casa. El Philips de cara blanca semejando una malla con un dial rojo, grande, redondo descansaba sobre una repisa que dominaba la estancia. Desde allí la narración vibrante y acalorada de Edgar “el negro” Perea acompañaba la tarde del domingo.
Para el momento de mis recuerdos ya el "negro" Perea había desbancado de la sintonía al primo Juancho Illera Palacio. La solidaridad con el primo no fue mucha o el "negro" narraba muy bien, lo cierto es que en donde Ñemo les gustaba oír a Perea.

Al instante se me vienen nombres a la cabeza, sin mencionar los años recuerdo a los brasileños Caldeira, Víctor Ephanor, Othon Da cuhna. Nombres sonoros que en la mente infantil quedaron registrados, Hermenegildo Segrera, Arturo Segovia, Heriberto Solis, Jesus el Toto Rubio que era calvo y otros más. La narración de Perea me transportaba al estadio, allí estaba sentado en la gradería, gritando, feliz. A través de los ojos del negro vi a Victor acariciar el balón, poner pases magistrales, driblar en una baldosa y cobrar sus tiros libres letales. Fui criado oyendo fútbol los domingos, sé lo que es imaginar la bola inflando la malla. Sin ofender a la tecnología, humildemente pienso que las jugadas imaginadas al oír una narración serán siempre más bonitas que las vistas en vivo.

domingo, 31 de mayo de 2015

La casa médica

Todas mis pertenencias cabían y sobraba espacio en una maleta de "cuero" chino, que por china había soportado el uso y el abuso. Era de la tía Magola, la usaba para enviar desde Miami baratijas de contrabando. En uno de esos ires y venires resultó el viaje en búsqueda de un rural quien sabe en donde, con escala en Bogotá por quien sabe cuántos días. Se requería una maleta con capacidad y por eso tomé prestada la maleta contrabandista. Total, con libros, ropa de cama y pertenecías, la maleta de la tía hizo el que a la postre seria su último viaje de la "suite" a la residencia de los rurales. 
La casa médica era un lugar que podríamos llamar sui géneris, tres cuartos, dos baños, sala, cocina y patio como cualquier vivienda en Colombia, la diferencia estaba en la distribución. Entrabamos por una gran puerta metálica de color verde franqueando un garaje, de manera que por fuera parecía la entrada de un taller. La puerta de acceso una vez pasado el garaje, se abría a un largo pasillo lateral que servía como eje tutelar de la casa, a un costado las habitaciones y al otro costado lo que podríamos llamar patio. El techo por consiguiente solo cubría la parte del pasillo que correspondía con las habitaciones de manera que cuando llovía, el piso se mojaba y los insectos llegaban irremediablemente. Al entrar primero encontrábamos el cuarto de Patricia la bacteriológica que por ser la más antigua del grupo, ocupaba el único cuarto con baño y sin ventanas de esta casa. Contiguo al cuarto se encontraban en el siguiente orden: el baño principal, la cocina, dos cuartos contiguos sin clóset y finalmente la sala, el patio de la casa corría en forma paralela con el pasillo, convendrán en que la distribución es al menos no usual. Otra particularidad consistía en que desde la sala y subiendo unas escaleras se llegaba a una sencilla pensión de las que abundaban en Arauca por esas épocas. Lo bueno de la pensión era que tenía teléfono con servicio de larga distancia y la dueña no se molestaba en pegar un grito con el nombre del beneficiario de una llamada familiar. 
El mejor lugar de la casa era el pasillo, en las noches la fresca temperatura invitaba a usar una hamaca arrulladora y muchas veces cómplice que acogía a los habitantes de la casa sin mucho recato.
La casa podía albergar siete personas aunque en muchas noches la cifra aumentaba con la visita de algún amigo o amiga que ayudaba a tolerar la soledad del rural. Me alcance a preocupar cuando hice las cuentas, Piter y otros tres médicos rurales, dos enfermeras y una bacterióloga, total siete y conmigo ocho, no había cupo. Pero el destino como siempre se encargaría de cambiar las cosas para permitir que estos dos compinches amigos siguieran adelante. Resultó que los otros tres rurales tenían, por diferentes razones, lugares de habitación que les resultaban más favorables que la casa médica, de manera que se hacía necesaria la presencia de otras personas que pagaran el alquiler y allí estaba yo con mi maleta.
Con mi llegada la nómina de habitantes de la casa reflejaba la diversidad de regiones, dos médicos costeños, dos enfermeras rosaristas, más rolas que el ajiaco santafereño y una bacterióloga paisa bien raizal, que por ser la de más tiempo en el hospital llevaba la batuta de la casa y dictaba las necesarias normas de convivencia. El cupo restante pronto seria llenado.
Durante nueve meses conviví en esa casa con un grupo cambiante de jóvenes profesionales llenos de expectativas que llegamos a ejercer nuestras profesiones con el entusiasmo de la primera vez y que fuimos marcados de alguna forma por la preciosa tierra llanera.

