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domingo, 28 de octubre de 2018

No hay la mas remota posibilidad

En la creciente del Cesar, Rafael Escalona describe las peripecias de un enamorado,
“yo encontré un camion voltiao
y el chofer iva corriendo
por que estaba enamorao
lo encontré contra matao
con las dos piernas quebrá
me dijo que no era na
por que estaba enamorao”
Y es que un hombre enamorado hace o promete vainas de las que después, no digo que se arrepiente, pero al menos emite un pensativo, carajo.
Dejo en este momento claridad de que no estoy pensando en las cosas que haría influido por el estímulo de conquistar un nuevo amor. Para mi fortuna con el amor de Maruchis, mis hijos, mi mamá y la familia tengo y me basta. Estoy pensando en las cosas que no haría ni de vainas, aquellas para las cuales tengo acuñada y patentada la frase, no existe la más remota posibilidad de que haga tal cosa o tal otra.
Por ejemplo, no existe la más remota posibilidad de comprar entradas para ver películas de terror. No pago por sentir miedo ni de vainas, no tiene sentido. Algunos de mis contertulios dirán que soy un miedoso, no me afecta en lo más mínimo. Desde hace rato me proclamé y por escrito, como capitán inamovible del equipo de los “cagaos” léase miedosos.
Por razones diferentes a los temores nocturnos tampoco me subo a una montaña rusa, a una rueda de Chicago o a cualquier atracción de parques o ciudades de hierro que tengan como motivo de diversión causar vértigo. Me mareo, me vomito, no tengo la culpa. Tendría como nueve años cuando monté por vez primera en uno de esos juegos mecánicos, para ese edad desconocía la fragilidad de mi aparato vestibular. Me senté con mis primas dentro de la cabina y empezamos a girar rápidamente, todo era risas y diversión. La dicha duró poco, unos segundos después de iniciados los divertidos giros, mi cabeza daba más vueltas que el aparato en donde estaba montado. No veía la hora de que el juego terminara, me sentía totalmente aturdido. El fuerte mareo se acompañó de una vomitada de proporciones faraónicas. Fue de tal magnitud la mareada que todavía hoy la recuerdo perfectamente. No hay la más remota posibilidad de subir en cualquier aparato que sirva para producir vértigo.
Tampoco me subo en algo que se eleve al cielo con proporciones inferiores a un avión de doble turbina. Avionetas, helicópteros, globos aerostáticos, paracaídas, parapentes y demás objetos voladores de pequeñas facturas serán vistos volar por mí desde la segura y tranquila tierra. Tampoco hay la más remota posibilidad de montarme en un aparitico dé esos.
La edad de las aventuras terminó, ahora prefiero ver los toros desde la barrera, tal vez será un poco aburrido pero sin dudas es más seguro.
PD: Han pensado que cosas les hacen decir la frase, no hay la más remota posibilidad de...

Perfectos desconocidos

Perfectos desconocidos es una película italiana, con versión española, que aborda el tema de las relaciones humanas y la privacidad en este mundo digital. Con una buena dosis de humor y de presión psicológica, la cinta muestra lo que ocurre cuando un grupo de buenos y viejos amigos decide, por una noche, permitir que los mensajes llegados a sus teléfonos celulares sean compartidos por todos. Desastre garantizado, si bien la mayoría de los adultos no tienen nada que ocultar, siempre existe la posibilidad de encontrar archivos o de recibir mensajes que son de naturaleza privada, no aptos para el consumo masivo. Imagínense lo que puede ocurrir si usted, ademas, sí tiene mucho que ocultar como se ve en la cinta de marras.
El cuento viene a que la tecnología de las comunicaciones se involucra, de tal forma, en la vida actual que en los celulares se registran todas las actividades del diario vivir. La inmediatez de las redes sociales y el ávido lente de las cámaras celulares parece no tener fronteras. Todo lo que ocurre en los alrededores de un celular es susceptible de ser filmado y posteriormente enviado vía redes sociales a, literalmente, todo el mundo. Es tal la seducción que produce la dichosa camarita del teléfono móvil que se toman fotos y videos de todas las actividades humanas posibles, incluyendo las más íntimas y es allí en donde empiezan los problemas. Porque resulta que hay algo más seductor que tomarse fotografías en todos los modos posibles. Ese algo es chismocear, fisgonear o simplemente mirar las fotografías o los mensajes que otros guardan en la memoria del dichoso aparatico. Y en ese momento, caballero, la vaina cambia de castaño a oscuro. Usted tiene unas fotos, digamos, comprometoras y a su pareja o mamá le da por ver sus archivos o leer su WhatsApp; o peor aún, a usted se le olvidó eliminar un archivo embarazoso y le pasa su celular a alguien para mostrar otras cosas. Desde el momento en que se acuerda y hasta que borra la prueba del delito, se suda el petróleo suficiente para resolver la crisis energética mundial.
Por eso, para evitar esos malos momentos y malos entendidos evite las fotografías o los mensajes comprometedores. No olvide que cualquier registro gráfico o de texto, por muy inocente que parezca, siempre será susceptible de la tradicional y pringamosera pregunta ¿quien es esa o ese? Y así, comenzó Troya.

