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domingo, 29 de noviembre de 2015

Divagaciones

“Solo sabemos que somos buenos maestros cuando logramos convertir a un mal prospecto en un profesional exitoso.” Divagando sobre mi quehacer como profesor llegué a esta conclusión que someto a su consideración y para la cual no tengo argumentos ni a favor ni en contra. Divagaciones, es la mejor denominación que puedo utilizar para darle nombre a los pensamientos que surgen cuando me pregunto sobre las situaciones que se presentan durante mi desempeño como médico y profesor. Me pregunto todo el tiempo como llegar a ser un buen maestro o un buen "Profe" apócope de profesor que no le gusta mucho a nuestro verdadero maestro, Arcelio Ulises Blanco Núñez. 
Y volviendo a las divagaciones, debo decir que esa es su mejor denominación porque no tienen la intensión de resolver nada y no están dirigidas a nadie en particular. Solo son ideas que toman por asalto a mi pensamiento durante el discurrir como alumno, docente y ahora padre de nuevos alumnos.
Hoy y tal vez siempre, las universidades se pelean por demostrar que en sus claustros se forjan los mejores profesionales. Para nuestro país ese objetivo se cumple cuando los estudiantes obtienen los mejores puntajes en los exámenes de estado. Entonces se produce una cascada de eventos. Los mejores resultados resultan en mayor prestigio, ese prestigio se traduce en procesos de selección exigentes y costosos para los nuevos estudiantes. La consigna es atraer los mejores estudiantes del colegio para tener luego los mejores egresados.
Divago un poco, ser el tutor de un estudiante bien alimentado, con todas las herramientas tecnológicas disponibles y con un buen bagaje de conocimiento previo, parece fácil. Bastará con dar un par de comandos, alguna orientación y salen solos. Usualmente son hijos de familias en donde ya los han encarrilado previamente, saben lo que quieren, tienen los recursos económicos y tecnológicos necesarios y muy importante ya tienen los contactos. Pienso que es más fácil.
Lo complejo es obtener buenos profesionales sin disponer de las facilidades mencionadas previamente. Ser ese maestro que logra convencer y luego convertir a un mal prospecto en un profesional de renombre. A las universidades las deberían medir por la capacidad de convertir malos estudiantes en egresados prestigiosos. Convertir en doctor a un hijo de doctor con recursos de doctor no debe ser motivo de ningún reconocimiento. Lo difícil es convertir en profesional exitoso y reconocido a un hijo de don nadie, ese que no dispone de recursos ni de expectativas, cuyo único futuro es seguir siendo otro don nadie, ese es el reto.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Un ecógrafo en Arauca




Tengo fresco en mi memoria el recuerdo del primer ecógrafo llegado a la ciudad de Arauca. Por aquellos días completaba los seis meses de servicio social obligatorio pactados para las zonas afectadas por el conflicto interno. Un emprendedor colega había tomado la decisión de comprar un moderno equipo de ultrasonido y un electrocardiógrafo capaz de leer el trazado. Ambas tecnologías eran nuevas para la región y aún para muchas zonas del país. Enamorado de la llanura y de Maruja, no tenía la menor intención de regresar a la vorágine de la capital y menos a Barranquilla. De manera que acepté la propuesta de hacer la consulta privada del único centro médico del llano Colombo-Venezolano con ecógrafo bidimensional y electrocardiógrafo inteligente.
Las expectativas eran buenas, por fin se disponía de una tecnología no invasiva que permitía estudiar los órganos internos. Sin embargo, los clientes no aparecían. Tuve tiempo de leer el clásico libro de electrocardiografía de Goldman y hacer una hoja de resumen con los principales criterios de diagnóstico electrocardiográfico. Esta hoja me serviría después para corregir los frecuentes errores del electrocardiógrafo inteligente y también me acompañaría durante los primeros años de residencia.
Cuando ya estaba a punto de abdicar al trono del centro médico y de la tecnología una jovencita de escasos trece años llegó de la mano de su padre.
La timidez de la niña y la severidad de su padre hacían imposible un interrogatorio fluido. Sin embargo, el motivo de consulta era claro, el padre quería usar la nueva tecnología para descubrir la causa del preocupante y prominente abdomen de su hija. Falsos médicos, abundantes en la zona y con mucho arraigo, intuían que la causa del abultado abdomen era tumoral y pronosticaban un desenlace fatal.
El padre y la hija embargados de un profundo temor ingresaron al salón del ecógrafo. El acondicionamiento propio de estos recintos con temperaturas muy bajas y prácticamente a oscuras aumentaba la incertidumbre del padre y la hija. Acostada en la camilla con la ingenuidad propia de la edad, la condición cultural y la pobreza, la niña no se le oía ni respirar. El padre aceptó con resignación sentarse en una silla frente a la camilla desde donde veía con claridad la pantalla del ecógrafo. Todavía hoy me pregunto si la escala de grises podía ser entendida por un hombre apenas criado en la rudeza del campo y con los sentimientos encontrados que le embargaban.
Para nosotros el diagnóstico estaba cantado pero preferimos que las imágenes lo confirmaran. Después de muchos años de ejercicio profesional todavía no soy capaz de intuir la respuesta de un paciente y su familia ante un diagnóstico definitivo. En este caso el aspecto severo del padre presagiaba una reacción negativa al saber que el abdomen prominente era producido por un embarazo normal. Sin saber qué actitud tomar el ecografista prefirió prolongar la llegada de la verdad diciendo que no había tumor, que la joven estaba sana. Padre e hija sonrieron tímidamente esperando la respuesta definitiva. La noticia del embarazo causó una respuesta inesperada. El ceño fruncido y severo que acompañó al curtido hombre del campo desde la llegada, cambió por una sonrisa humilde y atribulada. Su hija no sólo no moriría sino que lo convertía en abuelo.