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domingo, 27 de diciembre de 2020

El Colágeno


Comenzamos a envejecer desde el mismo momento en que nacemos. Sin embargo, la percepción de este proceso natural se torna evidente aproximadamente 40 años después de aquella nalgada que dio inicio a nuestra existencia. 
Los signos de envejecimiento son múltiples, tantos como órganos tiene el cuerpo. La presbicia, pérdida de la capacidad para ver de cerca, es un signo inequívoco de la llegada a los 40 años. Desde ese momento y como una reacción en cadena las manifestaciones en cada órgano van llegando paulatinamente. En la piel, el más grande y visible de nuestro cuerpo, se observan las manifestaciones más conocidas. Arrugas, patas de gallo, papada, manchas seniles, canas y calvicie se cuentan entre las más notorias. La presbiacusia(sordera), la pérdida de masa muscular y otros hallazgos fisiológicos nos recuerdan que la llamada tercera edad ha llegado. 
Este proceso natural e inexorable debe tomarse como lo que es, una transición normal de una etapa a otra en la vida. El punto no está en acumular manifestaciones de vejez, esas se presentaran de manera inexorable. El problema está en la imagen que usted proyecta y como su entorno lo percibe.  
De esas percepciones se derivan los que llamaré signos sociales de la vejez. Algunos ejemplos de estos signos son: cuando los servicios de seguridad le permiten evitar la fila en el banco o en el aeropuerto, cuando le ceden la silla en un bus o cuando ven la foto de sus hijos pequeños y le preguntan si son sus nietos. 
Quiero contarles que descubrí un particular signo social de envejecimiento, en estos días de navidades y año nuevo. Este consiste en un cambio en el rol desempeñado por padres e hijos. Los hijos asumen el papel de los padres y los padres se comportan como hijos.
De manera que si usted luce más viejo que su cédula y los hijos lo regañan como a un niño está jodido, póngase las pilas, tome medidas drásticas pero no pierda la compostura. Piense bien las conductas que va a tomar, puede ser peor el remedio que la enfermedad. 
Medidas saludables y con bajo nivel de riesgo son el ejercicio y la dieta. Mantener un buen peso y tono muscular son medidas efectivas para manejar la caída de los años. 
Teñir el cabello puede ser una medida de poco riesgo físico, pero sí de mucho impacto social, sobre todo si usted asume el peligroso acto de escoger el tipo de tinte. Una vez tomada la decisión de usar tinturas para el cabello, busque ayuda femenina, deje ese trabajito a una experta. Las mujeres tienen el gen de pintarse el pelo con una expresión dominante que se activa apenas se ven la primera cana. Todas saben qué hacer, que color de tinte escoger, como aplicarlo, etc. Por eso evite un mal entendido y que sea su señora la que se encargue de la asesoría.
Cuidado extremo debe tener con la aplicación de sustancias cosméticas en la cara. Estos fármacos aplicados por inexpertos, inducen unos cambios que lo harán lucir como el muñeco del humorista venezolano Carlos Donoso.
Otras medidas como cambio en el código de vestuario, visitas a cirujanos plásticos y otras alternativas de mayor inversión deben ser pensadas con cuidado. Finalmente, una medida totalmente inútil en términos de mejorar su aspecto senil es esa de andar con personas mas jóvenes que usted. El llamado colágeno no lo hace ver más joven y en cambio, corre usted el riesgo de ser incluido en el grupo de los llamados “Sugar daddy” o peor aun en los odiosos viejos verdes.

sábado, 19 de diciembre de 2020

Refranero popular

“Al bagazo poco caso”, “a palabras necias oídos sordos” Aplicar estos refranes populares, fue mi estrategia inicial ante las innumerables falsas noticias producidas en medio de la pandemia por el COVID-19. Su publicación en las redes sociales sin ningún recato, sin filtro, sin un mínimo proceso dirigido a corroborar la información me llevaron a desestimarlas aplicando otra máxima del mencionado refranero “no vale la pena gastar pólvora en gallinazo”
Pero, “la ignorancia es atrevida” y debo adicionar al refrán el adjetivo persistente. No paran de publicarse en redes y medios de comunicación toda clase de noticias falsas apoyadas en unos tintes de veracidad que engañan a todo el mundo. Las de mejor factura son las que vienen avaladas por un profesional en la materia o un representante de importantes estructuras gubernamentales o sociales. Su presencia respalda la información y disminuye la probabilidad de que un lego en la materia corrobore la noticia en otras fuentes. Se aplica entonces el refrán “no hay cuña que mas apriete...”
No puedo entender como profesionales en el área de la salud se exponen al riesgo de avalar informaciones falsas. ¿Vale la pena el riesgo de ser desmentido públicamente a cambio de la fama efímera de las redes sociales? Resulta que sí vale, porque la verdadera ciencia, la que tiene el conocimiento, está tan ocupada tratando de resolver los problemas reales que no tiene tiempo de salir a desmentir tanta irresponsable información que se publica. Los minutos de fama por las informaciones falsas son abrumadoramente mayores. Las cifras de replicaciones que se producen tras la publicación de una noticia falsa superan con creces a las verdaderas noticias, la fama no es efímera. Que la aspirina sirve para el tratamiento del COVID-19, que las mascarillas producen enfermedad pulmonar, que los médicos están intubando pacientes para llenar las unidades de cuidado intensivo, que los pacientes deben ser cremados, que las pruebas no se que, en fin, todas las informaciones publicadas en las redes sociales son consideradas verdaderas por absurdas que parezcan. La pandemia no solo trajo la cuarentena y la muerte, también llegó el infocalipsis.

Ante esta caótica situación propongo a los colegas tomar una conducta sencilla, antes de replicar cualquier información aparecida en una red social. Por veraz que parezca la nota, confírmela; tome un tiempo para ver si alguien desmiente o confirma la noticia. Las noticias en salud relevantes aparecen en las páginas de las asociaciones científicas respectivas o en los sitios web de organismos como la organización mundial de la salud, el CDC de Atlanta, la FDA, la EMA, en los portales de las revistas de mayor impacto, por solo citar algunos. Si una noticia en salud no figura en alguna de estas paginas web, seguramente es una información falsa o al menos tendenciosa. No se tome el trabajo de replicarla, ese clic suyo es otro aval para su difusión. Finalmente, denuncie en su comunidad estas informaciones carentes de veracidad, no olviden el otro refrán “el que calla otorga"

domingo, 13 de diciembre de 2020

Las dolencias de la pandemia

Sin lugar a duda esta pandemia y sus consecuencias son un hito que marcará para siempre la historia de la humanidad. No creo exagerar al mencionar que en todos los niveles del conocimiento los efectos del virus se han hecho sentir de alguna manera. Como deben suponer la reumatología también resultó impactada por el virus de marras, la consulta está literalmente desbordada.
Los reumatólogos tenemos amplia experiencia en las manifestaciones reumáticas producidas por las patologías virales. Basta solo recordar que hace unos cinco años Latinoamérica vivía la epidemia producida por el Chicungunya y que el virus del dengue es epidémico en nuestra región. Investigando los efectos articulares del SARS-COV-2 me llamó la atención que no se esperaba tanto compromiso articular con este tipo de infección. Entonces, ¿cómo explicar este desmedido incremento en los síntomas articulares asociados con la pandemia?
La observación y el interrogatorio a mis pacientes me llevó a concluir que el empeoramiento no solamente es causado por el COVID-19. Varias semanas interrogando pacientes me llevaron a la siguiente conclusión: las dolencias no son por exceso de virus, son por falta de asistente.
Así es, las amas de casa decidieron acoger todas las medidas recomendadas por las autoridades sanitarias para cumplir con la cuarentena. En todos los hogares se inicio una lucha sin cuartel contra el virus, se adoptaron medidas que nunca se habían puesto en práctica como por ejemplo lavar el mercado, aplicar sustancias desinfectantes a todo lo que entra a la casa, en fin, el trabajo en los hogares se aumentó sustancialmente; con un agravante las “muchachas” del servicio también fueron despachadas para sus casas como otra medida preventiva.
Las muchachas, mucamas, criadas, doncellas o como ustedes las quieran llamar no estaban para asumir ese trabajo. El llamado servicio doméstico, último rezago de la sociedad esclavista de los siglos pasados, es de tal importancia en nuestra sociedad que alguna vez, a un prestigioso abogado barranquillero, le escuché una frase concluyente, “la estabilidad del matrimonio la produce una buena muchacha de servicio”
He pensado en toda clase de medidas para ayudar a mis pacientes con sus dolores. Está clarísimo que los analgésicos tradicionales, las terapias físicas, dietas, vitaminas y un largo etcétera no son suficientes. La primera medida que se me ocurrió fue disminuir la carga laboral compartiendo el trabajo con los maridos. Esta propuesta fue desechada rápidamente, los maridos son peores pacientes y se quejan más que las señoras. Otra alternativa fue recurrir al servicio a domicilio de los restaurantes. También fue descartada por costosa y en ocasiones insegura.
Se me acaban las opciones, va a tocar pedir ayuda celestial. Voy a rezar un novenario a santa Zita de Lucca, patrona de las muchachas del servicio. Pediré fervorosamente su ayuda para que el tratamiento de las recién llegadas al gremio sea efectivo.

domingo, 15 de noviembre de 2020

El sueño

                                            

