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domingo, 5 de julio de 2020

"Saquen una hoja"

 

Lejos de lo que se podría pensar, los días de cuarentena no han sido propicios para las letras. Múltiples razones se pueden esgrimir para justificar el silencio literario, pero para no alargar el cuento, las circunstancias no son las más adecuadas para escribir con el toque de humor característico de mis notas. Con temores en el alma lo único que se puede escribir son los exámenes escritos.

No puedo olvidar la primera evaluación escrita que me produjo miedo. Todavía hoy, pasados mas de 40 años, tengo fresco el recuerdo del temor que sentía cuando el profesor de matemáticas ordenaba sacar una hoja suelta para un examen rápido no previsto. Puedo asegurar que todos mis condiscípulos recuerdan perfectamente al personaje. Estatura media, tez morena, ojos pequeños y vivaces, lucía un escaso y muy rasurado cabello cano, Lácides Mengual Alarcón ya era un hombre mayor cuando fue mi maestro de matemáticas. Una voz ronca producto de muchos años al servicio de la docencia y de fumar al menos un paquete diario de piel roja, completaban el cuadro del docente más recordado de mis primeros años de colegio. A pesar de sus años, conservaba él talante y gallardía de los hombres de su tierra guajira, su presencia infundía un respeto casi reverencial.

La “hoja suelta” fue utilizado como método de evaluación y enseñanza por el profesor Mengual durante todos sus años de actividad docente. La hoja tenía que ser tomada del centro de un cuaderno, sin incluir el usado para matemáticas pues este debía tener enumeradas sus hojas siguiendo el modelo de los libros registrados en la cámara de comercio. Los problemas, usualmente de la regla de tres, debían ser resueltos en dos secciones, razonamiento a la izquierda y operaciones a la derecha.

Al entregar la hoja, esta debía tener el nombre completo. El “Chichi” o “Piraguetano” que olvidare estampar su nombre completo era castigado sin remedio.

Mi compañero Luis Movilla recuerda:

“Fui víctima en una ocasión de la indignación que le producía no encontrar el nombre en la hoja. Al momento de repartir la hoja calificada preguntó ¿a quién no se le ha devuelto? Orinándome del susto respondí:

- Esa es mía profesor –

Me miró y la rompió como pelando una mandarina sin perder ningún pedazo. El castigo fue pasar el examen en una hoja nueva y adjuntar la vieja reconstruida con cinta pegante”.

El método funcionó, aprendimos a hacer reglas de tres con facilidad y por lo que se ve, también me sirvió para escribir una nota bajo la presión esta vez de un virus.