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domingo, 31 de mayo de 2015

La casa médica

Todas mis pertenencias cabían y sobraba espacio en una maleta de "cuero" chino, que por china había soportado el uso y el abuso. Era de la tía Magola, la usaba para enviar desde Miami baratijas de contrabando. En uno de esos ires y venires resultó el viaje en búsqueda de un rural quien sabe en donde, con escala en Bogotá por quien sabe cuántos días. Se requería una maleta con capacidad y por eso tomé prestada la maleta contrabandista. Total, con libros, ropa de cama y pertenecías, la maleta de la tía hizo el que a la postre seria su último viaje de la "suite" a la residencia de los rurales. 
La casa médica era un lugar que podríamos llamar sui géneris, tres cuartos, dos baños, sala, cocina y patio como cualquier vivienda en Colombia, la diferencia estaba en la distribución. Entrabamos por una gran puerta metálica de color verde franqueando un garaje, de manera que por fuera parecía la entrada de un taller. La puerta de acceso una vez pasado el garaje, se abría a un largo pasillo lateral que servía como eje tutelar de la casa, a un costado las habitaciones y al otro costado lo que podríamos llamar patio. El techo por consiguiente solo cubría la parte del pasillo que correspondía con las habitaciones de manera que cuando llovía, el piso se mojaba y los insectos llegaban irremediablemente. Al entrar primero encontrábamos el cuarto de Patricia la bacteriológica que por ser la más antigua del grupo, ocupaba el único cuarto con baño y sin ventanas de esta casa. Contiguo al cuarto se encontraban en el siguiente orden: el baño principal, la cocina, dos cuartos contiguos sin clóset y finalmente la sala, el patio de la casa corría en forma paralela con el pasillo, convendrán en que la distribución es al menos no usual. Otra particularidad consistía en que desde la sala y subiendo unas escaleras se llegaba a una sencilla pensión de las que abundaban en Arauca por esas épocas. Lo bueno de la pensión era que tenía teléfono con servicio de larga distancia y la dueña no se molestaba en pegar un grito con el nombre del beneficiario de una llamada familiar. 
El mejor lugar de la casa era el pasillo, en las noches la fresca temperatura invitaba a usar una hamaca arrulladora y muchas veces cómplice que acogía a los habitantes de la casa sin mucho recato.
La casa podía albergar siete personas aunque en muchas noches la cifra aumentaba con la visita de algún amigo o amiga que ayudaba a tolerar la soledad del rural. Me alcance a preocupar cuando hice las cuentas, Piter y otros tres médicos rurales, dos enfermeras y una bacterióloga, total siete y conmigo ocho, no había cupo. Pero el destino como siempre se encargaría de cambiar las cosas para permitir que estos dos compinches amigos siguieran adelante. Resultó que los otros tres rurales tenían, por diferentes razones, lugares de habitación que les resultaban más favorables que la casa médica, de manera que se hacía necesaria la presencia de otras personas que pagaran el alquiler y allí estaba yo con mi maleta.
Con mi llegada la nómina de habitantes de la casa reflejaba la diversidad de regiones, dos médicos costeños, dos enfermeras rosaristas, más rolas que el ajiaco santafereño y una bacterióloga paisa bien raizal, que por ser la de más tiempo en el hospital llevaba la batuta de la casa y dictaba las necesarias normas de convivencia. El cupo restante pronto seria llenado.
Durante nueve meses conviví en esa casa con un grupo cambiante de jóvenes profesionales llenos de expectativas que llegamos a ejercer nuestras profesiones con el entusiasmo de la primera vez y que fuimos marcados de alguna forma por la preciosa tierra llanera.

