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sábado, 11 de mayo de 2019

Aquel 19


Escuchando al Negrito del Batey Alberto Beltrán cantar:

“Aquel 19 será,

el recuerdo que en mi vivirá

ese día

que feliz

tan feliz”.

Caí en la cuenta que también tengo un 19 importante en mi vida. Es el 19 de junio, del año 1990. Ese día, después de mucho pensarlo, decidí migrar a la populosa capital llevando en mi cabeza muchas ilusiones pero más preocupaciones. Las ilusiones eran inobjetables: reafirmar el amor por Maruja que la distancia podría diluir y el otro, cumplir con el sueño de ingresar al postgrado que tan esquivo se notaba desde Barranquilla. A las concretas ilusiones unas preocupaciones se oponían con vehemencia. 
Para comenzar, Bogotá vivía una de las peores crisis de seguridad de la historia reciente colombiana. El presidente saliente, Virgilio Barco, dejaba la papa caliente de la Asamblea Nacional Constituyente al presidente entrante, Cesar Gaviria. Esta jugada política solo servía para dilatar el proceso de paz con el nefasto grupo de los extraditables. La bomba en el avión de Avianca, el asesinato de Galán, sendas bombas en el Espectador y en el DAS y otros actos terroristas ocurridos en cadena, hacían ver el traslado a la capital como imprudente, al menos. 
Aterricé en Bogotá en medio de ese caos político y de inseguridad en “aquel 19” con una inquietud mas urgente dando vueltas en mi cabeza. Al tablero de las preocupaciones, liderado por los actos de los extraditables, se sumaban otras no menos importantes, viviría en Bogotá sin apoyo económico, tampoco tenía trabajo y lo de menos era encontrar un cuarto en donde dormir esa noche. Sin embargo, mi preocupación inmediata era otra, debía conseguir un lugar privado, íntimo si se quiere, con un televisor que permitiera ponerme en comunión con la selección Colombia.
La selección volvía a un mundial después de muchos años de no participar en la cita universal. La presentación en el mundial empezó con una reconfortante victoria frente a Emiratos Árabes Unidos y luego una sufrida derrota frente a Yugoslavia. Para obtener el paso a segunda ronda se necesitaba sacar un punto frente al poderos equipo alemán, siempre favorito en todo mundial, ese partido no me lo podía perder. 
La sala de espera del centro médico en donde Martha tenía su consultorio sería mi centro de operaciones. A la hora del partido nada interrumpía mi concentración con el encuentro. Ese 19 el Pibe Valderrama, Freddy Rincon y compañía empezaban a escribir su historia y yo la mía.