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sábado, 16 de enero de 2021

La abuela juniorista


La pasión por el futbol viene por las dos ramas de la genealogía familiar. Muy a mi pesar, la rama paterna no pude disfrutarla pues don Camilo se casó varios años después de haber colgado los guayos. Pero según nos contaba, jugó en el equipo de la armada al lado de José Kaoru Doku, legendario jugador colombo japonés campeón con Santa Fe en el primer campeonato de 1948. 

Por la línea materna el fútbol llegó por la vía auditiva. Alguna vez conté que los domingos era inmancable la visita donde los primos Batle Illera. Recuerdo perfectamente el patio de baldosa roja en donde me sentaba a escuchar las narraciones de Edgar Perea. Los partidos siempre fueron escuchados, ni soñar con ir al estadio. El espartano manejo de la economía familiar no permitía esos lujos. Doña Betty tuvo que esperar a que el hijo mayor, ya médico y un poco mas liberal con los gastos, la invitase al estadio a ver a su Junior del alma. 

El honor de recibir a mi mamá para ver por vez primera, en vivo y en directo, al equipo de sus amores se lo llevó el estadio Nemesio Camacho “El Campín” Corría el año de 1995, mis padres disfrutaban de unas cortas vacaciones en Bogotá. Su visita coincidió con el encuentro entre el equipo tiburón y los Millonarios.

Con el Pibe Valderrama a la cabeza, el equipo que llegaba a la capital tenía una de las mejores nóminas de todos los tiempos, era oportuno ir al estadio. Compré boletas para occidental numerada. 

Con un clima totalmente favorable, nos fuimos ese domingo para el estadio. Llegamos con tiempo para transitar sin afanes el camino hasta nuestras localidades. Mis preocupaciones con la altura del altiplano quedaron en nada. Doña Betty subió con facilidad las graderías, se ubicó con facilidad en nuestras localidades y comentó con cierta expectativa que estábamos rodeados de hinchas azules. Ella siempre ha sido buena para conversar, pero de animo poco expresiva de manera que en silencio esperó el inicio del encuentro.

La cosa no empezó como esperábamos, al minuto 4 un tiro de media distancia y gol del local. Mi mamá que nunca ha dicho una mala palabra grito en dirección al campo: pendejos.  Nunca supe a quién lanzó el improperio si a los de Junior o a los azules.

Minutos más tarde, Héctor Gerardo Méndez se mandó un verdadero golazo en otro tiro de fuera del área. Doña Betty se levantó y gritó el gol con los puños arriba, no le importó estar rodeada de hinchas azules, a los cuales les causó mas bien gracia ver contenta a la abuelita juniorista.

El resto del partido para el olvido, Junior perdió 4 a 1 como suele ocurrir cuando va a la altura bogotana. Sin embargo, pasamos una tarde divertida que sirvió para ver en mi madre una genuina expresión de alegría que siempre recordaré.

lunes, 11 de enero de 2021

Escenario del regreso y agradecimientos

Habían pasado casi siete años desde aquel 19 de junio cuando migré a la capital en busca de cumplir el sueño de ser especialista. La referencia era muy fácil de recordar, en esa fecha, durante el mundial de Italia 90, Colombia le empató al poderoso equipo alemán en el ultimo minuto, con una anotación de antología. En qué momento se pasaron siete años desde aquel gol de Rincon. Terminaban siete años de trabajo duro en búsqueda del crecimiento personal y académico. Hector Lavoe lo canta mejor, todo tiene su final. 

En la vida todos los plazos se cumplen, sin excepciones los momentos llegan. En marzo de 1997, luego de recibir el grado de reumatólogo, había llegado la hora de escoger el mejor lugar para fundar una familia, para echar raíces, para ver crecer a unos hijos, para ejercer la profesión, para quién sabe que más cosas. Debía tomar una decisión correcta, Barranquilla o Bogotá, ese era el dilema, no podía fallar.

