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martes, 12 de abril de 2016

Se fue la Voz



Falleció Edgar Perea, el Negro, el Campeón. Aunque no lo conocí personalmente, no puedo evitar sentir que su muerte implica el cierre de una época de mi vida. Una etapa en donde escuchar los programas deportivos constituían una buena parte de mi diversión. 
Crecí escuchando las narraciones del Negro en el radio Phillips que tenía mi tío Ñemo en la terraza del patio. Eran los años de Víctor Ephanor, el diablo Caldeira, Hermenegildo Segrera y otros más. Todavía Junior no tenía su primera estrella y al Negro no le habían puesto ninguna sanción por sus imprudencias. Pero ya se vislumbraba todo el éxito que cosecharía. Todavía no aparecía el "qué maravilla" en el canto de los goles de Junior y apenas comenzaba su famoso programa comentando los deportes. Para los que no teníamos edad ni plata para ir al estadio, las impecables narraciones de Perea nos hacían sentir en la tribuna, "Toque por toque así como a usted le gusta, detrás de la pelota" era el lema del Negro y a fe que así era. En el viejo estadio Romelio Martínez su voz era la única voz.  
La fama le llegó más tarde con el famosísimo programa de Caracol La Polémica de los deportes, en donde al lado de Hernan Peláez harían el programa de radio más oído del país sin ninguna duda. Escuché la polémica cada vez que pude, me reí con las ocurrencias del Negro y de Jaime Ortiz, me molesté con las impertinencias de Oscar Rentería, aprobé los centrados comentarios de Wbeimar y Peláez. Eso sí, todo fruto de un libreto diseñado por estos monstruos de la radio. También es cierto que la polémica sin el Negro no tenía sustancia, le faltaba pimienta, pimienta negra.
La fama del Negro desbordó las fronteras, narró todos los grandes torneos del fútbol mundial, series mundiales de béisbol, inolvidables peleas de campeonato, basquetbol y hasta el tour de Francia, narró todo lo que quiso. Pero lo que hace pasar al Negro Edgar Perea Arias a la historia del fútbol y de la radio colombiana fue su pasión y compromiso con la selección Colombia.
Perea había narrado todas las frustradas participaciones de la selección en fases premundialistas hasta que se iniciaron las eliminatorias al mundial de fútbol Italia 90. La inauguración del estadio Metropolitano de Barranquilla hizo que la dirigencia designara a Barranquilla como sede de las eliminatorias. La mayor capacidad del estadio y el sofocante clima de la ciudad  hacían propicia la designación. Pero había un factor adicional, en el Metro, el Negro era el rey. Con mucho tiempo de anticipación Edgar comenzó a convocar a la gente para hacer del Metropolitano un fuerte inexpugnable, "Aquí no nos gana nadie" era su consigna.  
Ecuador, Paraguay y después Israel, por el repechaje, perdieron como lo dijo el Campeón, sin atenuantes. En el estadio, los hinchas conducidos por la fogosa arenga de Perea se convirtieron en una sola y temible voz.
Mientras tanto en el resto del país la narración del Campeón Edgar Perea se escuchaba por la básica de Caracol. Se le bajaba el volumen al televisor y el Negro narraba, una  sola voz, como en el Romelio. 
Paz en tu tumba Edgar.