Los rurales

La sorpresa fue mayúscula, el médico de apellido raro y de nombre Piter, resultó ser mi compañero de colegio y de universidad, recuerdo que el último día que hablamos nos despedimos como siempre, como sí nos fuéramos a ver en unos días, quien lo hubiera creído una semana después, sin planearlo y por diferentes vías llegamos a la casa médica de Arauca.
Para aquellos tiempos los médicos que cuidaban la salud en muchas zonas del país eran los médicos rurales acompañados por médicos generales. Arauca la capital de la intendencia con aproximadamente veinticinco mil habitantes tenía algo así como trece médicos para resolver los problemas de salud. Dos cirujanos generales completaban la nómina de facultativos. En ese entonces las riendas del hospital eran llevadas por cuatro rurales, es decir hacían los
turnos, manejaban los pacientes hospitalizados, atendían la urgencia y consulta externa, lo hacían todo.
Mientras tanto mi trabajo como rural del Subsidio Familiar de la Caja Agraria se limitaba a una consulta externa en horario de oficina y algunas charlas educativas en las empresas afiliadas. La verdadera limitante consistía en que la consulta era exigua, la falta de médicos que se vivió durante meses produjo pérdida de confianza en los afiliados dejando de asistir. En una semana de rural ya había consumido buena parte de los temas que tenía para estudiar y el aburrimiento empezaba a producirme efectos de los cuales después me tendría que arrepentir.
Estudié medicina para ejercerla y no para sentarme en un escritorio a esperar que llegaran los enfermos, el recurso de ir a buscar pacientes era un trabajo para los empleados administrativos, yo quería acción. Piter habló con el director del hospital y los otros rurales, todos aceptaron. Empecé asistiendo a la revista matutina de los pacientes hospitalizados y posteriormente tomé una secuencia de turnos. Llegué a tener tanta acción, que termine haciendo más turnos que los rurales de planta.
El temor de enfrentar a los "genios" sabelotodo del interior se presentó cuando me presentaron a los otros rurales, dos de ellos eran de la Javeriana y otro de la UIS, sin duda excelentes facultades que dejan una impronta en sus egresados y estos la tenían y la hacían notar. Pero a la hora de trabajar y ver pacientes tenían los mismos problemas que yo tenía y sabían lo mismo que yo sabía luego no había diferencia entre unos y otros, ni ellos eran genios ni yo era un ignorante.

El primer día de una larga historia

El primer día de una larga historia

Llovía copiosamente, el jet Boeing 727 de SAM seguro en su desplazamiento, carreteaba por la pista luego de un vuelo que me traía desde Bogotá sin contratiempos pero lleno de expectativas. La mojada estaba garantizada, por las precarias condiciones del aeropuerto, no había manera de bajarse del avión sin que el fuerte aguacero cumpliera con la función de bautizar de una vez mi llegada al llano.
Aunque fue más la expectativa que las gotas, ni la maleta se salvó del anunciado bautizo llanero, los que sí se salvaron fueron los encargados de recogerme en el aeropuerto o por lo menos eso pensé al darme cuenta de que nadie me abordaba para darme la bienvenida, finalmente acompañado de mis miedos atávicos, la húmeda maleta y la edición más reciente de la medicina interna de Harrison, que alguna seguridad me daba, monté en el último de los taxis dispuestos para recoger a los viajeros, un campero de fabricación rusa marca GAZ fue el encargado de hacer el recorrido inicial por las calles de la floreciente Arauca. Si había logrado salvarme de la lluvia en el aeropuerto, en el GAZ no me escaparía, los huecos de la carpa cumplían muy bien la labor de dejar pasar la lluvia, pero no así a la brisa, de manera que la mojada era por partida doble, la lluvia y el sudor. De lo que si no me salvaba era de pagar la carrera, monto que no estaba contemplado en el riguroso y exiguo presupuesto que traía para afrontar los primeros días de estancia, mientras mi nuevo y primer empleador, La Caja Agraria, pagaba mi trabajo como médico rural del consultorio dispuesto para la región. La oficina principal de un banco en regiones como esta, ganadera y petrolera, debía ser un hervidero y aquella tarde no era la excepción. Lo cierto era que no me esperaban para ese día y aunque fueron muy amables, tampoco sabían qué hacer con mi llegada.
La incertidumbre inicial acrecentaba mis miedos, mientras mi presupuesto continuaba en caída libre, la primera noche debía costearla en alguno de los hoteles disponibles y no había muchas opciones que se ajustaran a mis ya mencionadas finanzas. Para la fecha, septiembre de 1988, Arauca enfrentaba una bonanza petrolera que traía consigo el aumento en el costo de vida, la llegada de mucho forastero y el derroche de contratos que no se reflejaban en una recuperación de la infraestructura, de manera que las calles enfangadas por la lluvia hacían más difícil ese primer y a la postre único mal día en la bella tierra llanera, porque a partir del día siguiente los hechos que se produjeron fueron siempre motivo de alegría que aun hoy, veinticinco años después, sigo disfrutando. Después les cuento....

