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sábado, 18 de abril de 2015

Deportes callejeros

Deportes callejeros

Los tiempos cambian, frase .vieja y contundente a la cual los padres de hoy recurrimos para tratar de entender porque nuestros hijos se la pasan pegados a un vídeo juego o un aparato tecnológico sin la menor intención de hacer deportes al aire libre. Recordamos Inmediatamente los partidos de bola'etrapo y otros deportes callejeros relativamente sanos. Pero haciendo algo más de memoria y siendo francos, los "deportes" practicados en las calles de nuestra época infantil, sin video juegos, distan bastante de ser seguras o tranquilas como le hacemos creer hoy a nuestros hijos. A ver, tomemos la máquina del tiempo y retornemos a los felices "años maravillosos" cuando sin el menor temor y sin ningún elemento protector, como los exigimos ahora, se practicaban algunos deportes "extremos". El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. 
Podemos comenzar por el paredillismo y su extensión azoteismo. Esta práctica consistía en brincar y caminar por paredillas, techos y azoteas vecinas, usualmente llenas de vidrios para neutralizar esta actividad. Los mangos de una casa vecina, o un balón perdido en un techo fueron motivo suficiente para poner en ejecución este deporte extremo, sin la menor precaución y con todos los riesgos posibles. Qué tal el conocidísimo juego del orto, con un tapo o libertad localizado lo más lejos posible, para garantizar una pateada sin precedentes, a todo aquel que se dejara pasar una checa entre las piernas. No menos divertido y sin duda más peligroso resultaban siendo las descolgadas por las calles montados en los carros de balineras, mejor conocidos como patinetas. Con cuatro y cinco pelaos abordo, sin cascos ni el más mínimo aditamento de protección, se obtenían buenas velocidades y por lo tanto buen vértigo. Los problemas aparecían a la hora de frenar el carro en las intersecciones, que peligro.
Es que viéndolo bien y de acuerdo con estas breves e incompletas referencias, deberíamos aceptar aquel comentario que dice que un adulto es un sobreviviente de la niñez y la adolescencia. 


Las comidas no tan rápidas

La calidad del desarrollo gastronómico observado en Barranquilla y su rica variedad es motivo de admiración para propios y extraños, pero sin ofender a ninguna tendencia culinaria, es fehaciente la evolución de las comidas rápidas. Todavía recuerdo los primeros perros calientes callejeros, estaban constituidos por pan, salchicha y salsas básicas, tomate, mayonesa y mostaza. Callejeros porque se encontraban por las calles en unos carritos que no tenían mucha pretensión, eran pequeños, de madera, con las muy reconocidas balineras para facilitar el desplazamiento y la asistencia a cuanta verbena o evento hubiese en la ciudad. El dispositivo más sofisticado de aquellos carros era un anafe con carbones que calentaba una olla con agua de cebolla para las salchichas. Por aquellos años, las salchichas eran la mitad del tamaño actual y un tanto desabridas, el vendedor de perros se limitaba a abrir el pan, también de la mitad del tamaño actual, poner la salchicha en la abertura y dispensar las salsas con toda clase de ademanes y sortilegios como para demostrar que preparar el perro tenía algún grado de dificultad, que por supuesto no tenía. Conozco con detalle los perros de la época, en mis ratos libres trabajaba en el extinto san Andresito de la calle 30 y allí los perros eran la comida rápida disponible. Alguna tarde, impulsado por el voraz apetito adolescente y facilitado por su reducido tamaño, comí doce perros. Fueron tales las consecuencias del irresponsable consumo de perros sobre mi tracto digestivo, que sólo diez años después los volvería a comer, gracias a la primera evolución de los perros y de sus carros. Corrían los años ochenta cuando aparecen en las esquinas carros de estructura metálica con techo, un asador de carbón en un extremo y compartimentos que mantenían el calor por un baño María calentado con gas. Por su tamaño eran más difíciles de transportar. Para ese momento el pan y la salchicha adoptaron el tamaño que hoy conocemos, se introdujeron las técnicas de salchichas y chuzos asados al carbón, las verduras picadas, el queso y las papitas cabello de ángel que llegarían para quedarse. De los carros en esquinas estratégicas dotados con sillas plásticas se pasó a los lugares de tipo restaurante con las mismas sillas pero con toda variedad de perros, chuzos y otras comidas. Se hizo famoso el palacio del perro por sus combinaciones y en Colombia la perrada de Edgar.
Ha sido tal la evolución de las comidas rápidas en Barranquilla, que hoy no da pena decir que el perro a la plancha y el chuzo desgranado con mazorca son considerados platos típicos de la ciudad. 


