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domingo, 25 de junio de 2017

La música de los jóvenes II

Que parroquialismo, que falta de visión. ¿Qué hado nefasto me impulsó a escribir aquellas notas? Busco una palabra que pueda venir en mi defensa y nada. Debo aceptar con toda humildad la rotunda equivocación. En una nota anterior referida a la música de los jóvenes, sentencié con ligereza a los reguetoneros y su música: no serán recordados. Error craso, predecir el futuro es cosa de brujas y no estoy para eso. Una reciente reunión me enseñó que, en cuestiones de gustos y éxitos musicales, al igual que en los colores, no han escrito los autores. 
Ocurrió en ciudad de Panamá durante la clausura de un encuentro de reumatólogos latinoamericanos. El ánimo se notaba propicio para emprender una fiesta con ritmo latino. La salsera capital del istmo tierra de grandes músicos y el ambiente festivo que se percibía, hizo fácil pensar que bastaba poner una buena melodía y el resto sería historia. 
Me acerqué a la consola de sonido. Un viejo portátil conectado a internet con una página de YouTube de música ambiental, amenizaba el momento. No se necesitaba ser muy aguzado para intuir que los organizadores no estaban interesados en armar fiesta. No contaban con mi alma de DJ y algunos conocimientos en consolas de sonido. 
Tomé el portátil y tecleé “Lloraras”, el mundialmente conocido éxito de Oscar De León, garantizaba rumba total. 
Subí el volumen de la consola, al mejor estilo latino y, nada. 
No puede ser, chilenos, argentinos y ecuatorianos nada, pero colombianos y venezolanos, tampoco. 
Como el grupo colombiano se veía muy animado decidí introducir un tema de Joe Arroyo. Lloraras aún no terminaba cuando escribí en el buscador “En Barranquilla me quedo”. Los acordes del éxito del Joe se quedaron en el vacío. Aunque el grupo parecía ambientado y animado por el combustible etílico la música no era la adecuada. Una jovencita con acento argentino se acercó y rápidamente acabo con mis aspiraciones de DJ experto. "Poné éxitos del reguetón y déjalo correr". 
No, ni de vainas, un colombiano prende una fiesta con paisano. 
La gente ya empezaba a notar la falta de una melodía que prendiera el ambiente. Mis minutos como DJ estaban contados con los dedos de una mano mocha. 
Carlitos Vives y Shakira, me sacan del apuro. Tecleé con dificultad la bicicleta en el buscador y Enter, justo antes de que un grupito encabezado por la chica del sur viniera por mi cabeza. Un grito de aceptación fue la respuesta al acierto en la elección del tema, las parejas se organizaron rápidamente bailando y cantando al compás de Vives y Shakira. Tenía tres minutos para escoger otra canción y no dejar caer el ánimo. La columna de la izquierda con sugerencias, en la página de YouTube, salvó mi fugaz experiencia como DJ internacional. Despacito, de Luis Fonsi y Daddy Yankee, sonó con mayor volumen, el baile era total y la felicidad se reflejaba en las caras. Seguí el consejo de la chica del cono sur, escribí en el buscador “éxitos del reguetón” y lo dejé correr. 
Me fui a dormir pensando en escribir una nota reconociendo mi error con la música de los jóvenes. Aquí está 



jueves, 15 de junio de 2017

Minga


Marcar una época, ¿quién o qué tienen ese privilegio? ¿Quién o qué tienen el suficiente arraigo para hacer parte de la historia de un colectivo? Solo algunos hechos importantes, notorios y conocidos personajes o momentos cumbres, logran tener la importancia para marcar el principio o fin de una época.  Para los que hacen parte del colectivo, identificar ese momento, ese personaje o aquel hecho trascendente, es fácil. Basta mencionar su nombre y los integrantes del colectivo toman, sin saberlo, la máquina del tiempo. Evocar el personaje transporta a esa época, a ese espacio de tiempo vivido que dejó una huella en el corazón.
Por estos días, los integrantes del colectivo Universidad del Norte de los años 80, 90 y un poco más acá, tienen un motivo para evocar. Desafortunadamente un motivo triste. Murió un personaje que marcó esa época, alrededor de treinta años de historia colectiva. De una historia dulce, a veces salada pero siempre irreverente. 
Murió Minga, que vaina, se fueron las arropillas forradas en papeles de colores, aquellas que fueron capaces de endulzar los momentos de esa historia colectiva. También se fueron los mangos verdes con sal y pimienta que nos aguardaban en la parada de la buseta. Pero también se fue la irreverencia, Minga sabía decir con gracia y desparpajo el apodo o la frase que nadie se atrevía a decir. 
Minga las arropillas de colores, los mangos y tu irreverencia serán recordadas por todos los que hacemos parte de ese colectivo uninorteño. Hoy, una lágrima se escapa por la muerte de un referente insospechado de una época feliz.