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martes, 21 de noviembre de 2017

Himnos y lágrimas










Hoy escuché una versión del himno de Barranquilla, en tiempo de bolero cubano, ejecutada con tal dulzura que no pude evitar derramar unas lágrimas por lo bella de la interpretación. Ahora, no hay ninguna dificultad en que yo derrame una lagrimita mientras canto el himno nacional o de Barranquilla durante algún acto. Un ejemplo, los actos previos a un encuentro deportivo. Nunca olvidaré aquel partido Colombia vs Ecuador clasificatorio para el mundial de Brasil 2014. No lo olvido porque era la primera vez que asistíamos al estadio con mi hijo menor, a quien el gusto por el fútbol todavía no le llegaba. El inicio del partido fue retrasado por un descomunal aguacero que inundó la cancha, los alrededores y aguó todas las expectativas. Pero a la hora de comenzar el encuentro, durante los actos de protocolo, el público barranquillero cantó ese himno con tal pasión y fervor que mi hijo y yo tendremos ese momento siempre presente. Casi que cantar el himno al unísono con todos los asistentes, llorando de emoción, con el amor patrio a flor de piel, ya era un espectáculo suficiente que pagaba las costosas boletas.
Claro que eso de cantar el himno nacional, en medio de un acto trascendental, como cuando se representa al país, a capela y sólo, tiene que ser muy difícil y debe producir más de una emoción. Recuerdo que nuestra querida Shakira fue vapuleada, en los medios de comunicación, por olvidar una palabra del himno nacional durante la inauguración de la cumbre de las Américas. La confusión no ameritaba semejante despliegue y por eso creo que nuestra estrella debió tener alguna lagrimilla de frustración.
Claro que, si de ser vapuleado por interpretar un himno se trata, quien más sabe de esa situación es el rebelde del acordeón, Alfredo Gutiérrez. A principios de los 80 Alfredo interpretó con su acordeón el “Gloria al bravo pueblo” en una caseta de Maracaibo. La guardia venezolana entendió como un acto irrespetuoso la versión en tiempo de vallenato del himno patriota y lo llevaron por tres días a la cárcel, no sin antes propinarle fuertes golpes en las nalgas. Las posaderas de Gutiérrez se hicieron famosas cuando fueron mostradas a la prensa para dar fe de la golpiza recibida. En este caso, Alfredo debió derramar lágrimas de rabia y dolor por el maltrato recibido.
Muchas otras lágrimas se habrán derramado por himnos y situaciones de la vida. Hoy recordé las mencionadas mientras escuchaba la versión del himno barranquillero en ritmo de bolero, pero a diferencia de los hermanos venezolanos, solo pude aplaudir y llorar.
Post scriptum: Para los interesados en apreciar la versión en tiempo de bolero son del himno de Barranquilla les anexo la pagina.
http://extranoticias.com.co/…/la-arquitectura-musical-del-…/

