Alguna vez mencioné que viajar por carretera en
Colombia, clasifica para la categoría de deporte extremo, pero también debo
decir que en ese transitar podemos encontrar tales delicias gastronómicas, que
bien vale la pena correr el riesgo de conducir por nuestras vías.
Seguramente, por no usar mucho las carreteras mis referencias no serán las más completas, pero lo que si les puedo asegurar es que son buenas, de manera que tomen nota para cuando les toque no pierdan la oportunidad.
Una vez tuvimos que tomar la carretera troncal del Magdalena medio para ir a Barranquilla, al paso por la Dorada en el departamento de Caldas, sufrimos un percance, la correa del distribuidor se rompió y el carro comenzó a recalentarse. Justo cuando nos dimos cuenta del calentamiento, nos encontramos con una patrulla de la policía. Nos detuvimos, luego de contarles que el carro se recalentaba, un agente gentilmente lo revisó, detectó el daño y lo reparó con una media velada de Martha, como lo decían en las películas. Nos advirtió que la reparación era transitoria y que debíamos regresar a la Dorada. Corrían las 12 del día y por supuesto no había ningún taller abierto, como ocurre en todos los lugares en donde la temperatura del medio día es infernal, a esa hora o se almuerza o se está tomando la siesta después de haber almorzado. De manera que nos fuimos a buscar comida en una fonda situada a uno de los costados de la plaza mayor del pueblo. Una casa de arquitectura colonial con ventanas blancas de madera, de las que bajan hasta el suelo, nos recibió de manera acogedora. Con hambre y con tiempo, que se puede pedir en un restaurante de ancestros antioqueños, pues bandeja paisa. La pedí tradicional y así me la sirvieron, pero más grande. Nunca en la vida he vuelto a comer este plato con tal cantidad y de mejor sabor. Los frijoles venían en una cazuela aparte de la bandeja, ya ellos solos saciarían el hambre de cualquier parroquiano, al lado en una bandeja de tamaño familiar, el resto de los ingredientes estaban servidos generosamente y sin remilgos. Treinta minutos después, cuando creía que podía salir airoso de la prueba gastronómica, se presentó el mesero con el complemento, una tasa de mazamorra antioqueña con provocativos pedazos de panela servía como especie de postre. Me declaré satisfecho y no tomé la mazamorra pues no quedaba un resquicio en mi estómago que pudiera recibir otro alimento.
Fue tal el grado de satisfacción con esa bandeja que prometí volver, cosa que todavía no hago porque aún me siento lleno.
Seguramente, por no usar mucho las carreteras mis referencias no serán las más completas, pero lo que si les puedo asegurar es que son buenas, de manera que tomen nota para cuando les toque no pierdan la oportunidad.
Una vez tuvimos que tomar la carretera troncal del Magdalena medio para ir a Barranquilla, al paso por la Dorada en el departamento de Caldas, sufrimos un percance, la correa del distribuidor se rompió y el carro comenzó a recalentarse. Justo cuando nos dimos cuenta del calentamiento, nos encontramos con una patrulla de la policía. Nos detuvimos, luego de contarles que el carro se recalentaba, un agente gentilmente lo revisó, detectó el daño y lo reparó con una media velada de Martha, como lo decían en las películas. Nos advirtió que la reparación era transitoria y que debíamos regresar a la Dorada. Corrían las 12 del día y por supuesto no había ningún taller abierto, como ocurre en todos los lugares en donde la temperatura del medio día es infernal, a esa hora o se almuerza o se está tomando la siesta después de haber almorzado. De manera que nos fuimos a buscar comida en una fonda situada a uno de los costados de la plaza mayor del pueblo. Una casa de arquitectura colonial con ventanas blancas de madera, de las que bajan hasta el suelo, nos recibió de manera acogedora. Con hambre y con tiempo, que se puede pedir en un restaurante de ancestros antioqueños, pues bandeja paisa. La pedí tradicional y así me la sirvieron, pero más grande. Nunca en la vida he vuelto a comer este plato con tal cantidad y de mejor sabor. Los frijoles venían en una cazuela aparte de la bandeja, ya ellos solos saciarían el hambre de cualquier parroquiano, al lado en una bandeja de tamaño familiar, el resto de los ingredientes estaban servidos generosamente y sin remilgos. Treinta minutos después, cuando creía que podía salir airoso de la prueba gastronómica, se presentó el mesero con el complemento, una tasa de mazamorra antioqueña con provocativos pedazos de panela servía como especie de postre. Me declaré satisfecho y no tomé la mazamorra pues no quedaba un resquicio en mi estómago que pudiera recibir otro alimento.
Fue tal el grado de satisfacción con esa bandeja que prometí volver, cosa que todavía no hago porque aún me siento lleno.