Despertar antes de que las luces mañaneras atisbaran por mi ventana y detener la activación de la alarma del celular sin cumplir con su destino de levantarme a la hora fijada, fueron los primeros signos que delataron mi envejecimiento. No fueron las canas, ni la prematura calvicie heredada de mi padre las encargadas de mostrarme el camino de la madurez. Curiosamente fue el sueño el encargado de traerme la noticia. Sí, curiosamente debido a que el buen dormir siempre me acompañó en todos los momentos de mi vida. Reposar placido y profundamente fue una cualidad de la que siempre me jacté aun en las peores circunstancias. Alarmas de todos los tipos eran necesarias para vencer el profundo sueño derivado de la costumbre de acostarme tarde.
Dejo en claro, la noticia no me tomó por sorpresa, podría decir que ya estaba preparado; los estudios de fisiología ya me habían advertido de las dificultades padecidas por los adultos mayores con sus horas de sueño. Incluso, puedo asegurar que hasta el momento la situación no solo no me molesta, siento que me agrada. Por ejemplo, me sirve para entender a mi padre, mi primer despertador no electrónico. El viejo fue mi despertador oficial por muchos años, durante mi niñez y juventud admiré su capacidad para levantarse temprano, sin despertador, no sabía que esa “cualidad” también me llegaría con el transcurrir de los años.
Dormir bien y levantarse descansado es, no cabe duda, uno de los placeres más anhelados por los habitantes de este inhóspito y virulento planeta. Ahora, si este placer no lo puedes lograr pon en práctica otras actividades como leer un buen libro, escribir, escuchar un buen concierto, ver una buena película, cualquier cosa que enriquezca el alma y active el cerebro.
En mi caso el verdadero beneficio derivado de las dificultades para dormir es disponer de mas tiempo para ejecutar actividades que requieren mayor concentración. En el trance de preparar una conferencia de alto nivel, el silencio y el pensamiento renovado por el descanso, permiten entender textos de mayor complejidad. Mis musas de la escritura temen a los ruidos producidos por el fragor de la cotidianidad y adoran las silenciosas horas de la madrugada. Ellas me otorgan la abstracción necesaria para terminar esos textos inconclusos a los que todavía les falta un empujón para entregarlos al editor. Ahora, cualquier actividad que haga usted para paliar el insomnio, debe tener en cuenta a su media naranja que dé seguro duerme a su lado profundamente.

domingo, 27 de septiembre de 2020

Complementos nutricionales

Hace unos días contaba de las bondades del Vick Vaporub preparado por el abuelo Campo Elias Illera. Del ungüento decían que quien no se mejoraba con su aplicación necesitaba un médico. Otro “blockbuster” de la farmacia del abuelo era el Nutriol, la versión para los años 40 del hoy muy promocionado y vendido Ensure o de la Kola Granulada JGB, que a propósito tiene mas de 90 años en el mercado. El abuelo dispensaba este complemento nutricional en bolsas de libra y media libra para preparar con leche. El éxito de estos complementos radica en el sabor agradable que les permite ser consumido como un refresco. Desafortunadamente, no todos los complementos nutricionales tienen las bondades de los preparados ya mencionados, al fin y al cabo, los suplementos nutricionales son unos remedios y por tanto saben a lo que son.
En cuestiones de sabor de remedios me considero un experto. Resulta que como ya les había contado, fui un niño asmático y un poco enclenque por tanto mi mamá literalmente me hacia tomar todo lo que le recomendaran para mejorar el asma y subir del peso mini pluma, categoría en la cual estuve ranqueado hasta bien entrada la adolescencia. Pasé por todo, desde el Vick Vaporub del abuelo hasta la sopa de pichón de paloma. De todos las pócimas, brebajes y remedios que probé ninguno más feo que la emulsión de Scott. Recuerdo su sabor y me dan náuseas. Ningún argumento era bueno para tomarse la dichosa emulsión, que me pondría grande y fuerte, que se curaría el asma, que me dan un helado o un pudin, nada facilitaba el paso de ese Rubicón. Mi papá y el tío Samuel se inventaron una competencia con las primas a ver quien hacía menos caras y se tomaba la cosa esa. Para colmo de nuestros males, mi hermana siempre se ganó el concurso, la condenada se burlaba de nosotros y hasta repetía para que nos dieran más. La emulsión de Scott debería conceder algún reconocimiento a mi hermana por mejorar las ventas de su famoso aceite de hígado de bacalao.
El aceite del referido bacalao no fue el único responsable de mis penurias infantiles, había algo peor que la todavía vigente emulsión de Scott. Se trata de las periódicas y temidas purgas a las cuales fuimos sometidos por nuestros preocupados padres. El aceite de ricino, el Limolax y otros tantos brebajes usados como vermífugos, tenían un sabor y unas consecuencias tan desagradables que me abstengo de mencionar para evitar una inobjetable censura por mal gusto y también por que ya se acabó el espacio.

lunes, 21 de septiembre de 2020

El Vick Vaporub

Las noticias falsas en las redes sociales, promocionando tratamientos efectivos para el coronavirus no tienen limites. Se han metido con todo el mundo, desde el Vick Vaporub para arriba. La ventaja está en que, si la noticia del Vick prospera, el conocido y penetrante olor de este medicamento delatará a las victimas de la noticia falsa. Ahora, yo defiendo las bondades del famoso ungüento en otros terrenos. Mi relación con este viejo fármaco se remonta muchos años atrás cuando doña Betty Illera Castilla, mi mamá, era apenas una adolescente que vivía en El Carmen, Norte de Santander.

Resulta que el abuelo Campo Elias Illera Navarro era el dueño de la farmacia del pueblo. A juzgar por las anécdotas contadas por el tío Enrique y mi mamá, al abuelo no le iba mal con el negocio. Para empezar la farmacia estaba localizada dentro del marco de la plaza principal del pueblo. Esta ubicación ya nos habla del éxito del local. Eran las épocas en que los farmacéuticos preparaban los medicamentos en las farmacias, a partir de las materias primas, siguiendo fórmulas magistrales, lo que llaman las drogas blancas. Según mi mamá el Vick Vaporub preparado por el abuelo a partir de la mezcla de mentol, eucalipto y alcanfor era milagroso. Era tal el prestigio del abuelo que las gentes del pueblo lo buscaban para tratar las emergencias respiratorias. El exitoso tratamiento consistía en aplicar generosas cantidades de la mezcla en el tórax y la espalda del paciente; luego de la aplicación se forraba el tórax con papel periódico y a esperar los efectos descongestionantes de los vapores emanados por el Vick. Para los años de mi nacimiento, don Campo Elias ya había fallecido, pero dejó bien entrenada a mi mamá en las artes de aplicar el famoso ungüento, de manera que mis crisis asmáticas fueron tratadas con el método del abuelo.

Las bondades terapéuticas del Vaporub no solo se reservan para el tracto respiratorio. Esta panacea de la farmacopea retro es utilizada para aliviar y evitar las picaduras de insectos, mejorar dolores asociados a traumas menores, inflamaciones y contracturas musculares de toda índole. Otras indicaciones aprobadas por Juancho Pueblo son tratamiento de afecciones de la piel como las estrías cutáneas y el acné. Los matrimonios entrados en años frecuentan el Vick pues gracias al penetrante olor de sus ingredientes, no solo se alejan insectos y resfriados, también sirve para repeler maridos cansones con calores trasnochados.
Por estas y algunas otras razones que usted quizás experimentó, este ungüento lanzado en 1891 se sigue vendiendo en todas partes del mundo, pero recuerden, por bueno que parezca el Vick Vaporub, no sirve para nada en el tratamiento del coronavirus.



miércoles, 19 de agosto de 2020

Enredo homónimo

Una noche cualquiera de esta ya larga y aburrida cuarentena encontré un particular mensaje enviado a través de Facebook. Solo utilizo esta red social para publicar mis ocasionales notas, de manera que los mensajes recibidos por esta vía con frecuencia pasan desapercibidos. Este mensaje tenía fecha del 7 de agosto y estaba firmado por Carlos Martínez. El texto llamó mi atención de inmediato. Escrito en dos idiomas español e inglés, el mensaje contestaba un reto formulado por German Pérez al autor Carlos Martínez. El reto, impuesto a Martínez, consistía en publicar las 10 portadas de los libros que marcaron sus lecturas. El autor del mensaje acepta el reto y de paso hace una invitación al elocuente escritor Dr. Elias Forero para que presente su selección de portadas.
La invitación ocupó por muchas razones todos mis sentidos inmediatamente. No tenía el menor contacto personal con Carlos Martínez desde hace varios años. Había trabajado con él en la desaparecida clínica Saludcoop, en donde tuvimos el contacto usual entre colegas y por supuesto no tomé nota de sus gustos literarios. El otro personaje que hace parte del texto es German Pérez. German es un cardiólogo amigo, compañero desde la época universitaria y con quien no converso desde hace varios meses. No sabía que Carlos y German compartían el hábito de la lectura y mucho menos que me consideraran, al menos Carlos, un “elocuente” escritor.
De todas maneras, el reto me pareció Interesante razón por la cual decidí contestar el mensaje dejado por el doctor Martínez.
“Carlos me pones en una situación difícil, contestaré con una crónica”
Mi corta respuesta fue contestada con una inmediatez inusual en nuestro medio.
“Lo sé nada de presión aquí”
No había prisa en contestar, pensé.
Al momento en que se producía este intercambio de mensajes, hice lo que debí hacer desde el principio, revisar el perfil de Carlos Martínez. Aunque la foto no tiene la resolución suficiente para definir de quien se trata, claramente la fotografía del perfil de FB no correspondía con la imagen que yo recordaba del compañero de trabajo en aquella clínica, hoy cerrada por los líos de Carlos Palacino.
La sorpresa fue mayor al leer los datos del perfil de quien enviaba el mensaje de marras. Como era de esperarse, el autor del mensaje no tiene nada que ver con el ginecólogo que me acompaño en aquella primera y última experiencia en la medicina administrativa. Este doctor trabaja en la universidad de Michigan y vive en Ann Arbor Estados Unidos.
En medio de mi asombro recordé inmediatamente a un homónimo del ginecólogo. Carlos Helí Martínez fue uno de los magníficos docentes que hicieron parte de mi formación en la Universidad Nacional durante el primer año de especialidad. El Dr. Carlos Helí era un tipo brillante había terminado neumología, hacia turnos de medicina interna en el San Juan de Dios y se había presentado para estudiar cardiología. Fue un docente excelente pero nunca llegamos a conversar sobre, en ese entonces, mis insospechados devaneos con la literatura. Un par de clics en las fotos del perfil confirmaron mis sospechas. El mensaje del 7 de agosto fue escrito por aquel buen docente de la Nacional y de quien no tenía noticia desde hace mas de 20 años. Descubrir que el Carlos Martínez, autor del mensaje, no era el personaje inicialmente pensado solo produjo una mayor confusión en mis ideas. Entonces me pregunté ¿quién es el German Pérez que le propone el reto a Carlos Helí?
Afortunadamente todavía no me golpea la senectud y tengo fresco en la memoria al personaje. German Pérez no es el cardiólogo sabanero amigo de la Porto Azul. El doctor Pérez del mensaje debe ser un profesor de Neurología, muy recordado por todos los residentes de la época por ser un docente bastante exigente. Este Dr. Pérez fue maestro de Carlos Helí en el San Juan de Dios. Hasta aquí tenía la mitad del dilema resuelto y seguramente estaba cerca del otro personaje, pero… Si el ginecólogo es en realidad neumólogo y el cardiólogo es probablemente un neurólogo, entonces ¿Quién es el elocuente literato Elias Forero?
Esta claro que no soy yo, Carlos Helí Martínez no cruza palabras conmigo desde hace 20 años, por tanto, no tiene ni idea de mis tardías y banales inclinaciones literarias.  ¿Quién podría ser el otro Elias Forero?
Haciendo memoria recordé a Elias Alfonso Forero, un médico que empezó su residencia en Medicina Interna en el complejo hospitalario del San Juan de Dios el año en que yo terminaba mi entrenamiento en reumatología. Este tocayo es hoy un prestigiosísimo gastroenterólogo residente en la ciudad de Bogotá que, además, estudió psicología y epidemiología según encontré en su página Web. ¿Será este el “Elias Forero” al que se refiere el doctor Helí? Puede ser, sin embargo, ser un buen gastro, psicólogo y epidemiólogo no lo convierte en “elocuente escritor”
En fin, este es un misterio más producido por los homónimos en las redes sociales. Hasta la fecha el Dr. Martínez gringo, no contesta un mensaje enviado con el objetivo de develar el enigma. Su silencio parece confirmar que no soy el doctor Elias Forero del mensaje inicial, por esta razón tomaré como tarea escribir este confuso episodio de homonimia para ver si de verdad, me convierto en un “elocuente literato” 