Los rurales

La sorpresa fue mayúscula, el médico de apellido raro y de nombre Piter, resultó ser mi compañero de colegio y de universidad, recuerdo que el último día que hablamos nos despedimos como siempre, como sí nos fuéramos a ver en unos días, quien lo hubiera creído una semana después, sin planearlo y por diferentes vías llegamos a la casa médica de Arauca.
Para aquellos tiempos los médicos que cuidaban la salud en muchas zonas del país eran los médicos rurales acompañados por médicos generales. Arauca la capital de la intendencia con aproximadamente veinticinco mil habitantes tenía algo así como trece médicos para resolver los problemas de salud. Dos cirujanos generales completaban la nómina de facultativos. En ese entonces las riendas del hospital eran llevadas por cuatro rurales, es decir hacían los
turnos, manejaban los pacientes hospitalizados, atendían la urgencia y consulta externa, lo hacían todo.
Mientras tanto mi trabajo como rural del Subsidio Familiar de la Caja Agraria se limitaba a una consulta externa en horario de oficina y algunas charlas educativas en las empresas afiliadas. La verdadera limitante consistía en que la consulta era exigua, la falta de médicos que se vivió durante meses produjo pérdida de confianza en los afiliados dejando de asistir. En una semana de rural ya había consumido buena parte de los temas que tenía para estudiar y el aburrimiento empezaba a producirme efectos de los cuales después me tendría que arrepentir.
Estudié medicina para ejercerla y no para sentarme en un escritorio a esperar que llegaran los enfermos, el recurso de ir a buscar pacientes era un trabajo para los empleados administrativos, yo quería acción. Piter habló con el director del hospital y los otros rurales, todos aceptaron. Empecé asistiendo a la revista matutina de los pacientes hospitalizados y posteriormente tomé una secuencia de turnos. Llegué a tener tanta acción, que termine haciendo más turnos que los rurales de planta.
El temor de enfrentar a los "genios" sabelotodo del interior se presentó cuando me presentaron a los otros rurales, dos de ellos eran de la Javeriana y otro de la UIS, sin duda excelentes facultades que dejan una impronta en sus egresados y estos la tenían y la hacían notar. Pero a la hora de trabajar y ver pacientes tenían los mismos problemas que yo tenía y sabían lo mismo que yo sabía luego no había diferencia entre unos y otros, ni ellos eran genios ni yo era un ignorante.

El primer día de una larga historia

El primer día de una larga historia

Llovía copiosamente, el jet Boeing 727 de SAM seguro en su desplazamiento, carreteaba por la pista luego de un vuelo que me traía desde Bogotá sin contratiempos pero lleno de expectativas. La mojada estaba garantizada, por las precarias condiciones del aeropuerto, no había manera de bajarse del avión sin que el fuerte aguacero cumpliera con la función de bautizar de una vez mi llegada al llano.
Aunque fue más la expectativa que las gotas, ni la maleta se salvó del anunciado bautizo llanero, los que sí se salvaron fueron los encargados de recogerme en el aeropuerto o por lo menos eso pensé al darme cuenta de que nadie me abordaba para darme la bienvenida, finalmente acompañado de mis miedos atávicos, la húmeda maleta y la edición más reciente de la medicina interna de Harrison, que alguna seguridad me daba, monté en el último de los taxis dispuestos para recoger a los viajeros, un campero de fabricación rusa marca GAZ fue el encargado de hacer el recorrido inicial por las calles de la floreciente Arauca. Si había logrado salvarme de la lluvia en el aeropuerto, en el GAZ no me escaparía, los huecos de la carpa cumplían muy bien la labor de dejar pasar la lluvia, pero no así a la brisa, de manera que la mojada era por partida doble, la lluvia y el sudor. De lo que si no me salvaba era de pagar la carrera, monto que no estaba contemplado en el riguroso y exiguo presupuesto que traía para afrontar los primeros días de estancia, mientras mi nuevo y primer empleador, La Caja Agraria, pagaba mi trabajo como médico rural del consultorio dispuesto para la región. La oficina principal de un banco en regiones como esta, ganadera y petrolera, debía ser un hervidero y aquella tarde no era la excepción. Lo cierto era que no me esperaban para ese día y aunque fueron muy amables, tampoco sabían qué hacer con mi llegada.
La incertidumbre inicial acrecentaba mis miedos, mientras mi presupuesto continuaba en caída libre, la primera noche debía costearla en alguno de los hoteles disponibles y no había muchas opciones que se ajustaran a mis ya mencionadas finanzas. Para la fecha, septiembre de 1988, Arauca enfrentaba una bonanza petrolera que traía consigo el aumento en el costo de vida, la llegada de mucho forastero y el derroche de contratos que no se reflejaban en una recuperación de la infraestructura, de manera que las calles enfangadas por la lluvia hacían más difícil ese primer y a la postre único mal día en la bella tierra llanera, porque a partir del día siguiente los hechos que se produjeron fueron siempre motivo de alegría que aun hoy, veinticinco años después, sigo disfrutando. Después les cuento....

