Llegué a Washington
un par de días antes de las elecciones del 8 de noviembre. Nunca había pisado
suelo norteamericano en época de elecciones, de manera que llevaba toda la
expectativa posible. La primera impresión que tuve y que aún conservo fue que
la rivalidad observada entre los candidatos, no se reflejaba en el ánimo del
común de la gente. En todo el recorrido del aeropuerto al hotel y en los que
hice posteriormente no vi un solo indicio de campaña electoral de uno o de otro
bando. La contienda estaba reservada solo para la gran carpa y tal vez en los
sitios de campaña, pero en la calle, no.
Una situación que
pude detectar de primera mano es la presencia del llamado voto vergonzante.
Pude notar como las personas no querían decir por cual candidato habían votado.
Inclusive después de confirmada la victoria hotelera, sus votantes se resistían
a confesar su preferencia por el hombre de la lengua suelta y el copete rubio.
Lo cierto es que
Hilary perdió, ganando en el voto popular y Trump ganó en el voto de los
representantes electorales. Difícil pero previsible situación. Como pocas veces
en la historia, cada candidato tenía la oportunidad de enfrentar al peor
contrincante posible y ganar sin mayor esfuerzo. Hilary se dedicó todo el
tiempo a decir lo que tocaba. Trump, mientras tanto, centró su discurso en
apoyar los temas que le interesan al grueso del pueblo americano blanco. Bajar
impuestos, acabar con la inmigración, restringir el libre comercio y otras
medidas que con toda seguridad no podrán ser llevadas a cabo; porque ese
intangible llamado el establecimiento no se lo permitirá.
Escuchando los
temores, expresados por los medios, con relación a las propuestas de Trump me
acordé de mis épocas mozas cuando debatía las ejecutorias de la mesa directiva
de la ANIR. El sindicato de internos y residentes sostenido gracias al apoyo de
la Universidad Nacional y su ánimo pluralista. Aunque la realidad era que ese
sindicato no tenía ningún futuro, para nosotros tenía sentido y lo defendíamos.
Pese a ser egresado de una universidad privada, aprendí rápido los modos y
arengas de las públicas. Rápidamente fui tomado en cuenta, mis apreciaciones
similares a las de Trump en el sentido de querer hacer lo que la galería pedía,
resultaban atractivas.
Los resultados fueron
positivos, salí elegido en la mesa directiva para el periodo de 1994. Hicimos
hasta lo imposible por cumplir las promesas de campaña. Pero como era de
esperarse, pocas cosas se concretaron. El establecimiento se salió con la suya
y todo siguió igual.
La historia se está
escribiendo, en unos años conoceremos el ganador del pulso entre las ideas
ultraderechistas de Trump y el consolidado pero intangible Establecimiento.