domingo, 16 de agosto de 2020

El sentido del tacto

Durante estos meses de pandemia, la tecnología ha servido para mitigar las restricciones impuestas para evitar el contagio viral. El rápido crecimiento de la virtualidad nos ha permitido, gracias a los sentidos de la visión y la audición, mantener el contacto social y laboral necesario para sostener el “statu quo” de “nuestra pobre humanidad agobiada y doliente”. Con los elementos tecnológicos disponibles podemos, desde el seguro y resguardado hogar, ver y oír a los familiares y amigos localizados fuera del ámbito hogareño y mantener en algunos casos la actividad laboral. La virtualidad se usa para todo, tramites bancarios, festejar cumpleaños, participar en misas de difuntos, bodas, reuniones laborales, hasta deportes se pueden practicar, casi todo se puede hacer virtualmente.

Sin embargo, algo hace falta para comunicarse de manera adecuada y total. No es suficiente con enviar mensajes cargados de muchos decibeles audibles en toda la comarca. Tampoco basta con enviar imágenes de altísima resolución visibles desde cualquier ángulo. Los sobrevalorados sentidos de la visión y audición se quedan cortos cuando se trata de tener una comunicación completa.  

La comunicación visual o auditiva se consolida con un sentido un poco menos valorado, pero tan importante como los otros cinco. La comunicación efectiva se concreta con el sentido del tacto. Este sentido se produce por el estímulo de unos importantes receptores localizados en nuestro órgano mas grande, la piel. Unas manos que se estrechan de manera vigorosa con un seguro cruce de miradas confirman un buen convenio. Un abrazo en donde se perciben las formas y el calor de la otra persona, aseguran que hay afecto entre los que se abrazan; el contacto rápido y coqueto de las mejillas acompañado de una sonrisa cómplice, auguran un próximo encuentro o un beso húmedo y profundo garantizan una relación más intensa en los próximos minutos. No lo duden, el sentido del tacto sella y da el aval a la comunicación visual y auditiva. Tacto, eso es lo que le falta a la virtualidad para ser perfecta. 



domingo, 2 de agosto de 2020

Gracias por estar ahí...



Gracias por estar ahí. Una vez mas la partida de otro ser querido, me obligan a encontrar esta frase que quisiera, al menos en estos términos, nunca volver a leer o a escuchar y mucho menos expresar.  

Sin embargo, una breve reflexión sobre las circunstancias usualmente dolorosas en donde se recurre a ella me lleva a concluir que debo dar gracias a la vida por haber tenido la oportunidad de expresar esta corta frase que dice más de lo que sus cuatro palabras encierran. Gracias por estar ahí dice tanto de quien la expresa como de quien la recibe. Cuando manifestamos esta frase se experimenta un sentimiento que supera lo físico. La persona que está ahí llena un vacío aún sin la palabra, sin un abrazo, aún sin la presencia física. Para estar ahí no hay que hacer nada notable, aquel que está ahí lo hace con su presencia espiritual, no física. Aquel que está ahí ya estuvo y probablemente siempre estará allí

También, quizás no con la misma frecuencia que en las anteriores circunstancias mis oídos fueron recompensados con un “gracias por estar ahí”. Cuando la recibimos se percibe el verdadero sentimiento del deber cumplido, entendemos que hemos dejado nuestra huella.

Estar ahí resume entonces un sentimiento de compañía profunda, de hermandad entrañable que por su presencia logra servir de bálsamo para la pena que nos aflige.

Este corto texto va dedicado a todos los amigos entrañables porque sé que siempre están ahí y para los que espero siempre estar ahí.

domingo, 5 de julio de 2020

"Saquen una hoja"

 

Lejos de lo que se podría pensar, los días de cuarentena no han sido propicios para las letras. Múltiples razones se pueden esgrimir para justificar el silencio literario, pero para no alargar el cuento, las circunstancias no son las más adecuadas para escribir con el toque de humor característico de mis notas. Con temores en el alma lo único que se puede escribir son los exámenes escritos.

No puedo olvidar la primera evaluación escrita que me produjo miedo. Todavía hoy, pasados mas de 40 años, tengo fresco el recuerdo del temor que sentía cuando el profesor de matemáticas ordenaba sacar una hoja suelta para un examen rápido no previsto. Puedo asegurar que todos mis condiscípulos recuerdan perfectamente al personaje. Estatura media, tez morena, ojos pequeños y vivaces, lucía un escaso y muy rasurado cabello cano, Lácides Mengual Alarcón ya era un hombre mayor cuando fue mi maestro de matemáticas. Una voz ronca producto de muchos años al servicio de la docencia y de fumar al menos un paquete diario de piel roja, completaban el cuadro del docente más recordado de mis primeros años de colegio. A pesar de sus años, conservaba él talante y gallardía de los hombres de su tierra guajira, su presencia infundía un respeto casi reverencial.

La “hoja suelta” fue utilizado como método de evaluación y enseñanza por el profesor Mengual durante todos sus años de actividad docente. La hoja tenía que ser tomada del centro de un cuaderno, sin incluir el usado para matemáticas pues este debía tener enumeradas sus hojas siguiendo el modelo de los libros registrados en la cámara de comercio. Los problemas, usualmente de la regla de tres, debían ser resueltos en dos secciones, razonamiento a la izquierda y operaciones a la derecha.

Al entregar la hoja, esta debía tener el nombre completo. El “Chichi” o “Piraguetano” que olvidare estampar su nombre completo era castigado sin remedio.

Mi compañero Luis Movilla recuerda:

“Fui víctima en una ocasión de la indignación que le producía no encontrar el nombre en la hoja. Al momento de repartir la hoja calificada preguntó ¿a quién no se le ha devuelto? Orinándome del susto respondí:

- Esa es mía profesor –

Me miró y la rompió como pelando una mandarina sin perder ningún pedazo. El castigo fue pasar el examen en una hoja nueva y adjuntar la vieja reconstruida con cinta pegante”.

El método funcionó, aprendimos a hacer reglas de tres con facilidad y por lo que se ve, también me sirvió para escribir una nota bajo la presión esta vez de un virus.

 

 

lunes, 29 de junio de 2020

Lo aprendido


Hola a todos

Han pasado las horas de un cumpleaños mas.  Una fecha atípica, en un año diferente y en unas circunstancias de vida espero irrepetibles. Sin embargo, lo básico de la celebración del onomástico quedó igual, las mañanitas de Maruja, las hayacas de mi mamá, las notas sentidas de los amigos en las redes sociales.

El que por supuesto no está igual soy yo, tengo un año más acuestas. Pero analizando bien es un año más de experiencia, un año más de satisfacciones, un año más de aprendizaje, un año mas de enseñarle a alguien mi pasión por la medicina. Un año más de entender que la verdadera buena vida está en disfrutar la familia y los amigos. Un año mas de aprender que el verdadero éxito consiste en convertir los pequeños retos en pequeños logros. Pero también, un año más de entender que a veces el mejor acto es el silencio.

Gracias amigos y familia por acompañarme en estos 56, vamos pa` los 57 a ver qué aprendemos en este...

 

domingo, 21 de junio de 2020

La dimensión desconocida


 

Ni la dimensión desconocida ni el más distópico de los cineastas pudo imaginar la conducta tomada por un sector de la sociedad ante la pandemia. Connotados profesionales de la salud, jefes de estado, personajes de amplio reconocimiento público y muchos otros salieron a recomendar medidas sin ningún respaldo científico y sin el mas mínimo asidero teórico contra el COVID 19. El problema es que muchas de las recomendaciones resultan con un potencial de daño igual o peor al provocado por el virus que pretenden erradicar.

¿Que nos pasó? En donde se torció la sociedad, qué hizo olvidar a los profesionales de la salud su juramento; cómo un jefe de estado promueve conductas que ponen en riesgo a sus conciudadanos. No es por dinero, la mayoría de las caóticas recomendaciones no les produce ningún beneficio a los que las recomiendan. Hacer buches con sal, vinagre o hipoclorito no enriquece a nadie. Tampoco tomar 8 tabletas de aspirina de 500 mg diarios. La venta de limón, ajo y jengibre no cotiza en bolsa y por saludables que sean estos productos, no sirven para curar nada. En cambio, mezclados con miel descompensaran la glicemia a los diabéticos.

Hago la siguiente pregunta a los profesionales del comportamiento social, ¿qué puede motivar a una persona que estudió en una universidad, que tiene un acerbo cultural y científico a decir todas esas falsedades en público? Recomendaciones que no aguantan ningún análisis, que solo basta hacer una pequeña búsqueda para demostrar su falsedad. Doctores del estudio del comportamiento humano, investigar esta conducta es un reto de grandes proporciones.

El problema no es que las recomendaciones sean falsas o que el promotor quede como un imbécil cuando se demuestre lo tonto de sus aseveraciones. El verdadero problema es que mientras tanto, mientras se demuestra lo falso de las recomendaciones, muchos enfermos no reciben el verdadero cuidado o muchas personas sufren las consecuencias de tratamientos erróneos.  Esta situación que estamos viviendo cumple plenamente el aforismo: La realidad súper a la ficción.