sábado, 23 de mayo de 2015

Gastronomia araucana

Terminar mi aventura en el llano fue algo doloroso pero sin duda muy conveniente para mi peso y estado físico. Durante gran parte de mi juventud claramente caía en el grupo de los peso pluma o más bien peso lástima. Pese a un apetito notable, no había forma de que subiera de peso, cosa que nunca jamás me preocupó. El metabolismo adolescente asociado al uso de la bicicleta como medio de transporte me mantenían en el peso ideal para ser apodado como Gilligan, remoquete que no me producía ningún orgullo pero que debo reconocer se ajustaba a mi aspecto del momento.
La llegada al llano disminuyó mis hábitos deportivos y acrecentó mis habilidades con el consumo de los alimentos lo que se tradujo en un lento pero progresivo aumento de peso. Es que no había manera de abstenerse, los desayunos, almuerzos y comidas a la carta y en abundancia hacían que el llano fuera el lugar ideal para alguien que como ya he dicho sufre de buen apetito.
Jamás podré olvidar las hallacas que preparaban en el restaurante de la mama de Freddy. Con una devoción que solo la dan los años, la señora Ana preparaba unas hallacas tan sabrosas que sólo se pueden comparar con las que hace mi mama y quedan empatadas. En el ranking de mis platos favoritos del llano, la hallaca con carne de cerdo ocupa el primer lugar.
El sancocho de gallina, el bagre frito, el pisillo y el chigüiro completan la lista de platos de la región que la hacen inolvidable en este aspecto.
Un comentario aparte merece la carne a la llanera, en ese plato se conjuga la esencia del llano, preparar una mamona requiere el desarrollo de un ritual para el que solo está designado alguien de alto rango en la finca. Esta preparación se reserva para ocasiones especiales y sabe mejor cuando se degusta con la compañía de arpa, cuatro y maracas. Las mejores terneras las comí en la finca de los esposos Mijares o en la Antioqueña en donde siempre había todo lo descrito y cantidades navegables de licor.
La carne de ternera o cerdo preparada con el calor indirecto que proporcionan leños acomodados en forma de pirámide se cocinaban a fuego lento asegurando un delicioso sabor y textura. El topocho, la papa y la yuca acompañados de suero llanero completaban la oferta de una forma inmejorable. Todavía me pregunto cómo no subí más de peso....


El rural es en Arauca

En la búsqueda de ejercer la medicatura rural sin tener que pagar con votos el favor a un político y con la esperanza de obtener un buen sueldo que sirviera para compensar los esfuerzos de mis padres, llegué a Bogotá. Nunca había puesto un pie en la capital y la verdad, no nos digamos mentiras, llegaba “cagao”. Razones para mis temores se contaban y necesitaba los dedos de las manos y los pies, que la violencia, que la inseguridad, que las bombas, que las distancias, que nunca había estado en ella, que no tenía un apoyo económico en fin una multitud de razones, pero la causa que realmente me preocupaba era tener que enfrentar mi ignorancia en temas médicos. El cuento era que las universidades de la costa formaban profesionales de poca monta, de medio pelo, mientras que en el interior todos eran genios y se las sabían todas. Lo más grave era que semejante falacia yo me la creía.
Mis mejores amigos, en cambio, se habían quedado en la segura costa atlántica. En casa de Piter amigo desde el colegio me hicieron la despedida, conversamos sobre las expectativas, bailamos y reímos con las anécdotas vividas durante la carrera que de allí en adelante se repetirían en cada reunión, como si fuera la primera vez y con las mismas estruendosas carcajadas.
Solo una semana había pasado desde aquella despedida, el refrán dice "más largo que una semana sin carne" pues yo puedo decir más largo que una semana con expectativas, una semana de esperas. El proceso de selección en la Caja Agraria era largo, toda clase de pruebas psicotécnicas, test de coeficiente intelectual, exámenes médicos y todavía no sabía ni cuándo ni a dónde sería asignado. Aspiraba trabajar en una unidad móvil, los recargos por la movilización hacían que el sueldo fuera más atractivo. Pero pasaban los días y nada se sabía, finalmente fui citado por la gerente del Subsidio Familiar. Malas noticias, un accidente sacaba de circulación la unidad móvil para la cual estaba asignado, solo quedaba la vacante de Arauca, que nadie quería tomar por las condiciones de violencia. Lo peor no era eso, no había recargos que aumentarán el sueldo, solo se disponía del básico. Ni siquiera lo pensé, el rural era un escollo en la carrera por una especialidad y había que superarlo.
No tenía con quien compartir la decisión, las comunicaciones en los ochentas no son las de ahora, llamé por el precario y costoso servicio de larga distancia a mi mamá para contarle mi decisión y tranquilizarla argumentando que ese rural era el apropiado, esos argumentos ni yo mismo los creía.
Lo cierto es que sin intención solo por los azares del destino, Piter y yo nos volveríamos a encontrar esta vez en tierras araucanas. Piter Lopierre mi hermano, aquel que llegó por accidente a terminar los últimos seis meses del bachillerato en el colegio San José y con quien, también por accidente, compartí la formación médica, había conseguido una plaza para rural en Arauca, adónde yo, por otro accidente había sido enviado. 