miércoles, 15 de noviembre de 2017

De algunos viajes


No sé de quién aprendí el adagio “De los arrepentidos se vale Dios” así como tampoco tengo idea con que intenciones fue pronunciado por su autor. En cambio, si tengo muy claro el momento cuando esta sentencia llega a mi mente de manera arrolladora. Siempre me ocurre cuando pienso, totalmente arrepentido, pero sin propósito de enmienda, ¿quien me mandó a montarme en este paseo?
El cuento viene a que con una frecuencia suficiente como para estar acostumbrado y no sufrir por arrepentimientos, acepto invitaciones a eventos realizados en lugares tan distantes, que el tiempo de viaje resulta ser más largo que la duración del curso.
Debo asegurar antes de ser mal interpretado que los eventos son de carácter académico, organizados por personas idóneas y en ciudades de altísimo nivel científico y también, hay que decirlo, de gran atractivo turístico. De manera que es muy fácil caer en la tentación, como usualmente ocurre, de aceptar la invitación.
Pero vienen los arrepentimientos, las fatigantes horas de espera en los aeropuertos, los viajes de 10 horas y más sentados en clase económica rodeado de niños llorando o de jóvenes europeos que no conocen ni el Mexana ni el Yodora; las fuertes y eternas turbulencias que producen los mayores arrepentimientos y le sacan padrenuestros y avemarías a los más ateos; las maletas extraviadas, las conexiones perdidas, en fin todos los problemas derivados de los viajes largos. 
Pero ahí no termina la cosa, en estos viajes exprés también hacen parte del problema la peligrosa conjugación de los verbos conocer y aprovechar.
Hay que salir a “conocer” la ciudad que acoge el evento. Con mapa en mano y guiados siempre por el más osado de los asistentes, se emprenden caminatas larguísimas por los lugares emblemáticos de la ciudad y por otros también. Estas caminatas tienen la particularidad de que son hechas el mismo día del arribo, después de 24 horas de viaje y aeropuertos. La razón es que nunca hay tiempo porque las agendas académicas son muy apretadas, entonces hay que “aprovechar” el tiempo libre.
Con el ánimo de “conocer” la gastronomía del lugar escogido para el curso se obtienen unos daños intestinales que usualmente se extienden hasta después de terminado el periplo. El verbo aprovechar se aplica a muchas cosas, por ejemplo, aprovechemos que vinimos hasta acá y compremos tal o cual cosa. El objeto comprado nunca se usará y le adiciona un problema más al periplo, el gasto en compras inútiles.
Recuerdo que aproveché un viaje a Estambul para comprar un juego de té, a mi juicio hermoso, que me ocasionó toda clase de dolores de cabeza para que llegara intacto a Barranquilla y que después de ese día no volví a ver en mi casa. Una compra sin duda inútil.
El cansancio del apretado viaje, el susto por las turbulencias, los encargos, el dinero gastado en artículos innecesarios y el que se deja de producir inducen estados de arrepentimiento. Se hace uno la pregunta, ¿a qué hora se me ocurrió aceptar esta invitación? Resulta que la respuesta no debe sorprender a nadie, pues compartir y descubrir nuevos conocimientos con colegas prestigiosos y con nuestros compañeros, en centros hospitalarios de alto nivel científico, en las mejores ciudades del mundo, supera miedos, gastos y cansancio.


miércoles, 8 de noviembre de 2017

El precio de ser "Fitness"

Hace unos días comentaba sobre el tono, un tanto apremiante, utilizado por los profesionales de la salud cuando prescriben el ejercicio a sus pacientes. Impulsado por el temor a las consecuencias derivadas de la falta de ejercicio, el paciente sale a comprar ropa deportiva, se inscribe en el gimnasio de moda, compra elíptica, reloj para medir frecuencia cardíaca, activa las aplicaciones “fitness” del celular, mejor dicho, se pega una endeudada para comenzar con los ejercicios que lo obligan a trabajar el doble para pagar las cuentas. Conclusión, no tiene tiempo para hacer el ejercicio ordenado por su facultativo.
El problema es que la cosa no termina en aquella consulta donde se ordenó hacer ejercicio. En la siguiente consulta el profesional que evalúa el caso encuentra qué el paciente aumenta de peso notablemente. Obvio, la falta de ejercicio y la ansiedad fruto de las deudas contraídas, aumentaron el apetito y por tanto los kilos adicionales no tardan en aparecer. El tono del médico al enterarse de la falta de ejercicio y el aumento de peso será un poco más severo, casi de reproche. Ahora no solo tiene que hacer ejercicio, también tiene que bajar de peso.
El compromiso de hacer ejercicio es fácil de cumplir, saca a pasear el perro por la noche, madruga y camina con los amigos, hace rumba terapia, se inscribe en un gimnasio, lo que sea, usted lo puede demostrar y no hay problema. Pero bajar de peso y sostenerlo es una lucha, casi sin cuartel, contra la implacable báscula. Tome el peso diario o semanal, en cueros o con ropa, en su báscula o en la del médico, siempre faltarán los kilos necesarios para cumplir las metas propuestas.
Con el agravante que bajar de peso resulta más costoso que hacer ejercicio, pues implica hacer las inversiones mencionadas en el programa de ejercicios, más los costos derivados de mantener una dieta baja en calorías que, además, cumpla el requisito de ser agradable y nutritiva. Frutos secos, pistachos, semillas de las unas y de las otras, edulcorantes, verduras, leches descremadas, salmón y otras delicias de las comidas y bebidas “fitness” son sin duda más costosas que una arepa de huevo con una Coca Cola.
Sin embargo y pese a lo mencionado, tengo que recomendarles hacer ejercicio y llevar una dieta saludable. Probablemente no se prolongue la vida, pero si será más fácil manejar la llegada de los inexorables achaques de la vejez.