Nuevamente, por favor, por sus hijos, por lo que mas quieran, pregunten antes de consumir algo que los pueda perjudicar. Investigue, tome una segunda opinión, una tercera no importa. El hecho de salir en la televisión, en la radio o en las redes sociales no concede credibilidad. Recuerden las curas milagrosas no existen.

 

domingo, 7 de junio de 2020

Al bagazo....

“Al bagazo poco caso”, “a palabras necias oídos sordos”. Ignorarlas fue mi estrategia para enfrentar las innumerables falsas noticias producidas por la pandemia y los falsos comentarios relacionados con el acto médico, todos ellos publicados en las redes sociales sin ningún recato, sin filtro, sin probar su autenticidad, sin corroborar la información.

La idea era “no gastar pólvora en gallinazo” para continuar con el refranero popular.

Pero, “la ignorancia es atrevida” y debo adicionar al refrán incansable. No paran de publicarse en las redes sociales toda clase de informaciones con tintes de veracidad que enloquecen a todo el mundo. Las peores son las que vienen con la firma de un profesional en la materia o de un ministro del alto gobierno avalando informaciones a todas luces falsas, tendenciosas, sin fundamento científico.

Debo partir de una premisa que nos pasa a todos, creemos en el avalado en una materia cuando expresa un comentario. Es lo normal, los legos, los que simplemente ignoramos un tema, confiamos en el concepto del profesional, ministro, técnico o cualquier funcionario que tiene los pergaminos expedidos por una universidad o por un gobierno para ejercer su cargo y expresar sus válidos conceptos.

Lo que no puedo entender es como profesionales en la materia hacen comentarios falsos. Vale la pena el riesgo de ser desmentido públicamente por ese minuto de fama. Resulta que sí vale, porque la verdadera ciencia, la que tiene el conocimiento, está tan ocupada tratando de resolver los problemas reales que no tiene tiempo de salir a desmentir tanta irresponsable información que se publica. Los minutos de fama por las informaciones falsas son abrumadoramente mayores. Las cifras de replicaciones que se producen tras la publicación de una noticia falsa superan con creces a las verdaderas noticias, la fama no es efímera. Que la aspirina sirve para el tratamiento del COVID 19, que las mascarillas producen enfermedad pulmonar, que los médicos están intubando pacientes para llenar las unidades de cuidado intensivo, que los pacientes deben ser cremados, que las pruebas no se que, en fin, todas las informaciones publicadas en las redes sociales son consideradas verdaderas por absurdas que parezcan. La pandemia no solo trajo la cuarentena y la muerte, también llegó el infocalipsis.

Ante esta caótica situación propongo a mis lectores tomar una conducta sencilla, antes de replicar cualquier información aparecida en una red social, por veraz que parezca, confírmela, tome un tiempo para ver si alguien desmiente o confirma la noticia, pregunte a otro experto, evitemos otro refrán popular “el que caya otorga”

viernes, 15 de mayo de 2020

La virtualidad

El inicio de un nuevo siglo, de una nueva era, no ocurre simplemente con el cambio en las fechas del calendario. Los hitos, ocurridos durante el camino transitado por la humanidad, son los encargados de marcar el verdadero inicio y final de las etapas de nuestra historia. No cabe ninguna duda que la pandemia producida por el COVID 19 y sus consecuencias, se constituye en el hito marcador del verdadero cierre del siglo XX y del inicio operativo del siglo XXI. Una consecuencia de esta pandemia, convertida en hito modificador de la historia, es el advenimiento forzado de la virtualidad.
En una entrevista reciente la ministra de educación colombiana puntualizó, “la virtualidad llegó para quedarse” Está claro, la virtualidad irrumpió en gran parte de las actividades económicas y cotidianas; entró de lleno en la educación, en la salud, en el comercio, en todo. Sin embargo, ante este hecho que parece inexorable, debo manifestar mis reparos antes de olvidar como era que vivíamos cuando el COVID y la virtualidad eran solo parte de las películas.
Es prudente dejar muy claro que el desarrollo tecnológico tarde o temprano nos llevaría a asumir la virtualidad como un avance en la forma de vida del humano del siglo XXI. Una virtualidad asumida por pasos, pulida, respetuosa de los tiempos del proceso. Pero no, así no fue, la temida pandemia precipitó las cosas para todo y todos. La situación de confinamiento y la necesidad de resolver el problema nos llevó a tener que hacer un uso permanente de la virtualidad. El problema se presenta cuando la premura afecta un aspecto fundamental en todo desarrollo, la gradualidad, esa que permite pulir los defectos, identificar los errores; la que afina, la que da el perfecto acabado.
Hoy, por las circunstancias de todos conocidas, la virtualidad se asumió sobre la marcha, sin saber cómo ni por dónde. Se programan charlas, encuentros, conferencias sin discriminación. Todo se quiere resolver con virtualidad sin haber resuelto previamente aspectos como la disponibilidad de tecnologías. Un alto porcentaje de la población no tiene los elementos tecnológicos o de comunicación necesarios para recibir clases o atender consultas virtuales.
El tiempo de las personas y de las familias tampoco se toma en cuenta; se supone erróneamente que al estar confinados y con algún elemento tecnológico a la mano es fácil programar actividades a horas que sin virtualidad y confinamiento serían totalmente improcedentes. Estar en casa con un computador a la mano no significa que estemos todo el tiempo disponibles para los menesteres electrónicos. Actividades no virtuales como el ejercicio, la lectura, las relaciones familiares, el descanso y muchas otras también requieren tiempo para ejecutarlas y se debe respetar. El equilibrio es importante y necesario, la virtualidad en la vida es un progreso esperado, pero tecnología para tener una “vida virtual” seria la peor consecuencia de esta pandemia.

domingo, 19 de abril de 2020

Crónicas araucanas

Para la capital.
Dejé el techo paterno con la desazón propia del que sufre la incertidumbre. Estos duros sentimientos eran producidos por los avatares de la política local y los apuros económicos de la familia. Ambos me obligaron a migrar de la tranquila costa atlántica, en busca de un lugar donde poder cumplir con el requisito de la medicatura rural, sin deber favores a políticos corruptos y devengar un sueldo que compensara el esfuerzo hecho por los viejos para darme el título de médico.
Estos sentimientos se atenuaron un poco cuando la ventanilla del Boeing 727 de Avianca me mostró un paisaje nunca visto. Profundos acantilados daban paso a una meseta de un bellísimo verdor localizada a 2600 metros de altura. El verde pálido dejado en Barranquilla contrastaba con el verdor intenso de la tierra que me adoptaría en el futuro cercano. Los intensos y variados tonos del verde no fueron lo único que llamó mi atención. Al salir del aeropuerto noté que no llovía, tampoco sentía frio. El esperado y temido clima capitalino parecía, por el momento, ser una más de las exageraciones acostumbradas en nuestro tropicalismo.
Así era, Bogotá no me recibió con el vaticinado clima nórdico ni la pertinaz lluvia. Una tarde soleada y una agradable temperatura, que para disfrutarla en Barranquilla debes pagar en energía un salario mínimo mensual, trajeron alivio a mi preocupado espíritu. Sin embargo, nunca había puesto un pie en la capital y la verdad, no nos digamos mentiras, estaba "cagao".
Por ese entonces, las referencias que tenía de la capital eran de oídas. El gusto por la radio venía por herencia materna, de manera que la radio noticiosa había sido mi compañía toda la vida. Las noticias generadas en Bogotá acrecentaban mis temores. No se oía nada bueno. Las razones para mis temores se contaban y necesitaba los dedos de las manos y los pies. Que el clima, que la violencia, que la inseguridad, que las distancias, que nunca había estado en ella, que no tenía apoyo económico, total, una multitud de razones convertían al destino bogotano en una aventura para la cual se requería cierta dosis de arrojo.
Sin embargo, el principal temor no se relacionaba con Bogotá y sus circunstancias. El miedo mayor, cosechado y guardado en el fondo de mi corazón, era reconocer que el entrenamiento recibido durante la carrera no era el mejor. Resulta que, durante los últimos años de mi formación como médico, había prosperado un concepto falaz sobre la calidad de la educación proporcionada en las universidades de la costa. El infundio, salido quien sabe de donde y anidado en mi corazón, sostenía que el entrenamiento recibido por los médicos costeños era de poca monta, de medio pelo, con mínimas destrezas. El humor santafereño nos tenía reservados algunos apuntes: “Las universidades de la Costa son las mejores, entran costeños y salen doctores” Mientras que los profesionales egresados en el interior del país se desempeñaban con lujo de competencia. Lo más grave era que semejante falacia yo la daba por cierta. Preocupaciones reales o ficticias la decisión estaba tomada, no había marcha atrás, necesitaba una plaza de rural con buen salario y Bogotá me la otorgaría.   
Destino Arauca
La vida es el resultado de las decisiones tomadas, ni son buenas, ni son malas solamente nos llevan por caminos distintos. Mis mejores amigos se decantaron por la segura Costa Atlántica, mientras yo buscaba una oportunidad en la fría capital. Las ventajas y desventajas de las opciones que se nos presentaban fueron discutidas una vez más en la noche previa al viaje con destino a Bogotá. Conversamos sobre los contactos mas efectivos, los sueldos malos en nuestra región, la incertidumbre era general. Por eso resultó mejor bailar y reír recordando las anécdotas vividas durante la carrera. Esos momentos especiales, sufridos por unos y gozados por otros, que de allí en adelante se recordarían en cada reunión, como si fuera la primera vez y produciendo las mismas estruendosas carcajadas.
Mi opción de rural con buen sueldo y sin la mediación de políticos pide votos, llegó por recomendación de un primo con contactos en el Subsidio Familiar de la Caja Agraria. En sus oficinas transcurrió mi primera semana bogotana. Presenté pruebas psicotécnicas, test de coeficiente intelectual, exámenes médicos, de laboratorio, sin dudas muchas evaluaciones para optar a una plaza de rural de seis meses de duración. En todo caso, pasados 8 días, todavía no sabía ni cuándo ni en dónde empezaría mi labor.
El propósito era trabajar en una unidad móvil para sumar al sueldo los recargos por los viajes. Estos viáticos, como se conocen por los entendidos, volvían el salario más atractivo. Pero pasaban los días y nada se sabía, la prudencia me decía que no debía llamar a nadie, pues no tenía nada que contar y sí mucho para preocupar.
"Más largo que una semana sin carne" reza un viejo refrán, pues yo puedo trocarlo a más largo que una semana con expectativas, una semana de esperas. La ansiedad, la soledad y el exiguo presupuesto, no permitieron conocer ni disfrutar de las atracciones dispuestas por la capital para un recién llegado. Cuando la opción de rural en el interior del país empezaba a preocuparme, llegó la esperada llamada, la gerente del Subsidio Familiar me citaba en su oficina.  
Como era de esperarse luego de tanto silencio, las noticias no eran buenas. Por esos días, un accidente sacó de circulación la unidad móvil para la cual había sido asignado. Las reparaciones del vehículo tomarían más tiempo del que yo podía esperar. Sin embargo, no todo estaba perdido, quedaba un premio de consolación, el puesto fijo en Arauca continuaba vacante. El argumento esgrimido por la gerente para la vacancia del centro araucano eran las condiciones de violencia en la zona. Pero eso no era cierto, la verdad era que el sueldo de rural en Caja Agraria se volvía atractivo por los mencionados viáticos. Este lugar era puesto fijo y por tanto poco se viajaba, el salario quedaba relegado al muy regular sueldo básico. Sin embargo, no me tomé el trabajo de pensarlo, el rural era un escollo en la carrera por una especialidad y había que superarlo. Por otro lado, al aceptar la propuesta de Caja Agraria, perdía en mi intención de obtener un buen salario, pero mantenía mi arco invicto con los políticos corruptos.
No tenía con quien compartir la decisión. Las comunicaciones en los ochentas no disponían de la tecnología del siglo XXI. Me fui a buscar la oficina mas cercana de Telecom, el precario y costoso servicio de comunicaciones disponible por aquel tiempo para hacer llamadas de larga distancia. Aquellas donde hizo carrera el estribillo “Listo Medellín cabina 8” expresión totalmente en desuso y que ningún universitario de hoy podría entender.
Hice la tercermundista cola, entré a la cabina y, haciendo gala del mejor tono de voz y con ánimo eufórico, conté a mi mamá la decisión tomada. La voz y el ánimo tenían el inútil objetivo de tranquilizarla. Sabía perfectamente que doña Betty estaba bien enterada del acontecer diario. Durante varios minutos le argumenté que ese rural era el apropiado, que Arauca era el lugar más seguro de Colombia, que ganaría buen dinero, que aprendería muchísimo, argumentos, todos, que ni yo mismo los creía. El silencio al otro lado del teléfono lo decía todo, mis intentos para tranquilizar a mi madre lograron el efecto contrario. Para mi fortuna, don Camilo asumió las funciones paternas y llevándole la contraria a mi mamá, quizás por vez primera, autorizó el viaje al llano.
Regresé caminando al apartamento del Centro Nariño acompañado por el frío capitalino y la ya familiar incertidumbre. El primero distraía mis pensamientos cuando buscaba la mejor forma de obtener calor. La segunda aumentaba los miedos a lo nuevo, a lo desconocido. Traté de animarme haciendo un balance de los aspectos positivos de la opción dispuesta por la Caja Agraria. El resultado era precario, solo dos puntos favorecían la alternativa araucana: por ser zona de violencia, el estado estipulaba en seis meses el tiempo de la medicatura. La otra ventaja era conocer una tierra a la que seguramente por otros medios no llegaría. En ese momento no podía imaginar, ni por un momento, cómo los azares del destino cambiarían el rumbo de mi vida para siempre.

