Cumplir con el
requisito de la medicatura rural fue una experiencia inolvidable. En la
indómita y bella tierra araucana tuve la fortuna de compartir, con colegas de
otras áreas del país, la experiencia de ejercer el rural. Los hechos ocurridos
durante esta época son fuente inagotable de anécdotas e historias, algunas
divertidas otras no tanto, que maduran en la barrica de mi memoria, para ser
contadas cuando la vida lo permita. Una de esas historias, con visos de
aventura, la vivió mi amigo Henry Lopierre durante su rural en Tame, Arauca.
La usual
tranquilidad de la tarde, en la sala de urgencia del hospital, fue alterada por
un grupo de vecinos que traían a un joven mal herido. El muchacho recibió, de
manera accidental, una pedrada en la región temporoparietal derecha. Al momento
del ingreso estaba todavía consciente. El rural de turno lo recibió y luego de
evaluarlo entendió que debía tomar decisiones rápidamente. El paciente solo se
quejaba del dolor de cabeza, pero su estado de conciencia comenzó a empeorar tornándose
somnoliento.
El médico notó
una diferencia en el tamaño de las pupilas, la pedrada había lesionado la
arteria meníngea media. La consecuencia, un hematoma epidural. La conducta,
remisión inmediata a un hospital en donde un neurocirujano drenara el hematoma.
El problema, conseguir un traslado seguro y rápido. Las 12 horas necesarias
para cubrir el tramo terrestre podrían ser fatales para el paciente. Cada
minuto que pasaba hacía más sombrío el pronóstico.
La última
operación aérea desde el aeródromo tameño, despegó simultáneamente con el
ingreso del paciente al hospital, traer un nuevo avión resultaba imposible. Las
pistas sin luz y sin radio ayudas hacían imposible despegues y aterrizajes, las
operaciones del aeropuerto se cerraban a las seis de la tarde. El primer avión
llegaba al despuntar el alba, solo hasta ese momento podrían hacer el traslado,
antes, imposible. Se necesitaban las mismas 12 horas. El paciente no disponía
de ese tiempo.
La juventud de
los rurales imponía temores para tomar decisiones, pero al mismo tiempo
otorgaba la irreverencia necesaria para poder salvar la vida del paciente. Es
conocido, por todos los médicos rurales localizados en zonas lejanas, que una
estrella divina ilumina nuestras ejecutorias y ayuda a nuestros pacientes. El
oscurecimiento del cielo llanero trajo consigo a nuestra estrella que titilaba
con intensidad.
Uno de los
rurales decidió comunicarse con el hospital en donde desarrolló parte de su
internado. En el Instituto Neurológico de Bogotá disponían de neurocirujano las
24 horas del día, ellos ayudarían.
Las
instrucciones fueron claras, conseguir un taladro, esterilizar una broca y
hacer una incisión dos centímetros por encima del pabellón auricular. Usar solo
anestesia local, el paciente estaba lo suficientemente inconsciente para
aplicar anestesia general.
A las 4:30 pm
comenzó el procedimiento. Los únicos taladros disponibles en el hospital eran
los odontológicos. Estos fueron insuficientes ante la dureza del cráneo. Se
necesitaba un equipo de mayor potencia, había que pedir ayuda a la comunidad. La
noticia corrió como pólvora, de todas partes del pueblo llegaron taladros para
hacer el orificio y salvar la vida del muchacho. Un taladro Black and Decker,
prestado por la estación de policía, fue el elegido.
La broca
metálica, hecha para duras maderas, abrió con facilidad un orificio en el
cráneo del paciente. El primer intento fue fallido, el segundo tuvo éxito, una
pequeña cantidad de sangre oscura drenó por el orificio. La pupila dilatada
retornó a su normalidad, el hematoma estaba resuelto. Unos puntos al cuero
cabelludo y un vendaje terminaron el procedimiento. Aunque había que esperar,
los rurales estaban tranquilos, el paciente mostraba signos de mejoría, la
estrella de los rurales y sus pacientes brillaba con intensidad en el cénit.