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domingo, 15 de octubre de 2017

La estrella de los rurales

 

Cumplir con el requisito de la medicatura rural fue una experiencia inolvidable. En la indómita y bella tierra araucana tuve la fortuna de compartir, con colegas de otras áreas del país, la experiencia de ejercer el rural. Los hechos ocurridos durante esta época son fuente inagotable de anécdotas e historias, algunas divertidas otras no tanto, que maduran en la barrica de mi memoria, para ser contadas cuando la vida lo permita. Una de esas historias, con visos de aventura, la vivió mi amigo Henry Lopierre durante su rural en Tame, Arauca.
La usual tranquilidad de la tarde, en la sala de urgencia del hospital, fue alterada por un grupo de vecinos que traían a un joven mal herido. El muchacho recibió, de manera accidental, una pedrada en la región temporoparietal derecha. Al momento del ingreso estaba todavía consciente. El rural de turno lo recibió y luego de evaluarlo entendió que debía tomar decisiones rápidamente. El paciente solo se quejaba del dolor de cabeza, pero su estado de conciencia comenzó a empeorar tornándose somnoliento.
El médico notó una diferencia en el tamaño de las pupilas, la pedrada había lesionado la arteria meníngea media. La consecuencia, un hematoma epidural. La conducta, remisión inmediata a un hospital en donde un neurocirujano drenara el hematoma. El problema, conseguir un traslado seguro y rápido. Las 12 horas necesarias para cubrir el tramo terrestre podrían ser fatales para el paciente. Cada minuto que pasaba hacía más sombrío el pronóstico.
La última operación aérea desde el aeródromo tameño, despegó simultáneamente con el ingreso del paciente al hospital, traer un nuevo avión resultaba imposible. Las pistas sin luz y sin radio ayudas hacían imposible despegues y aterrizajes, las operaciones del aeropuerto se cerraban a las seis de la tarde. El primer avión llegaba al despuntar el alba, solo hasta ese momento podrían hacer el traslado, antes, imposible. Se necesitaban las mismas 12 horas. El paciente no disponía de ese tiempo.
La juventud de los rurales imponía temores para tomar decisiones, pero al mismo tiempo otorgaba la irreverencia necesaria para poder salvar la vida del paciente. Es conocido, por todos los médicos rurales localizados en zonas lejanas, que una estrella divina ilumina nuestras ejecutorias y ayuda a nuestros pacientes. El oscurecimiento del cielo llanero trajo consigo a nuestra estrella que titilaba con intensidad.
Uno de los rurales decidió comunicarse con el hospital en donde desarrolló parte de su internado. En el Instituto Neurológico de Bogotá disponían de neurocirujano las 24 horas del día, ellos ayudarían.
Las instrucciones fueron claras, conseguir un taladro, esterilizar una broca y hacer una incisión dos centímetros por encima del pabellón auricular. Usar solo anestesia local, el paciente estaba lo suficientemente inconsciente para aplicar anestesia general.
A las 4:30 pm comenzó el procedimiento. Los únicos taladros disponibles en el hospital eran los odontológicos. Estos fueron insuficientes ante la dureza del cráneo. Se necesitaba un equipo de mayor potencia, había que pedir ayuda a la comunidad. La noticia corrió como pólvora, de todas partes del pueblo llegaron taladros para hacer el orificio y salvar la vida del muchacho. Un taladro Black and Decker, prestado por la estación de policía, fue el elegido.
La broca metálica, hecha para duras maderas, abrió con facilidad un orificio en el cráneo del paciente. El primer intento fue fallido, el segundo tuvo éxito, una pequeña cantidad de sangre oscura drenó por el orificio. La pupila dilatada retornó a su normalidad, el hematoma estaba resuelto. Unos puntos al cuero cabelludo y un vendaje terminaron el procedimiento. Aunque había que esperar, los rurales estaban tranquilos, el paciente mostraba signos de mejoría, la estrella de los rurales y sus pacientes brillaba con intensidad en el cénit.




viernes, 13 de octubre de 2017

¡Haga ejercicio!