El primer día de una larga historia.
Esta vez, por la ventanilla del jet Boeing 727 de SAM, se veía un inmenso mar verde difícil de imaginar. Ante mis ojos se abrían los exuberantes llanos orientales, las expectativas aumentaban. Llovía copiosamente, las precarias condiciones del aeropuerto garantizaban una mojada de proporciones diluvianas. No había manera de bajarse del avión sin que el fuerte aguacero cumpliera con la función de bautizar mi arribo al llano.
Armado con un paraguas, prestado por el aeropuerto, di mis primeros pasos en la tierra llanera. Logré llegar a la zona de entrega de las maletas sin mayores consecuencias, la maleta y yo habíamos logrado salvarnos del anunciado bautizo llanero. También se salvaron los funcionarios encargados de recogerme en el aeropuerto, o por lo menos eso pensé, al notar que nadie me abordaba para darme la bienvenida. Finalmente, acompañado de mis miedos atávicos, mi maleta y la edición más reciente de la medicina interna de Harrison, que alguna seguridad me daba, tomé el último de los taxis dispuestos para recoger a los viajeros.
Un campero GAZ, de fabricación rusa, fue el encargado de hacer el recorrido inicial por las calles de la floreciente Arauca. Si había logrado escapar de la lluvia en el aeropuerto, en el GAZ no me salvaría, los huecos de la carpa cumplían muy bien la labor de dejar pasar la lluvia, pero no así a la brisa, de manera que la mojada era por partida doble, la lluvia y la sudoración. Tampoco me salvaba de pagar la carrera, este monto no estaba contemplado en el riguroso y exiguo presupuesto recogido para afrontar los primeros días de estancia en el llano.
No tuve más remedio que dirigir mi camino hacia la oficina principal de la Caja Agraria. La oficina principal de un banco en una región ganadera y petrolera debía ser un hervidero y aquella tarde no era la excepción. A pesar de mi reconocida timidez me animé a preguntar por el gerente. El hombre, con la amabilidad característica del pueblo llanero, salió de su oficina rápidamente a saludarme, pero su cara de incertidumbre, quizás igual a la mía, reflejaba la realidad, en la oficina de la Caja no me esperaban y tampoco sabían qué hacer con mi llegada. 
Esta incertidumbre adicional acrecentaba mis miedos, no era muy difícil intuir que el presupuesto, dispuesto para estos primeros días, continuaría en caída libre. La primera noche debía costearla en alguno de los hoteles disponibles y no había muchas opciones que se ajustaran a mis ya mencionadas finanzas. Para la fecha, septiembre de 1988, en Arauca se vivía una bonanza petrolera que traía consigo el aumento en el costo de vida y la llegada de mucho forastero como yo. Desafortunadamente, los abundantes petrodolares no se reflejaban en una recuperación de la infraestructura de la ciudad. Las calles destapadas y enfangadas por la lluvia hicieron más difícil ese primer y a la postre único mal día en la bella tierra llanera. A partir del día siguiente, los hechos acontecidos fueron siempre motivo de alegría que aún hoy, veinticinco años después, sigo disfrutando.

Dos paisanos.
Contra todos los pronósticos dormí profundamente. A decir verdad, no era un gran mérito, los Forero tenemos dos atributos bien marcados en el código genético, buen dormir y buen apetito. De manera que ni las crecientes incertidumbres, ni los apremios por el exiguo presupuesto de gastos fueron motivo de espanto. La primera noche de hotel fue aprovechada para disfrutar tanto temas gastronómicos como los del buen dormir, finalmente mañana sería otro día.
Y así ocurrió, la lluvia tropical del día anterior se marchó dejando su lugar a un brillante y radiante sol. Los nacidos y criados en Barranquilla conocemos muy bien la voz "váyase por la sombrita", de manera que no tuve mayores problemas en acatar la gentil recomendación lanzada por la administradora del hotel al momento de salir para la Caja. El corto recorrido del hotel hasta la oficina del banco era mejor hacerlo acompañado por el picante sol llanero que por la lluvia del día anterior. 
Cumpliendo los protocolos usuales, el gerente hizo la presentación del personal dispuesto para la unidad de salud. Cuando llegó el momento de presentar al odontólogo, tomó cierta actitud cómplice y sonriendo me advirtió que le tuviera cuidado porque era un barranquillero parrandero. No tenía la mas mínima referencia del paisano, pero nos saludamos como si nos conociéramos de toda la vida, luego nos hicimos dos o tres preguntas para lograr una rápida ubicación y listo, casi hermanos. La rápida hermandad y la natural perspicacia de Juan Carlos le permitió intuir que mis finanzas no aguantaban otra noche de hotel. De manera que fui invitado a pasar mi segunda noche araucana en la "suite" donde Juanca disponía de una litera, de las usadas en tiendas de campaña, para desvarar amigos en apuros como yo.
La suite no era más que una habitación de alquiler con baño interior, sin clóset y con salida a la calle, igual a muchas otras usadas por los recién llegados al Arauca vibrador. Aseada y bien ordenada estaba amoblada con los requerimientos mínimos que la zona y los recursos podían permitir. Un pequeño espacio estaba reservado para la litera o más bien, catre de campaña. Nunca había dormido en un lecho de este tipo, los imaginaba incómodos, pero la realidad siempre supera a la imaginación. El catre era tan angosto que no había manera de voltearse y de una longitud tan corta para mi estatura, que los pies descansaban en el suelo. Se sentía como dormir en un sarcófago. Estrecho, corto, bajito, pero con una ventaja insuperable, usarlo no implicaba ningún costo.
El traslado a la “suite” aliviaba el presupuesto de gastos, pero no resolvía el problema de largo plazo, la Caja Agraria no disponía de habitaciones para los rurales. La solución era conseguir un cupo en la casa donde habitaban los médicos rurales del hospital y Juan Carlos como buen barranquillero, ya tenía el contacto. Resulta que el día anterior a mi llegada, otro médico paisano había llegado a ocupar una plaza vacante en el hospital. A Juan Carlos se lo habían presentado la noche anterior, recordaba perfectamente el nombre Piter, pero el apellido era extranjero y no lo recordaba. No puede ser, pensé para mis adentros, ¿Será?