sábado, 4 de abril de 2015

Un paseo a San Cristobal

¿Quién puede predecir el futuro? ¿Qué tanto se puede augurar el comportamiento de la economía o el desarrollo de un país? Obviamente, no voy a contestar esas preguntas, ni brujo, ni economista, no faltaba más, esas preguntas me vienen a cuento al conocer, de primera mano, la situación que vive nuestra vecina Venezuela. No puede ser, cuesta trabajo comprender que hace veinticinco años, mientras hacíamos el año rural en Arauca, anhelábamos llegar a Venezuela, para encontrar un país desarrollado, con carreteras de verdad, buenas comunicaciones y mejores comodidades. Las comunicaciones eran tan buenas que los colombianos habitantes de las fronteras sabían mejor el “Gloria al Bravo Pueblo” estrofa inicial del himno venezolano, que la letra del himno colombiano.
Recuerdo un viaje que hicimos a San Cristóbal, capital del estado Táchira, partiendo desde Arauca en la frontera venezolana. No se necesitaba visa, un permiso fronterizo, expedido sin mayores trámites en el consulado venezolano, permitía transitar por la zona sin complicaciones. El intercambio comercial y cultural era ampliamente favorable a Venezuela de manera que, pese a cierta hostilidad al paso por las alcabalas fronterizas, ir a San Cristóbal siempre era un buen programa. El imponente llano lo transitamos por una carretera amplia y expedita, a la vera, se notaban prósperas haciendas para orgullo de los patriotas. Una parada técnica en una estación de servicio nos permitió confirmar que ya estábamos bien adentro en Venezuela, pues un amplio letrero invitaba a comer las deliciosas arepas venezolanas. Me decidí por una rellena de carne mechada (así se dice en Venezuela) aunque la oferta de picadillos de pollo, cerdo, chicharrón, jamones y otros más, invitaba a comer otras provocativas opciones.

En esa época viajar por Venezuela era un privilegio, hoy la realidad es otra, ninguno de los que hicimos aquel viaje a San Cristóbal, habríamos apostado por esta debacle. Las carreteras se han deteriorado de manera notoria, la ausencia de mantenimiento y el tráfico pesado producen daños que obligan a reducir la velocidad para poder evitar los huecos. Pero ese no es el mayor problema, lo malo es que debido a la escasez de alimentos, ya no es posible disponer de la variedad de rellenos para las arepas. Hoy, la arepa “bolivariana” se rellena con la fórmula LQH-Lo Que Halla- sí hay una cosa no hay otras, que pesar no haberme comido todas las que pude en aquel viaje.
Y no sigo enumerando los problemas del bravo pueblo porque después el régimen de Maduro me tilda de uribista y eso es peor que la falta de las arepas. 

viernes, 3 de abril de 2015

Los Mosquitos

Eran aproximadamente las 5:30 de la tarde cuando empezó el frenesí, platos iban y venían, bajo las ordenes de la matrona de la casa, impartidas con el rigor y precisión de un militar de alto rango, las muchachas entraban y salían de la cocina con un único objetivo, atiborrar la mesa del comedor con toda clase de viandas cada una a cuál más de apetitosa. Recuerdo la mesa, larga no muy ancha, se podía sentar toda la familia y los frecuentes visitantes que llegaban, algunos sin avisar, como yo. Estaba vestida con hojas de plátano y platos de todos los tamaños, llenos de delicias sabaneras, bollo, tajadas de plátano, queso, yuca, chicharrón, carne en bistec, huevos pericos, suero sabanero en cantidades navegables, los infaltables patacones, de todo para un goloso como yo. Sin embargo, la mesa no era lo que llamaba la atención de este forastero que había aparecido esa mañana sin aviso. Ha nadie le parecía importante la hora, 5:30. Quizás por lo recién llegado no entendía cuál era el afán, ¿por qué servían la comida tan temprano? En Barranquilla semejante cantidad de comida no empezaba antes de ocho de la noche, pero bien lo dice el refrán, al lugar que fueres haz lo que vieres. Además, había tanta comida que se necesitaba mucha gente o mucho tiempo para disfrutar de tantos platillos. Con el mismo rigor como fue servida la mesa, llegaron todos los comensales menos yo, eran las 5.45 pm. Un miembro de la familia me recordó que ya todos estaban sentados, al llegar, una silla de privilegio estaba separada para mí. Se departía y comía hasta la saciedad con toda espontaneidad. Todo estaba tan sabroso que literalmente trague, que pena con esa familia y con la mía también, pensarían que tenía hambre vieja. Llegue al último y terminé de último y debo decir que todavía las mucamas llevaban devuelta a la cocina platos con comida sin tocar. Todo un banquete, lo recuerdo como si fuera hoy.
Lo cierto es que la respuesta a mi pregunta sobre porqué comer tan temprano llegaría puntualmente a las 7:00 pm como por el efecto de un botón de encendido. Minutos antes, la dueña de casa armada con una bomba de “flit” rociaba y cerraba herméticamente los aposentos dejando la tajante advertencia de que debían permanecer cerrados. Por otro lado uno de los habitantes de la casa me entregó un musengue, utensilio bien conocido en algunas áreas de la costa que se utiliza para espantar a los mosquitos.
A las 7:00 pm los mosquitos hicieron su aparición, nubes de mosquitos, de todos los tamaños, había que ver eso. No se podía hacer otra cosa que espantar y matar mosquitos, menos mal por alguna razón que desconozco los machos no pican, que considerados, si todos picaran no sé qué hubiera sido de este forastero. Todos recordaran que los mosquitos conocen a los foráneos y aprecian su sangre nueva, de manera que somos los llamados a sufrir el rigor de las picaduras.
La puntualidad en la llegada de estos insectos me llevo a formular la hipótesis de que los mosquitos de Lorica, ciudad en donde me encontraba, debían descender de algún mosquito inglés. El rigor de estos insectos loriqueros es más que británico, a las 7:00 pm llegaron formando nubes y a las 8:30 se fueron, sin mediar palabra, sin despedirse, desaparecieron.
En ese momento entendí el porqué de la comida tan temprano, entre 7:00 pm y 8:30 pm es imposible hacer otra cosa que espantar y matar mosquitos.