Translate

domingo, 13 de marzo de 2016

Los catadores y el traje nuevo del emperador


Hace algún tiempo me preguntaba cuál podría ser el equivalente moderno del cuento del traje nuevo del emperador. Aquel famoso relato en donde unos sastres embaucan a un rey haciendo creer que hacen una tela mágica que solo puede ser vista por las personas inteligentes. No había sido fácil encontrar la respuesta hasta que asistí a una cata de café en una finca dedicada a producir café Gourmet.
¿Se preguntarán por qué? Pues hoy se los voy a contar.
Por múltiples razones, he sido invitado a participar en catas de diferentes bebidas, la más frecuente invitación ha sido a catas de vino, pero también de whisky, de cerveza y esta última de café.
Debo decir que son momentos muy agradables y en general bien organizados. Se disfruta de la bebida en cuestión y de los conocimientos que se adquieren cuando nos enseñan sobre las variedades que caracterizan cada bebida. Todo eso acompañado generalmente de buenos amigos y mejor comida, no se puede pedir más. Sin embargo, y aquí viene el problema, nunca he podido entender cómo los catadores logran encontrar tantos parecidos entre sabores, olores y texturas con las bebidas que estudian. El rito del catador es casi eucarístico. Con los ojos cerrados hace una serie de sortilegios con la copa o la tasa de la bebida en proceso de evaluación. La olfatean desde diferentes posiciones, la prueban en pequeñas cantidades, hacen muestras de analizar lo sentido para luego de un silencio expectante pronunciar su veredicto.
La descripción casi poética anuncia: Café de sabor a
roble con rasgos de jazmín y naranja.
Luego, como ocurre en el cuento de Andersen, los asistentes a la cata asienten con muestras de suficiencia y agrado los rebuscados parecidos como si de verdad los notaran.
A lo largo de la cata asistentes y catador inventan parecidos entre la bebida estudiada y los sabores y aromas de frutas, flores, maderas y aguas con un grado de imaginación solo comparable con la de los sastres que hacen la tela mágica de hilos de oro.
Debo confesar que tal vez por mi falta de experiencia en la degustación de bebidas o por alguna deficiencia sensorial, no encuentro todas las alternativas de sabor expresadas en las diferentes catas en las que he participado. Lo que me lleva a concluir, al igual que el niño en el cuento de marras, que solo soy capaz de ver al rey desnudo. 

domingo, 6 de marzo de 2016

Las fotos de la memoria.

Hacer memoria es como ver una fotografía en blanco y negro. En la memoria queda la foto del último recuerdo, de la última vez que vimos a un amigo, del lugar visitado. Se guardan los recuerdos como fotos de un álbum viejo que no se pueden modificar. La memoria no es capaz de cambiar el aspecto que imprime el inexorable paso del tiempo. Por esto en los reencuentros es imposible evitar los comentarios derivados de notar la discrepancia entre los cambios naturales del envejecimiento y la foto guardada en la memoria. Cuando la persona se conserva como lo recuerda nuestra memoria los comentarios son favorables y se declaran a los cuatro vientos causando regocijo en el receptor del beneplácito. Los asistentes que rodean al "igualito" aceptan y se preguntan qué hará para conservarse como nuestra memoria lo recuerda. Las teorías no son muchas, algunas se plantean en buena tónica otras las llaman de mala leche. Unas y otras van desde el asesoramiento de un esteticista, un cirujano plástico o dermatólogo hasta el uso de toda clase de costosas cremas, pasando por el convivir con una persona joven que "transfiere" colágeno. El uso de hormonas, vitaminas, antioxidantes y otras más son recursos válidos para salir airoso de los encuentros con la memoria colectiva y de los comentarios derivados. 
No ocurre lo mismo con aquellos asistentes que reciben el impacto de los años sin portar una genética favorable para lucir más joven, ni los recursos para atenuar el efecto de los calendarios. La discrepancia entre el recuerdo guardado en la memoria y el estado actual genera todo tipo de especulaciones. El comentario lapidario es que la persona en cuestión está “llevada”. Las causas de la "llevadera" tampoco son muchas. Enfermedades crónicas o problemas legales y económicos reducen el tráfico de cuchara y la posibilidad de pagar un cirujano plástico.
Ahora, si de generar comentarios se trata, los "llevados" y los "igualitos" no producen tantos comentarios como los que abusan de las medidas antienvejecimiento. En otro momento anoté que algunos tratamientos para disimular el inexorable transcurso del calendario pueden tener resultados insospechados. Ocurre una transformación en los rasgos de la cara que nuestra memoria no es capaz de reconocer al personaje. El resultado de tantos tratamientos anti envejecimiento es una cara de "muñeco" que confunde a la memoria.
Todavía queda un grupo de personas que no clasifican para los grupos anteriores. A estos personajes el paso del tiempo ni los dejo iguales, ni lucen llevados, ni utilizan métodos para cambiar el aspecto. El cambio en la figura los convierte en los "desfigurados"
La memoria confundida con los cambios logra que los asistentes se pregunten si este personaje fue compañero o es un infiltrado. Recuerdo que cuando ocurrió el encuentro con mis compañeros de colegio hice parte de este último grupo. A tal punto fue el asunto que el abdomen y calva de obispo desarrollados en los últimos años me asemejaban al rector.
Finalmente para la próxima reunión me sentiré satisfecho si nuestra memoria es capaz de recordar el último encuentro no importa lo "igualitos", "llevaditos", "muñequitos" o "desfiguraditos" que nos vimos.