Piter.
No había tiempo que perder, debía saber quien era el otro barranquillero recién llegado a la intendencia. Juan Carlos sabía que estaba alojado temporalmente a unas pocas cuadras del centro de salud, de manera que caminamos con rapidez, sin pensar en el calor producido por el picante sol y tratando de evadir los charcos residuales del aguacero y de otras fuentes menos higiénicas que tapizaban las destapadas calles araucanas. Los nubarrones del día previo con expectativas no muy alentadoras parecían dar un viraje favorable. No podía olvidar los datos aportados por Juan Carlos, médico de Barranquilla de apellido extranjero y de nombre Piter, sería lo mejor que podría pasar. 
La sorpresa fue mayúscula, la sospecha se confirmó, el médico de apellido raro y de nombre Piter, resultó ser mi compañero de colegio y de universidad. Recordé el último día que hablamos, no imaginábamos las vueltas que darían nuestros destinos. Esa noche, nos despedimos como sí nos fuéramos a ver en unos días. Nadie habría apostado a que dos semanas después de salir de Barranquilla, sin planearlo y por diferentes vías Piter y yo compartiríamos habitación en una casa para médicos en la lejana y desconocida Arauca
Pedro Elias Lopierre Torres, mi casi hermano, aquel que llegó por accidente a terminar los últimos seis meses del bachillerato en el colegio San José de Barranquilla y con quien, también por accidente, compartí la formación médica en la universidad del Norte, había conseguido una plaza para rural en Arauca, adónde yo por el accidente de la unidad móvil había llegado. Muchos accidentes para lograr un final feliz.
De pies, a la vera del camino, sin tomar en cuenta la temperatura, con Juan Carlos como testigo y casi sin dejar hablar el uno al otro, Piter y yo resumimos las peripecias hechas para terminar, cada uno por su lado, en Arauca. Todavía no lo podíamos creer.
Una vez concluyó la puesta al día, abordé el tema de mi siguiente noche araucana. Aunque Juan Carlos era un magnífico anfitrión, otra noche de sarcófago mi espalda no toleraría. Piter explicó la situación con la mayor consideración, como dirigiéndose a mi espalda. Desafortunadamente, la transición del grupo de rurales se efectuaba durante esa semana. Él debía esperar la salida de los que estaban para poder mudarse a la casa. Mientras que yo debía esperar a los que llegaban para saber si quedaba un cupo para mi. En resumen, los periplos recorridos por ambos confluían en un lugar común, la casa medica de Arauca, solo que yo tenía una escala previa de una semana en la “suite” 

La casa médica
Todas mis pertenencias cabían y sobraba espacio en una maleta de "cuero" chino, que por china había soportado el uso y el abuso. La tía Magola era la propietaria de la maleta viajera, la usaba para enviarle a sus sobrinas, desde Miami, baratijas de contrabando. En uno de esos ires y venires resultó el viaje en búsqueda del rural quien sabe en donde, con escala en Bogotá por quien sabe cuántos días. Se requería una maleta con “experiencia” y capacidad de manera que no tuve otra alternativa que tomar prestada la maleta contrabandista. Total, con libros, ropa de cama y pertenencias, la maleta de la tía hizo el que a la postre seria su último viaje de la "suite" a la residencia de los rurales.
La llamada casa médica tenía una construcción que podríamos llamar “sui géneris” tres cuartos, dos baños, sala, cocina y patio como cualquier vivienda en Colombia, la diferencia estaba en la distribución. Se entraba por una gran puerta metálica de color verde franqueando un garaje, de manera que por fuera parecía la entrada de un taller. La puerta de acceso una vez pasado el garaje, se abría a un largo pasillo lateral que servía como eje tutelar de la casa, a un costado las habitaciones y al otro costado lo que podríamos llamar el patio. El techo, por consiguiente, solo cubría la parte del pasillo que correspondía con las habitaciones de manera que cuando llovía, el piso se mojaba y los insectos llegaban irremediablemente. Una vez se entraba a la casa, la primera estancia encontrada era el cuarto de Patricia, la bacterióloga. Este cuarto además de estar primero en la particular distribución de la casa era el único con baño interior. Esa comodidad estaba reservada para el rural de mayor antigüedad en el hospital, rango que por esta época ocupaba la bacterióloga. Contiguo al cuarto mencionado se encontraban en el siguiente orden: el baño principal, la cocina, dos cuartos contiguos sin clóset y finalmente la sala, el patio de la casa corría en forma paralela con el pasillo, convendrán en que la distribución de esta construcción es al menos no usual. Otra particularidad de esta edificación consistía en que desde la sala y subiendo unas empinadas y estrechas escaleras metálicas, se ingresaba a una sencilla pensión de las que abundaban en Arauca por esas épocas. La pensión contaba con un privilegio necesario para aquellos tiempos en donde los teléfonos móviles solo se veían en películas de ficción.  La dueña de la pensión disponía de un teléfono fijo con servicio de larga distancia y no se molestaba en pegar un grito llamando al beneficiario de una llamada familiar.
El mejor lugar de la casa era el pasillo, en las noches la fresca temperatura invitaba a usar una hamaca arrulladora y muchas veces cómplice que acogía a los habitantes de la casa sin mucho recato.
La casa podía albergar siete personas, aunque en muchas noches la cifra aumentaba con la visita de algún amigo o amiga que ayudaba a tolerar la soledad del rural. Me alcancé a preocupar cuando hice las cuentas, Piter y otros tres médicos rurales, dos enfermeras y una bacterióloga, total siete y conmigo ocho, mi cupo lucía embolatado. Pero nuevamente la diosa de la fortuna metió su mano para cambiar las cosas y permitir que estos dos compinches y amigos siguieran compartiendo sus destinos. Ocurrió que los otros tres rurales tenían, por diferentes razones, lugares de habitación que les resultaban más favorables a la casa médica, de manera que se hacía necesaria la presencia de otras personas que pagaran el alquiler y allí estaba yo con mi maleta.Con mi llegada la nómina de habitantes de la casa reflejaba la diversidad de regiones, dos médicos costeños, dos enfermeras rosaristas, más rolas que el ajiaco santafereño y una bacterióloga paisa bien raizal, que por ser la de más tiempo en el hospital llevaba la batuta de la casa y dictaba las necesarias normas de convivencia. El cupo restante pronto seria ocupado.Durante nueve meses conviví en esa casa con un grupo cambiante de jóvenes profesionales llegados de diferentes lugares del país. Llegábamos llenos de expectativas a ejercer nuestras profesiones con el entusiasmo propio de la primera vez sin sospechar que todos, de alguna manera, seriamos marcados por la preciosa tierra llanera.

Ejercicio profesional
Por aquellos tiempos, los médicos que cuidaban la salud en las mal llamadas zonas marginales del país eran los médicos rurales. El servicio social obligatorio era un requisito para optar a la anhelada tarjeta profesional. Los rurales eran apoyados, en su loable misión, por intrépidos médicos generales que, atraídos por el hado de la aventura, ejercían la profesión a su libre albedrío. Arauca con una población de aproximadamente veinticinco mil habitantes, contaba con algo así como trece médicos para resolver los problemas de salud. Dos cirujanos generales completaban la nómina de facultativos. En ese entonces las riendas del hospital eran llevadas por cuatro rurales bajo la dirección de un médico veterano en trance de pensionarse. Los rurales estaban a cargo de todo, hacían los turnos, manejaban los pacientes hospitalizados, atendían la urgencia y la consulta externa.
Mientras tanto, mi trabajo como rural del Subsidio Familiar de la Caja Agraria se limitaba a una consulta externa en horario de oficina y algunas charlas educativas, impartidas en las empresas afiliadas al servicio médico de la Caja. Desafortunadamente, la consulta era exigua, los afiliados dejaron de asistir por la ausencia de médicos sufrida durante los meses previos a mi llegada. Pasada una semana del inicio de mi labor ya había consumido buena parte de los temas dispuestos para estudiar. Temía que el aburrimiento y la inactividad me hicieran olvidar lo aprendido. Estudié medicina para ejercerla y no para sentarme en un escritorio a esperar que llegaran los enfermos, el recurso de ir a buscar pacientes era un trabajo para los empleados administrativos, yo quería acción hospitalaria.
Mi hermano Pedro abordó al Dr. Castro director del hospital y a los rurales para expresarles mis preocupaciones y deseos. Si el director no opuso ninguna resistencia a mis turnos gratuitos para el hospital, imagínense si los rurales lo harían, tendrían un médico adicional para llenar la secuencia de turnos con lo cual se disminuía la carga laboral. Empecé asistiendo a la revista matutina de los pacientes hospitalizados y me asignaron una secuencia de turnos. Llegué a tener tanta acción, que resulté trabajando más que los rurales de planta. 
Los rurales en acción
Se necesita cierta dosis de masoquismo para decir que las rondas o revistas médicas te parecían divertidas. No olvido las revistas de medicina interna en la Clínica de Los Andes o el Hospital Universitario. Pesos pesados de la medicina interna lideraban estos verdaderos encuentros del conocimiento: Antonio Iglesias, Manuel González, Patricia Osorio y otros docentes hacían que el sufrimiento de recibir una pregunta pringamosera fuera inferior a disfrutar de esa feria del saber médico.
Por eso, asistir a la primera revista del hospital en Arauca me produjo cierta ansiedad. El temor por interactuar con los médicos del interior me recordaba las épocas de estudiante. Dos de ellos eran egresados de la Javeriana y otro de la Universidad Industrial de Santander. Sin duda excelentes facultades que dejan una impronta en sus egresados y estos la tenían y la hacían notar. La ronda la lideraba Oscar, un javeriano que se expresaba con seguridad. Parturientas y niños con complicaciones respiratorias llenaban la hospitalización. Recién llegado, invitado y con aquel temor guardado, mi actuación se limitó a escuchar. El opinador se mantuvo silenciado hasta cuando presentaron el caso de una paciente que consultó por palpitaciones en el pecho. La causa de este síntoma no la había podido aclarar el rural de turno. Mientras los colegas revisaban los datos tratando de encontrar el diagnóstico, me dediqué a examinar la paciente. Por mi mente pasaban las enseñanzas de mis profesores ¿qué me preguntaría el maestro Arcelio Blanco si estuviera aquí? El pulso, frecuencia cardiaca, presión arterial y la auscultación me indicaban una fibrilación auricular, estaba seguro. Sotto voce le comenté a Piter. El muy vivo sin mediar palabras dijo a los rurales: “Elias dice que es una fibrilación auricular” Entonces Oscar respondió con la seguridad conocida: “estas equivocado” y siguió “la frecuencia en esa patología siempre es superior a 200 por minuto y esta señora no ha tenido nunca más de 150 latidos por minuto”
Las lecturas sobre el tema se arremolinaban en mi cabeza, el flaco Oscar en algo tenía razón, pero mi examen clínico me indicaba sin dudas una fibrilación auricular. Ante la duda abstente, pensé. Necesitaba ayuda, pero en Arauca no había a quien preguntarle. Estaba seguro de que la solución a mi duda estaba en el libro de Harrison metido a última hora en la maleta viajera.
Nunca había leído con tanta avidez el capitulo de un libro, literalmente lo devoré. La conclusión era la siguiente: Oscar tenía razón en anotar que la frecuencia en la fibrilación auricular era muy alta entre 350 y 600 contracciones por minuto. Pero, son contracciones auriculares que en su mayor parte no se ven. Las que se ven y se registran en el electrocardiograma son las ventriculares que usualmente están por debajo de 200 y son irregulares como yo veía en la paciente. Armado con mi Harrison retorné al hospital. Los colegas rápidamente se dieron cuenta de la situación. Decidimos seguir las pautas terapéuticas expresadas en el texto. No disponíamos de monitor de signos vitales, dependíamos de lo que nos informara la paciente. Los minutos pasaron con la lentitud propia del que anhela. No sé cuanto tiempo pasó, pero volví a respirar cuando la paciente manifestó que se sentía mejor. Arauca empezaba a delinear mi camino con dirección a la medicina interna. El otro trazo de mi destino estaba por llegar con una invitación a Chicoral, Tolima.