“En la amistad y en el amor se es más feliz con la ignorancia que con el saber”


William Shakespeare

Y donde está el piloto

Con frecuencia ocurre que los miembros de una familia se dedican a una misma actividad. Los hijos siguen los pasos de abuelos, padres o tíos creando verdaderas dinastías en algún campo laboral o de las artes. Este fue el caso en mi familia, por la línea paterna del abuelo Forero. Mi padre, dos tíos y algunos primos se dedicaron a diferentes aspectos relacionados con la aeronáutica. De manera que mi relación con los viajes y aviones comenzó bien temprano. Mi gusto por viajar, desarrollado desde la primera infancia, auguraba tener un comandante de avión en las filas de la familia, cargo que para esa época aún no había sido cubierto por ninguno de los herederos de la tradición familiar. 
Sin embargo, un pequeño problemita se presentó de manera simultánea con los primeros vuelos realizados. Mi sentido del oído y capacidad para tolerar los mareos es más que pobre, me mareo viendo una rueda de Chicago. Los pilotos aprenden a volar en aviones pequeños, que son sometidos a multiples turbulencias, nada que hacer, hay que buscar otro candidato. El gusto por volar y por los viajes, que sin duda lo tengo, va en relación directa al tamaño del avión en donde vuelo. Es decir me siento a mis anchas, no me cambio por nadie, me monto todas las veces que quieran y por el tiempo que quieran en un avión grande, de aquellos que tienen una menor probabilidad de sufrir por turbulencias. Entre más grande mejor, más contento, más lo gozo, menos mareos. Pero cuando se trata de montarse en un mosquito volador con pasajeros la cosa es a otro precio. No mis amigos, la época de volar en avioneta, helicópteros, globos aerostáticos, dirigibles y demás congéneres está superada. No me monto en un chocorito de esos ni por plata. Que son muy seguros, que aterrizan en cualquier parte, que pueden planear, de acuerdo lo puedo aceptar, pero se zarandean de lo lindo y yo mareado vomito hasta el apellido.
Viajar, si, a donde quieran, pero en un avión de 120 pasajeros o más, con el tamaño adecuado, haciendo el honor a la frase utilizada por algunos que dice: “el tamaño sí importa”.

La selección Colombia


Aprendí a ver fútbol oyéndolo. Como alguna vez conté, los domingos la familia se reunía, en la casona de la prima Cuya,  alrededor de un viejo pero eficaz radio de tubos Phillips a escuchar las vibrantes narraciones del negro Edgar Perea. Eran domingos de fútbol y de Junior, la selección Colombiana no hacía su debut en mi vida y pasión futbolera.
La pasión por la selección comenzó más tarde de la mano de un costeño ancestral, casi proverbial, Efraín “el caimán” Sanchez. La selección dirigida por esta leyenda del fútbol colombiano llegó hasta la final de la copa America de 1975. Con una defensa casi barranquillera, Segovia, Boricua y el Toto casi que nos sentíamos oyendo jugar a Junior. Willinton, Diaz, Retat, Umaña, Arboleda, Zape y Miguel Escobar completaban el tremendo equipo subcampeón de esa copa. Esa selección como dijo algún titular de prensa de hace algunos años: nos sacó del closet. Metió a la selección en nuestras vidas y se quedó para siempre.
Ver un partido de la selección es un rito casi sagrado en donde no se admiten intromisiones.
Primero, prefiero verlo a solas o con poca gente. Los comentarios los prefiero mesurados y no acalorados, ni del negro Perea me aguantaba sus comentarios. Por eso digo que falta hace Hernan Pelaez.
Segundo, debo escuchar la narración y comentarios de la radio, por supuesto. Ya les dije que me crié con el Phillips y sigo así, con el volumen del televisor en off y oyendo la radio, de principio a fin, todos los preámbulos y todos los comentarios.
No me gusta que me interrumpan mi comunión con la radio, de manera que preparo mi ritual con tiempo y ansiedad para ver jugar a la tricolor. Fíjense que digo ver jugar, no me interesa una selección que gane haciendo un papelón. Me gusta que jueguen, que toquen, que pongan el balón como un corozo, que muestren el fútbol que nos gusta en Colombia y si ganamos, mejor.
Hoy juega Colombia su paso a octavos de final del mundial. Ojalá juegue bien, como lo hicieron frente a Polonia. Si juegan bien el fútbol recompensa y deben ganar. Si pierden, jugando bien, no importa, es un juego, otro día será. Por lo pronto comienza mi ritual para ver un partido de la selección, espero poder hacer más rituales este mes.