Un apremiante repicar de alarmas sonaba por toda la casa. Parecía que por orden suprema todos los aditamentos susceptibles de activarse como alarma de tiempo se hubieran puesto de acuerdo. Las 5:20 de la mañana era la hora escogida para su accionar. Sin embargo, el ruido ensordecedor de los dispositivos programados para despertar a la familia había fallado. A esa hora, ya parte de la familia se había levantado y tomaban zigzagueantes los rumbos que la fisiología impone a esas horas.
El estrés, el afán, la expectativa por el evento del medio día, le había
quebrado el espinazo al proverbial sueño de los Forero. Solo los varones
jóvenes se resistían al embate del ensordecedor ruido programado y continuaban
durmiendo como la costumbre lo imponía.
El sol despuntando y la noche aún fresca me hicieron asomar por la ventana.
- Ahora sí me estoy poniendo viejo, me desperté primero que la alarma. Este pensamiento me distrajo de mi verdadera incógnita. ¿Cuál era el afán de levantarse tan temprano? La hora fijada para el inicio de la ceremonia del grado de mi hija estaba programado para las 10:00 de la mañana. Las 7:00 am se me antojaba una hora más prudente. Sin embargo, la velocidad de los pasos y el volumen de las voces del contingente femenino aumentaba con el paso de los minutos. Alistaban los cuartos, recogían las cosas olvidadas, limpiaban los baños. Parecía que la reina de Inglaterra nos visitaba. Los primeros compases del desayuno se comenzaban a sentir en el ambiente.
- Cuando sea la hora estarán tan cansadas que ya no van a querer ir a la ceremonia, me dije.
Media hora después del ruidoso y prematuro despertar el equipo femenino de la casa estaba listo, encerradas en los cuartos con mejor ventilación parecían la virgen María esperando al arcángel San Gabriel. El timbre de la puerta me saco de mis pensamientos y aclaró todas las dudas relacionadas con el comportamiento de las mujeres de la familia.
Abrí la puerta con cierta timidez y desconfianza. La hora no era propicia para visitas y aunque la casa estaba arreglada como para inspección de suegra, las mujeres aún no estaban a punto.
De golpe y porrazo un séquito de melifluos jóvenes con caminar de pasos cortos y amplios movimientos de extremidades entraron por asalto a mi casa. Venían aperados con cajas porta herramientas de varios niveles, espejos, secadores y quién sabe qué más cosas. Todas ellas dispuestas para la puesta a punto de la familia.
La respuesta a mi pregunta estaba solucionada, peluquero, maquillador y asistentes para vestidos son imprescindibles y más importantes que cualquiera en las horas previas a una ceremonia de tal magnitud.
De manera que no sigo escribiendo pues me llaman para la primera peluqueada.
La segunda es cuando cobren.
El sol despuntando y la noche aún fresca me hicieron asomar por la ventana.
- Ahora sí me estoy poniendo viejo, me desperté primero que la alarma. Este pensamiento me distrajo de mi verdadera incógnita. ¿Cuál era el afán de levantarse tan temprano? La hora fijada para el inicio de la ceremonia del grado de mi hija estaba programado para las 10:00 de la mañana. Las 7:00 am se me antojaba una hora más prudente. Sin embargo, la velocidad de los pasos y el volumen de las voces del contingente femenino aumentaba con el paso de los minutos. Alistaban los cuartos, recogían las cosas olvidadas, limpiaban los baños. Parecía que la reina de Inglaterra nos visitaba. Los primeros compases del desayuno se comenzaban a sentir en el ambiente.
- Cuando sea la hora estarán tan cansadas que ya no van a querer ir a la ceremonia, me dije.
Media hora después del ruidoso y prematuro despertar el equipo femenino de la casa estaba listo, encerradas en los cuartos con mejor ventilación parecían la virgen María esperando al arcángel San Gabriel. El timbre de la puerta me saco de mis pensamientos y aclaró todas las dudas relacionadas con el comportamiento de las mujeres de la familia.
Abrí la puerta con cierta timidez y desconfianza. La hora no era propicia para visitas y aunque la casa estaba arreglada como para inspección de suegra, las mujeres aún no estaban a punto.
De golpe y porrazo un séquito de melifluos jóvenes con caminar de pasos cortos y amplios movimientos de extremidades entraron por asalto a mi casa. Venían aperados con cajas porta herramientas de varios niveles, espejos, secadores y quién sabe qué más cosas. Todas ellas dispuestas para la puesta a punto de la familia.
La respuesta a mi pregunta estaba solucionada, peluquero, maquillador y asistentes para vestidos son imprescindibles y más importantes que cualquiera en las horas previas a una ceremonia de tal magnitud.
De manera que no sigo escribiendo pues me llaman para la primera peluqueada.
La segunda es cuando cobren.