Maruja.
Todavía hoy, recuerdo perfectamente el momento en que vi por primera vez a "Maruja". Bogotá despertaba con una mañana soleada de esas que levantan el ánimo y presagian un buen día. Parecía que el clima se sincronizaba con el espíritu festivo de los rurales de Caja Agraria convocados a una convivencia en Chicoral, Tolima. Desde el segundo piso de las oficinas destinadas para punto de encuentro, miraba desprevenido al otro lado de la calle. Un variopinto grupo de jóvenes profesionales de la salud, convocados a la reunión, se despedían de sus acompañantes tomando sus pertenencias. De un Fiat Mirafiori blanco, una delgada y alta rubia bajaba con elegancia sus pertenencias, lo recuerdo perfectamente.Profesionales de la salud de todas las oficinas fuimos citados para poner a punto la atención en salud de Caja Agraria. Muchos ya se conocían de manera que el ambiente era festivo, risas, besos y abrazos auguraban una reunión inolvidable, como efectivamente fue. Sin embargo, mis expectativas eran otras, me sentía como cachaco cuando va a conocer el mar. Nunca había pasado las navidades en el interior del país, no había tenido la oportunidad de conocer la zona de Girardot, Melgar y municipios aledaños, famosos por acoger a una gran cantidad de turistas dispuestos a divertirse sin medida. Mi intensión era saber cómo se celebraban las novenas del interior.Conocía a poca gente, mi compañero de rural no asistió, su período terminaba en esos días de manera que citaron a los candidatos para los nuevos cargos de odontólogo. Rurales, funcionarios administrativos y directivas se distribuyeron al azar en los buses dispuestos para el transporte. Me incliné por un bus con poca gente para evitar el relajo en carreteras, al momento de subir me sorprendí cuando vi sentada a la rubia del Mirafiori, ahora entendía porque había llamado mi atención, si de lejos se veía bien, de cerca lucía mucho mejor. La silla atrás de ella estaba vacía, me senté tratando de esbozar un saludo protocolario que por mi reconocida timidez ni siquiera se escuchó.
La sabiduría popular no siempre es acertada, "Dime con quién andas y te diré quién eres" "El que anda con la miel algo se le pega" en mi caso estos conocidos y muy utilizados adagios populares no se aplicaban. Mi hermano Piter y mis amigos Mañe, Adalberto, Juan Carlos sabían que hacer o que decir cuando se trataba de abordar al género femenino. Yo andaba con ellos todo el tiempo y no aprendí nada. No se me pegó nada. No sabía que decir.
Tampoco era que me fuera tan mal, tengo mi estilo, un poco pausado, quizás lento, pero había funcionado en otros momentos. La prudencia indicaba esperar una oportunidad y tenía todo el tiempo del viaje para hacerlo. Por otro lado, el bus venia medio vacío, no tenía otros competidores con intenciones de caminarle a la rubia. La oportunidad llegó en una parada para tomar un refrigerio. Al salir del bus le ofrecí mi mano en el escalón y pregunté con mejor tono en la voz ¿Qué quieres tomar? 

Martha en Arauca
Mis primeras experiencias en el centro del país me enseñaron rápidamente que el llamado síndrome del villancico también afectaba a los muy “diligentes” funcionarios capitalinos. Había transcurrido un mes desde la puesta a punto del Subsidio Familiar y el cargo de odontólogo en Arauca continuaba vacante. Finalmente, Juan Carlos, el costeño parrandero seria remplazado por Martha Claudia Cortes, la rubia alta y delgada que llegó en el Mirafiori al encuentro de rurales de Caja Agraria.
Lo ocurrido en Chicoral con la odontóloga se podía resumir en pocas palabras. Santandereana de nacimiento y residente en Bogotá, sus habilidades para el baile estaban en el promedio, tenía un conversar agradable y en el terreno de las afinidades se decantaba por los paisas. Los costeños los veía con cierta prevención y por algunos comentarios se podía inferir que tenia un "arrocito en bajo en Bogotá" de manera que nada relevante había pasado. 
Desde la ya lejana época en que me interesé por los problemas sociales supe que acabar con la desigualdad era la solución a los males del mundo. Sin embargo, debo reconocer con cierta vergüenza mal disimulada, que ser médico proporciona algunas ventajas que permiten ciertas licencias. Esas ventajas se hacen más notorias en los pueblos pequeños y Arauca no era la excepción. ¿A qué viene semejante introducción tan larga? Pues nada mas y nada menos que aprovechando los contactos de mis pacientes que trabajaban en el aeropuerto, logré ingresar hasta la plataforma, literalmente al pie de la escalera del avión, para esperar la salida de la odontóloga. Para mi fortuna el fatídico once de septiembre que cambió todos los parámetros en seguridad aérea y aeroportuaria del mundo aún no había ocurrido. Al bajar se notó un poco sorprendida para tranquilizarla le ofrecí mi mano, de la misma forma que en aquel bus del encuentro en Chicoral.
La lluvia saludo mi llegada al llano, un radiante sol saludó a Martha, el señorial y vaporoso vestido blanco, elegido para llegar a la intendencia, no parecía ser suficiente para tolerar la temperatura llanera, unos pañuelos blancos con bordados color pastel hacían agua de tanto limpiar el sudor. De manera que rápidamente abordamos el transporte público disponible. En un caluroso campero GAZ, ya conocido desde mi llegada, hicimos el recorrido inicial por las polvorientas calles de Arauca. Convertido en su edecán, llegamos a las oficinas de la Caja Agraria, le presenté al personal y a todos los amigos que nos encontrábamos en el camino. La falta de rurales para completar los cupos facilitó el arribo de Martha a la casa médica, en fin, mi táctica lenta de conquistar a una santandereana que le gustaban los paisas había empezado en firme.

Gastronomía araucana
Terminar mi aventura en el llano fue algo doloroso, pero sin duda muy conveniente para mi peso y estado físico. Durante gran parte de mi juventud claramente hice parte del grupo de los pesos pluma o más bien peso lástima. Pese a disfrutar de un apetito notable, no había forma de ganar peso, situación que nunca me preocupó. El metabolismo adolescente asociado al uso de la bicicleta, como medio de transporte, me mantenían en el peso ideal para ser apodado como Gilligan, remoquete que no me producía ningún orgullo pero que, debo reconocer, se ajustaba a mi aspecto del momento. La llegada al llano disminuyó los hábitos deportivos y acrecentó mis oportunidades para consumir los alimentos. Esta sumatoria de hechos se tradujo en un lento pero progresivo aumento de peso. Es que no había manera de abstenerse, los desayunos, almuerzos y comidas a la carta y en abundancia hacían que el llano fuera el lugar ideal para alguien que como ya he dicho sufre de buen apetito. Jamás podré olvidar las hallacas que preparaban en el restaurante de la mama de Freddy. Con una devoción que solo la dan los años, la señora Ana preparaba unas hallacas tan sabrosas que sólo se pueden comparar con las hechas por mi mama y quedan empatadas. En el ranking de mis platos favoritos del llano, la hallaca con carne de cerdo ocupa el primer lugar. El sancocho de gallina, el bagre frito, el pisillo de chigüiro completan la lista de platos de la región que la hacen inolvidable en el aspecto gastronómico.
Un comentario aparte merece la carne a la llanera, en ese plato se conjuga la esencia del llano, preparar una mamona requiere el desarrollo de un ritual para el que solo está preparado personal de alto rango en la finca. Esta preparación se reserva para ocasiones especiales y sabe mejor cuando se degusta con la compañía de arpa, cuatro y maracas. Las mejores terneras las comí en la finca de los esposos Mijares o en la Antioqueña en donde siempre había todo lo descrito y cantidades navegables de licor. La carne de ternera o cerdo preparada con el calor indirecto que proporcionan leños acomodados en forma de pirámide se cocinaban a fuego lento asegurando un delicioso sabor y textura. El topocho, la papa y la yuca acompañados de suero llanero completaban la oferta de una forma inmejorable. Todavía me pregunto cómo no subí más de peso.

