Hace algún tiempo me
preguntaba cuál podría ser el equivalente moderno del cuento del traje nuevo
del emperador. Aquel famoso relato en donde unos sastres embaucan a un rey
haciendo creer que hacen una tela mágica que solo puede ser vista por las
personas inteligentes. No había sido fácil encontrar la respuesta hasta que
asistí a una cata de café en una finca dedicada a producir café Gourmet.
¿Se preguntarán por qué? Pues hoy se los voy a contar.
Por múltiples razones, he sido invitado a participar en catas de diferentes bebidas, la más frecuente invitación ha sido a catas de vino, pero también de whisky, de cerveza y esta última de café.
Debo decir que son momentos muy agradables y en general bien organizados. Se disfruta de la bebida en cuestión y de los conocimientos que se adquieren cuando nos enseñan sobre las variedades que caracterizan cada bebida. Todo eso acompañado generalmente de buenos amigos y mejor comida, no se puede pedir más. Sin embargo, y aquí viene el problema, nunca he podido entender cómo los catadores logran encontrar tantos parecidos entre sabores, olores y texturas con las bebidas que estudian. El rito del catador es casi eucarístico. Con los ojos cerrados hace una serie de sortilegios con la copa o la tasa de la bebida en proceso de evaluación. La olfatean desde diferentes posiciones, la prueban en pequeñas cantidades, hacen muestras de analizar lo sentido para luego de un silencio expectante pronunciar su veredicto.
La descripción casi poética anuncia: Café de sabor a roble con rasgos de jazmín y naranja.
Luego, como ocurre en el cuento de Andersen, los asistentes a la cata asienten con muestras de suficiencia y agrado los rebuscados parecidos como si de verdad los notaran.
A lo largo de la cata asistentes y catador inventan parecidos entre la bebida estudiada y los sabores y aromas de frutas, flores, maderas y aguas con un grado de imaginación solo comparable con la de los sastres que hacen la tela mágica de hilos de oro.
Debo confesar que tal vez por mi falta de experiencia en la degustación de bebidas o por alguna deficiencia sensorial, no encuentro todas las alternativas de sabor expresadas en las diferentes catas en las que he participado. Lo que me lleva a concluir, al igual que el niño en el cuento de marras, que solo soy capaz de ver al rey desnudo.
Por múltiples razones, he sido invitado a participar en catas de diferentes bebidas, la más frecuente invitación ha sido a catas de vino, pero también de whisky, de cerveza y esta última de café.
Debo decir que son momentos muy agradables y en general bien organizados. Se disfruta de la bebida en cuestión y de los conocimientos que se adquieren cuando nos enseñan sobre las variedades que caracterizan cada bebida. Todo eso acompañado generalmente de buenos amigos y mejor comida, no se puede pedir más. Sin embargo, y aquí viene el problema, nunca he podido entender cómo los catadores logran encontrar tantos parecidos entre sabores, olores y texturas con las bebidas que estudian. El rito del catador es casi eucarístico. Con los ojos cerrados hace una serie de sortilegios con la copa o la tasa de la bebida en proceso de evaluación. La olfatean desde diferentes posiciones, la prueban en pequeñas cantidades, hacen muestras de analizar lo sentido para luego de un silencio expectante pronunciar su veredicto.
La descripción casi poética anuncia: Café de sabor a roble con rasgos de jazmín y naranja.
Luego, como ocurre en el cuento de Andersen, los asistentes a la cata asienten con muestras de suficiencia y agrado los rebuscados parecidos como si de verdad los notaran.
A lo largo de la cata asistentes y catador inventan parecidos entre la bebida estudiada y los sabores y aromas de frutas, flores, maderas y aguas con un grado de imaginación solo comparable con la de los sastres que hacen la tela mágica de hilos de oro.
Debo confesar que tal vez por mi falta de experiencia en la degustación de bebidas o por alguna deficiencia sensorial, no encuentro todas las alternativas de sabor expresadas en las diferentes catas en las que he participado. Lo que me lleva a concluir, al igual que el niño en el cuento de marras, que solo soy capaz de ver al rey desnudo.