¡Tiene que hacer ejercicio! Esta frase, usualmente pronunciada en tono imperativo, como de regaño, es indicada por todos los profesionales de la salud ante cualquier consulta. Llega a tal punto el asunto que todo el mundo manda, literalmente, a practicar alguna forma de ejercicio seguramente sin conocer las circunstancias derivadas de iniciar algún deporte.
Les voy a contar mi experiencia derivada de comenzar a paliar con ejercicio los achaques propios de llegar al quinto piso. La ropa deportiva no fue problema. Mi señora, interesada desde hace tiempo en convencerme de las bondades de practicar algún deporte, ya tenía set completo de camisetas y pantalonetas para hacer ejercicio por más tiempo del disponible.
Desempolve, literalmente, una caminadora que fue convertida en perchero desde hace tanto tiempo que ya no se sabía el tipo de máquina original. Como era de esperarse, la caminadora no tenía remedio. El consabido estribillo “Se dañó la tarjeta” usado por todos los técnicos que arreglan cosas, presagiaba que el inicio del ejercicio saldría más caro de lo esperado.
Con la firme idea de comenzar la actividad deportiva caminando, deseché la idea de entrar a un gimnasio. Además, con lo que he pagado en gimnasios, a los cuales nunca fui, ya podría tener uno en mi casa. La decisión estaba tomada, caminaría por la vecindad.
El entusiasmo de la primera noche de caminada fue neutralizado por una sospechosa pareja de jóvenes que me seguían los pasos de cerca. Para evadirlos decidí cruzar la calle rápidamente, tan rápido que no vi venir una moto sin luces que casi me arrolla. Los jóvenes ni cuenta se dieron.
Con la frecuencia cardíaca a mil, no precisamente por el ejercicio, decidí caminar a un parque cercano en donde siempre había caminantes en busca de la salud perdida. 
El parque resultó estar en magníficas condiciones, no recordaba la razón que me había hecho desistir de usar sus caminos bordeados por viejos y frondosos almendros. Algunas personas caminaban aprovechando el aire puro y la frescura de la arboleda. No acababa de llegar cuando vi las razones para no caminar por este parque. Varios perros callejeros venían muy campantes desde el otro lado de la vereda. Desde niño le tuve pavor a los perros, cambié la dirección y me fui en sentido contrario. Los perros notaron mi temor y se dirigieron hacia mi ruta de escape. Cuando la frecuencia cardíaca nuevamente subía como un cohete apareció mi salvación. Un indigente notó mi situación y sin el menor temor espantó a los perros permitiéndome una salida decorosa del parque, no sin antes dejar una propina a mi salvador.
Motos sin luces, perros callejeros, indigentes pidiendo plata, tocó volver al gimnasio porque los achaques de los cincuenta no dan espera.

domingo, 8 de octubre de 2017

Estudiar en 2018


Sin el menor asomo de recato y consciente de las implicaciones resultantes de dejar constancia escrita de mis ideas, reafirmo que fui muy afortunado al estudiar medicina en los 80. ¿De donde sale el comentario? De pensar que resulta una proeza estudiar en esta época atiborrada de extraordinarios distractores. Durante mis años de formación no había la oferta televisiva, de internet y de juegos electrónicos disponible hoy. Teníamos dos canales de televisión, la radio y dos juegos electrónicos, Pac-Man y Space Invaders, pare de contar. Los juegos electrónicos caseros habían trascendido del telebolito al Atari, pero nunca con el nivel de masificación actual. Para jugar Pac-Man, Space Invaders o alguna variante había que ir a los centros de juegos. En el Gran Centro, a dos cuadras de la parada de la buseta Kra 54/Uninorte, estaba uno. Por un tiempo fue costumbre llegar al local, jugar un par de monedas y seguir a casa, frustrados por no pasar los primeros niveles del juego.
Los deportes televisados estaban en condición precaria. Uno que otro partido se transmitía por la señal nacional, en particular si había que tapar algún escándalo nacional y nada más.
La inmediatez solo la tenía la radio. Nunca olvidaré las transmisiones del ciclismo por radio. "Haga el cambio con Rimula" gritaba el requetemacanudo Julio Arrastía Bricca, un argentino excelente que vino a dar a Colombia no sé porque razón y que sabía de ciclismo como pocos. Pegados a la radio, en los momentos libres, escuchábamos las gestas heroicas de los escarabajos.
Hasta que llegó la televisión y con ella se complicaron las cosas. Las transmisiones del tour por televisión coincidían con el horario de las rotaciones. El semestre de medicina interna estaba por terminar y requería toda la atención, pero Lucho Herrera portaba la camiseta de las pepas rojas. No había manera, el súper yo me castigaba si pelaba clases, el gusto por ver deportes apremiaba por el otro lado. Tampoco había tanta oferta de lugares para ver las transmisiones. Había televisor en la tienda del frente y en la fotocopiadora. Me perdería la etapa de montaña. Sin embargo, no todo estaba perdido, dentro de mis cuentas de televisores disponibles olvidé incluir el localizado en la sala de diálisis. Mi grupo rotaba por nefrología de manera que estábamos salvados, acompañaríamos a Lucho en su etapa histórica, dejando rivales al subir las montañas francesas "como una moto".
Cuando todo presagiaba que presenciaríamos una aplastante victoria del ciclismo colombiano, apareció nuestro docente de nefrología. ¿Vendría a ver la etapa también? Sin voltear a mirar el televisor, tomó asiento en su escritorio y mandó a llamar el primer paciente. La etapa terminaba súbitamente para los rotantes de nefrología.
La consulta comenzó, pero no apagaron el televisor. Era literalmente imposible que apartara mi vista del aparato. Mientras el Dr. Cueto, imperturbable, continuaba su consulta, yo veía como Lucho subía en moto y los demás corredores quedaban rezagados. La etapa estaba para la historia, la televisión captaba mi atención como por encanto.
De pronto, una pregunta lanzada desde el escritorio por nuestro docente rompió el hechizo.
-Usted-
¿Que son los Oxiuros?
El usted era conmigo; oxiuros, Lucho Herrera, el Tour, nefrología, todo se me confundió.
-Unos parásitos- musité. Mi mente quedó en blanco, todavía hoy trato de recordar lo ocurrido y no puedo, solo sé que la reprimenda fue total.