La estrella de los rurales.
Cumplir con el requisito de la medicatura rural fue una experiencia inolvidable. En la indómita y bella tierra araucana tuve la fortuna de compartir, con colegas de otras áreas del país, la experiencia de ejercer el rural. Los hechos ocurridos durante esta época son fuente inagotable de anécdotas e historias, algunas divertidas otras no tanto, que maduran en la barrica de mi memoria, para ser contadas cuando la vida lo permita. Una de esas historias, con visos de aventura, la vivió mi amigo Henry Lopierre durante su rural en Tame, Arauca.
La usual tranquilidad de la tarde, en la sala de urgencia del hospital, fue alterada por un grupo de vecinos que traían a un joven mal herido. El muchacho recibió, de manera accidental, una pedrada en la región temporoparietal derecha, mejor dicho en la cabeza. Al momento del ingreso estaba todavía consciente. El rural de turno luego de evaluarlo, entendió que debía tomar decisiones rápidamente. El paciente solo se quejaba del dolor en la zona del trauma, pero su estado de conciencia comenzó a empeorar tornándose somnoliento.
El exámen físico demostraba una diferencia en el tamaño de las pupilas. El hallazgo no dejaba dudas, la pedrada había impactado a la arteria meníngea media. La consecuencia, un hematoma epidural. La conducta, remisión inmediata a un hospital en donde un neurocirujano drenara el hematoma. El problema, conseguir un traslado seguro y rápido. Las 12 horas necesarias para cubrir el tramo terrestre podrían ser fatales para el paciente. Cada minuto que pasaba hacía más sombrío el pronóstico.
La última operación aérea desde el aeródromo tameño, despegó simultáneamente con el ingreso del paciente al hospital, traer un nuevo avión resultaba imposible. Las pistas sin iluminación y sin radio ayudas hacían imposible despegues y aterrizajes nocturnos, las operaciones del aeropuerto se cerraban a las seis de la tarde. El primer avión llegaría al despuntar el alba, solo hasta ese momento podrían hacer el traslado, antes, imposible. Se necesitaban las mismas 12 horas. El paciente no disponía de ese tiempo.
La juventud de los rurales imponía temores para tomar ciertas decisiones, pero al mismo tiempo otorgaba la irreverencia necesaria para poder salvar la vida del paciente. Es conocido, por todos los médicos rurales localizados en zonas lejanas, que una estrella divina ilumina nuestras ejecutorias y ayuda a nuestros pacientes. La despejada noche llanera trajo consigo a nuestra estrella que titilaba con intensidad.
Uno de los rurales decidió comunicarse con el hospital en donde desarrolló parte de su internado. En el Instituto Neurológico de Bogotá disponían de neurocirujano las 24 horas del día, ellos ayudarían.
Las instrucciones fueron claras, conseguir un taladro, esterilizar una broca y hacer una incisión dos centímetros por encima del pabellón auricular. Otra recomendación fue usar solo anestesia local, el progresivo deterioro del estado de conciencia hacia peligroso optar por la  anestesia general.
A las 4:30 pm comenzó el procedimiento. Los únicos taladros disponibles en el hospital eran los odontológicos. Estos resultaron insuficientes ante la dureza de la bóveda cráneana. Se necesitaba un equipo de mayor potencia, había que pedir ayuda a la comunidad. La noticia corrió como pólvora, de todas partes del pueblo llegaron taladros para hacer el orificio y salvar la vida del muchacho. Un taladro Black and Decker, prestado por la estación de policía, fue el elegido.
La broca metálica, hecha para duras maderas, abrió con facilidad un orificio en el cráneo del paciente. El primer intento fue fallido, el segundo tuvo éxito, una pequeña cantidad de sangre oscura drenó por el orificio. La pupila dilatada retornó a su normalidad, el hematoma estaba resuelto. Unos puntos al cuero cabelludo y un vendaje terminaron el procedimiento. Aunque había que esperar, los rurales estaban tranquilos, el paciente mostraba signos de mejoría, la estrella de los rurales y sus pacientes brillaba con intensidad en el cénit.

Un ecografo en Aruca
Tengo fresco en mi memoria el recuerdo del primer ecógrafo llegado a la ciudad de Arauca. Por aquellos días completaba los seis meses de servicio social obligatorio pactados para las zonas afectadas por el conflicto interno. Un emprendedor colega había tomado la decisión de comprar un moderno equipo de ultrasonido y un electrocardiógrafo capaz de leer el trazado. Ambas tecnologías eran nuevas para la región y aún para muchas zonas del país. Enamorado de la llanura y de Maruja, no tenía la menor intención de regresar a la vorágine de la capital y menos a Barranquilla. De manera que acepté la propuesta de hacer la consulta privada del único centro médico del llano Colombo-Venezolano con ecógrafo bidimensional y electrocardiógrafo inteligente.
Las expectativas eran buenas, por fin se disponía de una tecnología no invasiva que permitía estudiar los órganos internos. Sin embargo, los clientes no aparecían. Tuve tiempo de leer el clásico libro de electrocardiografía de Goldman y hacer una hoja de resumen con los principales criterios de diagnóstico electrocardiográfico. Esta hoja me serviría después para corregir los frecuentes errores del electrocardiógrafo inteligente y también me acompañaría durante los primeros años de residencia.
Cuando ya estaba a punto de abdicar al trono del centro médico y de la tecnología una jovencita de escasos trece años llegó de la mano de su padre.
La timidez de la niña y la severidad de su padre hacían imposible un interrogatorio fluido. Sin embargo, el motivo de consulta era claro, el padre quería usar la nueva tecnología para descubrir la causa del preocupante y prominente abdomen de su hija. Falsos médicos, abundantes en la zona y con mucho arraigo, intuían que la causa del abultado abdomen era tumoral y pronosticaban un desenlace fatal.
El padre y la hija embargados de un profundo temor ingresaron al salón del ecógrafo. El acondicionamiento propio de estos recintos con temperaturas muy bajas y prácticamente a oscuras aumentaba la incertidumbre del padre y la hija. Acostada en la camilla con la ingenuidad propia de la edad, la condición cultural y la pobreza, la niña no se le oía ni respirar. El padre aceptó con resignación sentarse en una silla frente a la camilla desde donde veía con claridad la pantalla del ecógrafo. Todavía hoy me pregunto si la escala de grises podía ser entendida por un hombre apenas criado en la rudeza del campo y con los sentimientos encontrados que le embargaban.
Para nosotros, el diagnóstico estaba cantado pero preferimos que las imágenes lo confirmaran. Después de muchos años de ejercicio profesional todavía no soy capaz de intuir la respuesta de un paciente y su familia ante un diagnóstico definitivo. En este caso el aspecto severo del padre presagiaba una reacción negativa al saber que el abdomen prominente era producido por un embarazo normal. Sin saber qué actitud tomar el ecografista prefirió prolongar la llegada de la verdad diciendo que no había tumor, que la joven estaba sana. Padre e hija sonrieron tímidamente esperando la respuesta definitiva. La noticia del embarazo causó una respuesta inesperada. El ceño fruncido y severo que acompañó al curtido hombre del campo desde la llegada, cambió por una sonrisa humilde y atribulada. Su hija no sólo no moriría sino que lo convertía en abuelo.

Finalmente…
Primero fue la mano en el bus, después la mano en la escalera del avión y edecán en Arauca. Rumbita por aquí, bailecito por allá, aproximaciones de unas y otras, pero nada. La táctica lenta no daba resultados concretos con la rubia y bella odontóloga, literalmente no daba ni la hora. Sabía que no le resultaba indiferente, pero necesitaba una oportunidad, un momento clave. Lo grave del caso, mi tiempo en Arauca por cuenta del rural expiraba. En pocos días debía retornar a Barranquilla. En una comida de tantas, Piter hizo algún comentario tratando de facilitar las cosas, pero se necesitaba una ocasión.
Aunque parezca mentira la oportunidad que necesitaba me la dieron unos paisas, mis rivales sentimentales. El 31 de mayo de 1989 ocurrieron, como por encargo, una secuencia de eventos que permitieron romper el “celofán” con la odontóloga. Esa noche los habitantes de la casa estábamos convocados en la sala alrededor del único televisor disponible. Nacional de Medellín y Olimpia del Paraguay disputaban la final de la copa Libertadores de América en el Campin de Bogotá. No voy a detenerme en las circunstancias del partido, solo mencionar que a Martha no le gusta mucho el fútbol. Sin embargo, las tensiones del encuentro la llevaron a sentarse con el grupo a ver el recordado final. Al terminar el encuentro, la emoción del partido y la temperatura araucana obligaron a buscar donde refrescar el ambiente. En ese momento resultaba propicio sentarse en la hamaca alcahueta situada en el patio de la casa como había contado. Al sentarse en ella se conjugaban dos propósitos mitigar el calor y aprovechar la cercanía. Esa noche una fortuita circunstancia se sumó al anhelado momento de intimidad. Como mandado por el hado del destino, un inesperado corte de luz nos dejo a oscuras en la hamaca. No esperé mas y un beso robé sin preguntar. Como se imaginarán, el resto es historia.

Despedida
Los avatares de la política y la situación económica me sacaron de Barranquilla y las mismas razones me hicieron regresar. Terminar el contrato con el Subsidio Familiar de Caja Agraria implicaba quedar desempleado, pero como la relación con Maruja se hacia mas solida, intenté buscar trabajo en la zona, empresa nada fácil de lograr. El doctor Matus me ayudó en su consultorio, empezaba a vivir de la consulta particular pero también de mis ahorros.
Mientras tanto en Barranquilla, la cosa política tomaba un rumbo favorable. El primo Abelardo fue nombrado gerente de la regional del Instituto Nacional del Seguro Social. Doña Betty su prima hermana, que seguía preocupada por mi ya prolongada estadía en el llano, habló con el primo y este sentenció: Tu hijo llega a Barranquilla e inmediatamente tiene trabajo. 
El cuarto de hora de la política había que aprovecharlo de manera que salí del llano en junio de 1989. Llegué a Barranquilla con la firme intención de regresar al ahora departamento del Arauca lo mas pronto posible. Ahora sobraban las razones para querer regresar, todavía no tenía el temor de caer en las trampas de la nostalgia que maquillan los recuerdos.
Quería volver al llano para relajarme observando desde la cerca de una finca ese inmenso y hermoso mar verde desconocido por tantos. Regresar para disfrutar una siesta en un chinchorro llanero después de degustar una deliciosa mamona, acompañada de topocho con suero, en la finca la Antioqueña. Escuchar el joropo A quien no le va a gustar en una tarde de coleo, viendo a los llaneros dar a los toros un filo y lomo es una razón suficiente para tomar un vuelo directo a la llanura. Sin embargo, la verdadera razón para querer volver a la hermosa tierra llanera es expresarle mi gratitud, pues en ella se gestaron dos aspectos importantes de mi vida.
Hacer el rural en el llano me trajo la seguridad que necesitaba para ejercer con altura la profesión. En Arauca aprendí a valorar el entrenamiento recibido en la Universidad del Norte y me dio la oportunidad de conocer a los residentes de la Universidad Nacional. Al ver el desempeño de estos médicos supe que la Nacional era mi meta. Cuando Rafael Ortiz, residente de tercer año de anestesia, dijo en alguna ronda del hospital: ¡usted puede! perdí definitivamente el miedo.
Por supuesto, también en Arauca inicié mi relación con Martha Claudia, hoy 30 años después de conocerla, 25 años de matrimonio y tres adorados hijos, doy gracias al llano, a la vida y al creador por darme la familia que tengo.
Como suele ocurrir, la vorágine del tiempo se llevo en sus volandas los momentos para expresar, de cuerpo presente, mi agradecimiento a la hermosa tierra llanera y aunque quizás estas notas sirvan para dispensar mi desapego, todavía guardo la esperanza de volver al Arauca vibrador.