lunes, 11 de abril de 2016

La maleta de viaje



Todo placer tiene un precio que debe ser pagado para disfrutarlo. Cuando se trata del placer de viajar son varios los precios que hay que pagar. Las largas esperas en los aeropuertos, las turbulencias, los costosos pasajes, la inseguridad en las carreteras son circunstancias que debemos sortear para disfrutar de un buen viaje. Un requisito que debe cumplirse sin errores para gozar cualquier tipo de paseo, por corto que sea, es preparar bien la maleta. 
Aprendí a hacer maleta a muy temprana edad de la mano de la tía Magola. No hay nadie que haga mejor una maleta que la tía. Sobre todo cuando se trata de empacar baratijas de contrabando. Hasta el último resquicio era útil para traer los encargos. Los zapatos se rellenaban con prendas íntimas, las cajas eran desechadas por ocupar mucho espacio, las prendas de vestir eran sometidas a un proceso envolvente para dejarlas reducidas a una bolita que se acuñaban con otras para aprovechar todo el espacio disponible. 
Hacer maleta es un arte y tiene una particularidad, sirve para identificar al viajero. El pasajero se saca por la maleta dice el adagio popular y es verdad. 
Cuando usted levante una maleta vacía que lleva a otra de menor tamaño en su interior inmediatamente sabe que ese pasajero va para Miami. Sin tener en cuenta el cambio del dólar, lleva lista de compras y tiene una camioneta alquilada para ir a los outlets. 
El contenido del equipaje permite vislumbrar hasta la edad del pasajero. Cuando en la maleta se encuentre una botella de aguardiente, una edición de la revista SOHO y  unos condones camuflados, ese pasajero tiene entre 20 y 30 años. En el caso de encontrar una botella de Whisky, una revista Semana y escondidas unas tabletas de Viagra ese viajero está entre los 30 y 40 años. Los mayores de 40 pero menores de 50 llevan una botellita de vino, una novela de reciente publicación y no les puede faltar el omeprazol. 
Cuando el contenido de la maleta sea un frasco de Milanta, el periódico del día anterior y un pequeño maletín lleno con toda suerte de pastillas para todos los achaques posibles ese personaje lleva sus añitos habitando el quinto piso.
Con toda intención deje el comentario del equipaje femenino para el final. La razón es que quizás es la única situación en donde es fácil identificar a las mujeres. Porque sin considerar la edad, las costumbres o la procedencia la maleta de una mujer siempre llevará todas las cosas posibles que se puedan meter necesarias o no, así son ellas. 



lunes, 4 de abril de 2016

Una bandeja paísa, por favor





Martha y yo decidimos pasar unos días en el eje cafetero. Las bondades del clima, la belleza de sus paisajes naturales, la calidez y pujanza de sus habitantes y la reconocida gastronomía pronosticaban uno días para descansar y disfrutar de la oferta mencionada. Aunque no siempre los pronósticos se cumplen. 
Llegamos en medio de las sombras de la noche de manera que el contacto con la naturaleza quedó relegado a la picadura de los jejenes que gracias a la reciente lluvia estaban en su esplendor. La deliciosa lluvia, añorada por estos días en el país, saludó nuestro despertar al día siguiente y corrió los termómetros a una temperatura de 18 grados. Acostumbrados al abrasador calor barranquillero, agradecimos el cambio climático, el problema era que ir a la piscina o al yacusi quedaba relegado para otro día. 
Desde que tuve noticia del evento en el eje cafetero, mi paladar se hacía agua pensando en la bandeja paisa y sobre todo en los deliciosos chorizos santarrosanos, famosos por su sabor. Llegué al restaurante del hotel preguntando por la bandeja, los chorizos y las arepas típicas de la region. Sin embargo, por disposición del chef no se preparaban los ingredientes necesarios para la bandeja. Arepas, chorizos industriales y el tradicional calentao era la nómina de la comida tradicional paisa en el hotel. 
La reunión académica terminaba al día siguiente, entonces al regreso, en algún  restaurante típico situado a la vera de la carretera al aeropuerto, encontraría mi antojo. 
Salimos del hotel con la debida anticipación para disfrutar la comida del restaurante. El encargado de transportarnos, conocedor de la zona,  recomendó un restaurante localizado a pocos kilómetros del aeropuerto. Llegamos con la boca hecha agua, la bienvenida no podía ser mejor. Él parqueadero lleno auguraba buena concurrencia y por tanto buena comida. Los meseros se veían pasar con los charoles llenos. De pronto un menudo y atemorizado cuidador de carros dijo que no había servicio. Nuestro experimentado conductor entro raudo al restaurante, no lo harían quedar mal con sus clientes. Unos minutos después salió con una cara de decepción similar a la que yo tenía desde mi llegada. Se habían agotado los ingredientes y no podían atender a nuevos clientes. El colmo de la imprevisión, punto en contra para el empuje paisa. 
El problema ya era de hambre, había que buscar algo bueno y cercano al aeropuerto. Un par de kilómetros más adelante nuestro conductor se detuvo en otro lugar que lucía típico. Sin embargo, no veía gente. Un restaurante sin comensales no augura nada bueno. Mientras bajábamos del auto el chofer preguntó a un sonriente mesero que salió a su encuentro. Está abierto, nos dijo, sirven adentro por eso no se ve gente. 
El lugar estaba impecablemente arreglado. El mesero de riguroso uniforme y con sonrisa entrenada nos saludó. Aquí si fue, vengo con hambre le dije. 
El mesero dejó ver aún más su sonrisa y nos dio la bienvenida a Casa Verde el mejor restaurante de comida de mar de la region.
En ese instante solo atiné a recordar a Condorito. Plop