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sábado, 20 de agosto de 2022

Los parques de diversión.

Hace rato no me percataba de la llegada de una ciudad de hierro a Barranquilla. Esta colección de atracciones mecánicas forradas con luces multicolores que atraen a los amantes del vértigo se habían alejado de Barranquilla tal vez por falta de espacio.  

El nuevo malecón con una infraestructura adecuada y amplios espacios facilita el arribo de estos parques de diversión itinerantes que como anotaba, hacía tiempo no venían por estos lares. Eran las épocas en donde el parqueadero del estadio municipal era utilizado por circos, festivales de cerveza y parques de diversión itinerantes para instalar sus carpas y atracciones mecánicas. También los vecinos del sector improvisábamos canchas para jugar futbol o beisbol en las tardes libres. Convertido en paradero de Transmetro, los circos y las llamadas ciudades de hierro se perdieron de la zona norte de la ciudad. 

No soy un buen referente en materia de las diversiones ofrecidas por las llamadas ciudades de hierro. Admiro mucho a todos los que se embarcan a gritar en esas atracciones, yo no sirvo para eso.  Todas esas “diversiones” mecánicas se fundamentan en dar vueltas una y otra vez de tal forma que aquellos incautos con un fragil sentido del oido terminamos la experiencia con un mareo proverbial y en el peor de los casos vomitando hasta el apellido.

Tengo vivo el recuerdo de mi primera experiencia con una de esas llamadas atracciones mecánicas. Así fue, me monté en un juego que para los amantes de estas diversiones es meramente un juego de niños, las tazas, nada del otro  mundo. Mientras no se toque el volante de la tasa todo va bien. Pero mi prima Estela quería tener vértigo y comenzó a darle vueltas a la rueda central de la taza. Fueron tres interminables minutos dando vueltas sobre el eje y en el plato, mientras Estela y la tía Magola se reían yo me mareaba irremediablemente. Al bajar de la maquina di unos pasos erráticos y sin mediar palabras vomité hasta el pudín de la primera comunión. Como consecuencia del mareo no fui capaz de montarme en ninguna otra atracción mecánica, tampoco pude disfrutar las golosinas que venden en estos lugares, el algodón de dulce, los  perros calientes, crispetas y otras mas fueron evitadas para no vomitar nuevamente. Después de un rato de descanso me dediqué a la otra distracción que traen las ciudades de hierro, capturar pendejos ositos de peluche o jugar al tiro al blanco tratando de obtener regalos mas pendejos que no sirven para nada. Qué mareada tan tenaz menos mal no nos dio por montarnos en la temible montaña rusa.