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domingo, 28 de agosto de 2016

El milagro está hecho.

Alguna vez se ha preguntado cómo se define la amistad? Por si en este momento empezó a pensar cómo definir la dichosa palabrita y no le sale una frase concreta, aquí traigo la definición de la RAE: Afecto personal puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato.
Más difícil aún, es tratar de medir la amistad. Cuáles o cuántos parámetros debe cumplir una relación para poder catalogarla como de amistad? ¿Es necesario conocer algunos aspectos mínimos para poder definir una relación como amistosa? ¿Quién entrega ese diploma? Pienso que a veces los adultos adoptamos posiciones trascendentales que nos llevan a perder la oportunidad de vivir experiencias que pueden ser muy reconfortantes. En esto de hacer amigos y vivir la amistad debemos imitar a los niños. Para ellos, el único parámetro de amistad es la existencia de un congénere.
Hace unos días nos reunimos un buen grupo de egresados de la facultad. Con algunos, teníamos los años de egresados de no vernos. De no saber nada de ellos. Si casados o solteros, si con hijos o sin hijos, gordos o flacos, con pelos o calvos. Con algunos no se conocía su lugar de residencia, en que trabajaban, sus pasatiempos, nada. Con muchos, los aspectos necesarios para tener una amistad eran inexistentes. El único punto de encuentro era y es, que somos congéneres, somos el producto final de una misma Alma Mater. Y eso, como en los niños, fue suficiente.
Gracias a un espontáneo y entusiasta equipo de trabajo, un grupo de egresados de la facultad de medicina de la Universidad del Norte tuvo un encuentro para no olvidar jamás. Sin dejar pasar el más mínimo detalle, con altas dosis de esfuerzo individual y dando muestras de un inigualable sentido de la amistad, el equipo norteamericano recibió con los brazos abiertos al grupo procedente de diferentes partes de Colombia y del mundo.
Fueron cinco días de reencuentro con la vida, la amistad, el corazón. Cinco días en donde se derramaron lágrimas por la felicidad del reencuentro, por las muestras genuinas de solidaridad, por recordar los anécdotas, por volver a bailar la música de aquellas fiestas universitarias; por volver a oír las canciones que marcaron un momento, por volver a vernos como éramos, por volver a tener 20 años.
Todos entendimos que somos congéneres y que nos unen las experiencias vividas en la facultad. No hubo obstáculos para el desenfreno sentimental, para decir a los cuatro vientos que somos amigos. Gozamos, disfrutamos, vivimos y sentimos ese encuentro como si nos conociéramos hasta en el último detalle, como si hubiéramos compartido toda la vida.
Héctor Lavoe canta todo tiene su final y esta nota del reencuentro no es la excepción. Quiero terminar solo con un único pero sentido y profundo, GRACIAS.

lunes, 22 de agosto de 2016


Una Carretera dietética

No lo podía creer, con los escasos presupuestos públicos de nuestra Costa Atlántica y su non sancto manejo, era realmente sorprendente ver lo impecable que estaba la nueva carretera Oriental. Doble y triple calzada, generosos espacios  a cada lado de la vía, glorietas con amplias salidas y una reciente demarcación mostraban un panorama sensacional. Pero eso no era lo mejor, la presencia de buenos peraltes y un perfecto asfaltado permitían conducir a las velocidades del primer mundo. Los tradicionales huecos eran cosa del pasado. No obstante, sentía que algo faltaba.

Salimos de Barranquilla con rumbo a Montería en medio de un aguacero de tuerca y tornillo como diría mi padre. El compromiso era llegar temprano a la capital de Córdoba haciendo escala en Lorica, la tierra de mis grandes amigos. Allí, en su famosa y recién restaurada plaza de mercado, un delicioso sancocho de gallina me esperaba y no quería hacerle el desaire.
Sin embargo, el aguacero que caía sobre Barranquilla tomaba partido en favor de la nutricionista que me atiende y su cruzada contra mi sobrepeso. Con semejante diluvio nunca llegaría a mi cita con el sancocho. El carro literalmente navegaba con velocidad de planchón en medio de las aguas de los arroyos. La salida tarde de casa y el aguacero acabaron con el tour gastronómico de Lorica. Otro día será pensé, mientras me hacía a la idea de remplazar el sancocho por unos chicharrones en "Míster Marrano" conocido lugar de Montería especializado en el arte de subir el colesterol.

La lluvia se fue sin despedirse ni dejar razón al momento de tomar la carretera Oriental. Sin agua y con carretera nueva la camioneta se deslizaba segura a buena velocidad, los chicharrones ya me parecía olerlos.
Sin embargo, algo no estaba bien. Poco aficionado al deporte extremo de viajar por carretera, no conocía la nueva vía que remplazaba la vieja carretera Oriental, pero algunas cosas empezaron a llamar la atención: no se veía tráfico ni gente, el río debía estar a mi izquierda y en ningún momento se sentía su presencia. La conclusión era lógica, estábamos perdidos. Inmediatamente noté el aspecto faltante en la nueva Oriental. Las salidas de las glorietas carecían de señales indicadoras para las diferentes rutas que la nueva vía ofrecía. Sin notarlo habíamos tomado rumbo a Sabanalarga, ruta opuesta a Montería en donde me esperaban mis chicharrones. Se hacía tarde.
Apremiados por el tiempo y él hambre me fui en contra de mis principios y preguntamos al primer lugareño que nos encontramos. Un campesino de la zona se desplazaba en su burro a la vera de la vía. Sus gestos e indicaciones hicieron gala de un despiste superior al nuestro de manera que no le creímos y seguimos buscando. Las indicaciones de un motociclista encontrado más adelante nos despistaron aún más. Martha y los niños querían regresar a Barranquilla.
A quien se le ocurre inaugurar una vía sin señales, me preguntaba.
Finalmente, después de una hora de transitar por las glorietas y calzadas dobles sin señalizar de la Oriental encontramos el camino correcto. Eso sí, con la certeza de que gracias al aguacero, la falta de señales, al despiste del campesino y el motociclista tampoco encontraría chicharrones calientes en Montería.