sábado, 23 de mayo de 2015

Gastronomia araucana

Terminar mi aventura en el llano fue algo doloroso pero sin duda muy conveniente para mi peso y estado físico. Durante gran parte de mi juventud claramente caía en el grupo de los peso pluma o más bien peso lástima. Pese a un apetito notable, no había forma de que subiera de peso, cosa que nunca jamás me preocupó. El metabolismo adolescente asociado al uso de la bicicleta como medio de transporte me mantenían en el peso ideal para ser apodado como Gilligan, remoquete que no me producía ningún orgullo pero que debo reconocer se ajustaba a mi aspecto del momento.
La llegada al llano disminuyó mis hábitos deportivos y acrecentó mis habilidades con el consumo de los alimentos lo que se tradujo en un lento pero progresivo aumento de peso. Es que no había manera de abstenerse, los desayunos, almuerzos y comidas a la carta y en abundancia hacían que el llano fuera el lugar ideal para alguien que como ya he dicho sufre de buen apetito.
Jamás podré olvidar las hallacas que preparaban en el restaurante de la mama de Freddy. Con una devoción que solo la dan los años, la señora Ana preparaba unas hallacas tan sabrosas que sólo se pueden comparar con las que hace mi mama y quedan empatadas. En el ranking de mis platos favoritos del llano, la hallaca con carne de cerdo ocupa el primer lugar.
El sancocho de gallina, el bagre frito, el pisillo y el chigüiro completan la lista de platos de la región que la hacen inolvidable en este aspecto.
Un comentario aparte merece la carne a la llanera, en ese plato se conjuga la esencia del llano, preparar una mamona requiere el desarrollo de un ritual para el que solo está designado alguien de alto rango en la finca. Esta preparación se reserva para ocasiones especiales y sabe mejor cuando se degusta con la compañía de arpa, cuatro y maracas. Las mejores terneras las comí en la finca de los esposos Mijares o en la Antioqueña en donde siempre había todo lo descrito y cantidades navegables de licor.
La carne de ternera o cerdo preparada con el calor indirecto que proporcionan leños acomodados en forma de pirámide se cocinaban a fuego lento asegurando un delicioso sabor y textura. El topocho, la papa y la yuca acompañados de suero llanero completaban la oferta de una forma inmejorable. Todavía me pregunto cómo no subí más de peso....


El rural es en Arauca

En la búsqueda de ejercer la medicatura rural sin tener que pagar con votos el favor a un político y con la esperanza de obtener un buen sueldo que sirviera para compensar los esfuerzos de mis padres, llegué a Bogotá. Nunca había puesto un pie en la capital y la verdad, no nos digamos mentiras, llegaba “cagao”. Razones para mis temores se contaban y necesitaba los dedos de las manos y los pies, que la violencia, que la inseguridad, que las bombas, que las distancias, que nunca había estado en ella, que no tenía un apoyo económico en fin una multitud de razones, pero la causa que realmente me preocupaba era tener que enfrentar mi ignorancia en temas médicos. El cuento era que las universidades de la costa formaban profesionales de poca monta, de medio pelo, mientras que en el interior todos eran genios y se las sabían todas. Lo más grave era que semejante falacia yo me la creía.
Mis mejores amigos, en cambio, se habían quedado en la segura costa atlántica. En casa de Piter amigo desde el colegio me hicieron la despedida, conversamos sobre las expectativas, bailamos y reímos con las anécdotas vividas durante la carrera que de allí en adelante se repetirían en cada reunión, como si fuera la primera vez y con las mismas estruendosas carcajadas.
Solo una semana había pasado desde aquella despedida, el refrán dice "más largo que una semana sin carne" pues yo puedo decir más largo que una semana con expectativas, una semana de esperas. El proceso de selección en la Caja Agraria era largo, toda clase de pruebas psicotécnicas, test de coeficiente intelectual, exámenes médicos y todavía no sabía ni cuándo ni a dónde sería asignado. Aspiraba trabajar en una unidad móvil, los recargos por la movilización hacían que el sueldo fuera más atractivo. Pero pasaban los días y nada se sabía, finalmente fui citado por la gerente del Subsidio Familiar. Malas noticias, un accidente sacaba de circulación la unidad móvil para la cual estaba asignado, solo quedaba la vacante de Arauca, que nadie quería tomar por las condiciones de violencia. Lo peor no era eso, no había recargos que aumentarán el sueldo, solo se disponía del básico. Ni siquiera lo pensé, el rural era un escollo en la carrera por una especialidad y había que superarlo.
No tenía con quien compartir la decisión, las comunicaciones en los ochentas no son las de ahora, llamé por el precario y costoso servicio de larga distancia a mi mamá para contarle mi decisión y tranquilizarla argumentando que ese rural era el apropiado, esos argumentos ni yo mismo los creía.
Lo cierto es que sin intención solo por los azares del destino, Piter y yo nos volveríamos a encontrar esta vez en tierras araucanas. Piter Lopierre mi hermano, aquel que llegó por accidente a terminar los últimos seis meses del bachillerato en el colegio San José y con quien, también por accidente, compartí la formación médica, había conseguido una plaza para rural en Arauca, adónde yo, por otro accidente había sido enviado.