El escenario estaba complejo, en el país la guerrilla y los paramilitares se debatían por el poder en la Colombia rural. Masacres atribuídas a los unos o a los otros ocurrian aquí o allá diariamente. Mientras tanto, el presidente Ernesto Samper trataba a toda costa de sostener un mandato obtenido con la mancha del narcotráfico. Conclusión rápida, Colombia tuvo entre 1995 y 1999 la tasa de migración forzada mas alta de toda su historia (5,3 por 1000 habitantes)1

Bogotá en cambio, daba claros visos de recuperación. La cultura ciudadana de Antanas Mokus daba resultados y prometía mejorar con la elección de Enrique Peñalosa. Ni hablar del aspecto económico y laboral, en la capital ese problemita estaba resuelto, la oferta bogotana era seductora. Un contrato de ocho horas con el Instituto de seguros sociales y consulta en dos prestigiosos centros reumatológicos, hacían tentador el aspecto económico de la oferta. El trabajo ya consolidado de Maruja, el apoyo de mis suegros y la compañía de mis mejores amigos consolidaban la propuesta. El problema estaba en que la transformación de la capital requería tiempo y sacrificio. Una frase escuchada en algún momento a Piter resonaba en mi cabeza: “No quiero pasar la mitad de mi vida esperando que un semáforo cambie de rojo a verde” El trueque era economía boyante por calidad de vida.

Mientras tanto desde la tierrita jalaban la familia y la nostalgia. Los viejos y mi hermana necesitaban de un buen apoyo. Durante el último año de mi formación profesional tuve que desplazarme en dos ocasiones a Barranquilla. Mi hermana y don Camilo presentaron sendos problemas de salud que requirieron mi presencia para poder superarlos.

Por el otro lado, ver a Junior los domingos, gozar a plenitud del carnaval y tener a mi disposición la costa norte producían ese nostálgico olor de guayaba que todos los Caribes necesitamos para vivir. El problema, de nostalgia no vive el hombre. En ese par de viajes pude apreciar, de primera mano, que el regreso a la ciudad de mis amores no sería fácil. 

La situación sociopolítica que se vivía en Curramba por esa época presagiaba dificultades al momento de encontrar un buen trabajo. Retornar a la Barranquilla de hoy puede ser un lujo, mucha gente lo quiere hacer, en 1997 era una locura. El enfrentamiento entre la clase política tradicional y el fortalecido movimiento ciudadano del inefable padre Hoyos, no dejaban prosperar a la ciudad. Para colmo de males la Ley 100, regidora del destino de la salud en el país, hacia agua por todas partes. Aunque el palo no estaba para cucharas, decidí probar suerte en la poco prometedora capital del Caribe.

Por aquellos días ya Camilo era parte importante de la familia y del presupuesto, de manera que antes de regresar debía asegurar la estabilidad de la frágil economía familiar. Para tal fin, Martha conservaría su trabajo en Bogotá, yo viajaba solo. Por otro lado, gracias al apoyo de Jose Felix Restrepo, compañero, amigo, profesor y colega, se programó en su centro una consulta semanal de reumatología cada mes. La semana bogotana cumplía entonces doble propósito, apoyar la frágil economía familiar y mantener la estabilidad conyugal de la joven pareja.

Finalmente, en mayo de 1997, armado con los cartones de internista y reumatólogo otorgados por la Universidad Nacional de Colombia, llegué a Barranquilla a probar suerte...


Adenda.

Decía Marco Tulio Cicerón que "Tal vez la gratitud no sea la virtud más importante, pero sí es la madre de todas las demás”. Otra frase pertinente en este momento para el tema de agradecimiento es un proverbio judío que dice “Quien da no debe acordarse; quien recibe no debe olvidar nunca.

Aprovechando estos dos sentencias quiero una rápida pero sentida mención de las personas que contribuyeron para que esos primeros seis meses en La Arenosa fuesen al menos provechosos.

Pedro Mullet Borja: Concedió vacaciones en el ISS de Endocrinología, Infectología, Medicina Interna.

Pedro Pinto Nuñez: Asignó un semestre de semiología en la Universidad del Norte

Jaime Mercado: Me prestó su consultorio sin ninguna contraprestación.

Wilson Tejeda Gomez: Sirvió como punto de contacto en las diferentes clínicas.

A todos ellos gracias.