sábado, 2 de mayo de 2015

Vídeo aficionado



Al mencionar la palabra periscopio, todos recordaran el aparato por donde el capitán de los submarinos ve a los enemigos y dispara los torpedos. Pero si relacionamos periscopio con Twitter, ¿Qué nos imagínanos? Es difícil dar una respuesta coherente, pero lo que sí puedo garantizar es que a los programas de vídeos y noticieros se les va a incrementar el volumen de notas para presentar.
A qué viene el cuento, no sé si saben pero Colombia es uno de los países en donde se producen más noticias, de toda índole, a cada minuto, es claro que la violencia, la pobreza y todas las demás cosas buenas y malas que nos pasan son motivo de noticias. Si a eso le adicionamos el gusto actual por tomar un vídeo de cualquier cosa que ocurra a nuestro alrededor, los programas y las redes sociales no van a dar abasto. Con el advenimiento de los teléfonos con cámara y de aplicaciones como periscopio que capta vídeos y los sube a la red vía Twitter, todos los poseedores de un sistema de estos se van a sentir periodistas en trabajo de campo y ante un evento inusual, sacaran su aparato y comenzaran a grabar sin el menor temor o recato. Este modelo de televisión "real" comenzó con los llamados locos vídeos, que registraban caídas inesperadas, algunas prefabricadas, que generaban risa en los televidentes. Los nuevos reporteros, son otra historia, estos prefieren grabar su video con la esperanza de volverse famosos, aun a costa de los principios básicos de vida. Se prefiere buscar la mejor toma que hacer algún esfuerzo para darle una ayuda al motivo de su video. El colmo del afán por tener un video que salga en televisión, es el de aquellos que ponen en riesgo su vida mientras buscan la mejor toma. Recuerdo filmaciones hechas durante inundaciones, en donde los que tienen la cámara están a punto de caer en las aguas por estar distraídos logrando una buena toma. Los que se llevan el premio mayor son los cazadores de tornados en Estados Unidos, hay que tener mucha pasión y cierto grado de locura, para salir a buscar, filmar y registrar los efectos de semejante manifestación de la naturaleza. La captura de un hecho en una cámara de video, salir en la televisión y saborear las mieles de la fama, se volvió más importante que la noble acción de ayudar a alguien en peligro.


Gastronomía, carrera exigente

La gastronomía se puso de moda y de qué manera, hasta hace pocos años en los miembros de las familias de tradición estudiar cocina, se podía relacionar con montar la competencia de Haceb o Centrales, a ninguno se le pasaba por la mente que los herederos se podrían dedicar al arte culinario. Es que en Colombia los modelos a seguir en el campo de la gastronomía no existían, el único referente con pergaminos fue Segundo Cabezas, un chef del pacífico nariñense, entrenado en la academia Cordon Bleu que ocupó todos los cargos posibles y hasta programa de televisión tuvo. Saúl García, que no era chef, hizo un programa de cocina para el mediodía con alguna figuración pero nada relevante como para ser emulado por un hijo de una familia "bien". Hoy, cuando los chef dotados con espléndidas cocinas, se tomaron la parrilla de la televisión con programas bien elaborados y los restaurantes de alta cocina producen buenos réditos, ser "Chef" se volvió una carrera con futuro.

Claro está que una cosa es la escenografía de la televisión y otra muy distinta la realidad de la cocina diaria. Me refiero a que estos programas son un tanto irreales, las cocinas son del tamaño de un apartamento moderno, están tan equipadas como un Home Depot, brillan como marquesina de las Vegas y tienen más ingredientes raros que cualquier supermercado Gourmet. Sin embargo, el problema verdadero está en el desarrollo del programa con el plato escogido para ser preparado, pues independiente del nivel de complejidad, siempre hacen la receta en treinta minutos, el chef pica y prepara todo, sin ayuda. No es cierto, todos los que cocinamos sabemos que en treinta minutos y con propagandas se puede preparar bien un desayuno de hombre separado, café con leche, cereal con yogur y fruta picada y si se te antoja algo adicional, se pide a domicilio.
En todo caso, gracias a los “reality show” locales y extranjeros hemos aprendido que ser cocinero en jefe, es mucho más que preparar comida rica, es una carrera exigente, que por lo visto se “nutre” en el rigor militar, “Si Chef”, que necesita de una “mezcla homogénea” de compromiso y dedicación, “marinada” con una gran dosis de buen gusto, para que traiga como resultado un Chef “bien preparado” que ejerza la deliciosa y liberal gastronomía.