Ser un buen profesional en una carrera exigente, cualquiera que ella sea, implica sacrificar tiempo para los deportes, la pareja, la familia y otros momentos importantes de la vida, quizás no hay remedio. Sin embargo, hoy, docente de medicina, padre de estudiantes universitarios y todavía fanático de los deportes, pienso que se pueden y se deben equilibrar las cargas. El éxito y la felicidad en la vida están más allá de un título universitario.

Salir en TV



Terminado el reciente encuentro entre Colombia y Paraguay, por las eliminatorias a Rusia 2018, expresé mi decepción por la pésima presentación del equipo con un lacónico mensaje de dos palabras, dejado en la cuenta de Twitter, “sin comentarios”.
Sin comentarios porque los errores del técnico Pekerman, de James y del infalible Ospina fueron tan notorios que no era necesario escuchar la perorata de los comentaristas deportivos. No había nada que comentar, perdimos por errores evidentes. Apagué el radio, la televisión y me fui a jugar tenis.
Sin embargo, pese a no estar en contacto con los medios de comunicación, pude notar el palo que le dieron a toda la selección por los múltiples errores cometidos. Los medios no dejaron títere con cabeza. De dioses a villanos en 5 minutos.
Lo ocurrido me llevó a reflexionar sobre la situación vivida, no solo por nuestros jugadores, sino también por el seleccionado argentino. ¿A que no adivinan cuál fue la conclusión de mis reflexiones? Perogrullo no lo había podido decir mejor: no hay personas infalibles. Somos seres humanos y todos cometemos errores. Se juzga y se critica sin piedad, olvidando que nadie es infalible, ni siquiera el seguro Ospina o la maravilla Messi.
El problema de Ospina, James, Messi, Pekerman y sus congéneres es que las equivocaciones cometidas salen en la televisión a los ojos de todo el mundo y con repeticiones instantáneas para que no queden dudas. Para colmo de sus males, las fallas ocurren en medio de partidos trascendentes, con la mayor convocatoria de público y que exigen la mayor concentración, pobres tipos.
No son muchos los privilegiados que les repiten en los medios, una y otra vez, sus errores. Pero tienen una ventaja, por esa misma razón ganan muy buen dinero. Messi es uno de los jugadores mejor pagado del mundo y sin embargo su selección aún tiene comprometida su clasificación al mundial.
Lo cierto es que independiente de cualquier cosa, lo que sale en televisión produce morbo y esa circunstancia hace que sus protagonistas reciban grandes sumas de dinero, que se convierte en bálsamo para soportar las críticas.

Me pregunto si estaríamos dispuestos a salir en televisión ejerciendo nuestros oficios y aceptar que nuestros errores sean juzgados por todo el mundo. Tienen la palabra.