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lunes, 18 de octubre de 2021

Calvo y ya


Desde mi más tierna infancia supe que la calvicie era mi destino. No tenía ningún remedio, con padre y abuelo calvos, el único destino posible era sufrir de alopecia androgénica.
 Aceptar mi destino desde muy joven evitó transitar por algunas prácticas dilatorias de la calvicie que por supuesto no resuelven el problema y en general resultan costosas. Cubrir el cuero “excabelludo” con hebras traídas desde los costados de la cabeza para luego fijarlas con pegajosas sustancias; usar un fatal bisoñé que se cae al primer movimiento de la cabeza; aplicarse sustancias o mal olientes o costosas o peor aun de aplicación dolorosa, definitivamente, no. Estas prácticas lo único que logran es empeorar la transición a la calvicie, así que asumí mi destino con total resignación.
Como le toca a todo resignado, busqué razones para soportar mi destino. La primera razón y más esgrimida por todo calvo que se respete, es que la caída del cabello acontece porque quienes la padecemos somos generosos productores de testosterona. Resulta que en quienes padecemos de alopecia androgénica, el aumento de la acción de las hormonas masculinas provoca disminución progresiva en la actividad del folículo piloso. Con el tiempo se produce atrofia total del bulbo piloso con la consiguiente pérdida del cabello. El problema es que la acción de la testosterona sobre el folículo piloso no se acompaña de una subida más intensa del otro órgano que lógicamente se intuye. 
Desmontada esta teoría busqué otras posibles ventajas. Algunas no pasan de ser ocurrencias humorísticas del estilo de Daniel Samper Pizano que menciona el ahorro de tiempo en la peluquería y de dinero en el champú entre otras. Debo comentarle respetado Daniel que los peluqueros cobran igual el tiempo invertido en cortar lo poco que deja la testosterona, total deben justificar el valor de la motilada. Con relación al champú, podría ser cierto, pero los calvos de mi edad usamos un jabón para todo. Usar champú, acondicionador y jabones para cada parte del cuerpo pone en dudas las hormonas de aquellos con estos hábitos. 
En alguna revista leí otras supuestas ventajas: que los calvos lucen atractivos; que no inviertes tiempo en peinarte; que tus duchas son más rápidas y el ya mencionado ahorro en champú; que no te salen canas; que eres fácil de localizar gracias a los destellos que el sol refleja en tu calvicie. De estas la única válida es que un calvo es fácilmente localizable. Esta ventaja es útil en la comunidad pues sirve de referencia, al lado del calvo está lo que usted busca. Nada más, lo atractivos es cuestión de gustos y los ahorros no son reales.
De manera que finalmente coincido con Daniel Samper en que de la alopecia androgénica y sus consecuencias se puede decir: 1) la calvicie es inevitable e incurable; 2) jamás debe esconderse bajo una telaraña tejida a partir de pelos laterales; 3) nunca, pero nunca, conviene reemplazarla por una peluca, tupé o bisoñé; 4) buen calvo no conoce piojo; 5) es bueno invertir en una buena colección de gorras, cachuchas o boinas, pueden salir mas baratas que los costosos protectores solares; 6) es prudente renunciar a la seducción a punta de belleza peluda, resulta mejor intentarlo con base en simpatía. Punto.



domingo, 3 de octubre de 2021

EL olvido que seremos

Ayer disfruté, gracias a Netflix, la película: El olvido que seremos. La historia de la familia del médico Héctor Abad Gomez. 

Me rehusé a leer la novela por la misma razón que sistemáticamente evito libros o películas relacionadas con la violencia colombiana. Para eso están los noticieros y los periódicos, es mi argumento. 

Pero, siempre hay un pero, Netflix se metió hasta en mis gustos y cuando menos creí ya llevaba la película por la mitad.
No voy a cometer el error de contar la trama del largometraje, que quizá ya todos ustedes conocen o peor aún, la han vivido. Mucho menos voy a ensalzar a los productores por la excelente puesta a punto y el cuidado con los detalles para recrear la Medellin de los años 60 y 70. El reloj de Hector padre y el maletín de Hector hijo, la grabadora, los Renault 4 y 6 que se vieron, en fin, los de producción tienen ganado el Oscar.
Tampoco haré ningún comentario sobre lo valiente que fue el señor Héctor Abad Faciolince y su familia al permitir revivir un episodio tan doloroso de su historia, no voy a cometer esa imprudencia.
Solamente quiero dejar por escrito, consignado que llaman, los sentimientos de frustración, rabia y dolor que me produjeron los hechos magistralmente narrados en la película y que dolorosamente continuan siendo el pan nuestro de cada día.
Sentimientos que me hacen clamar, inútilmente, a los señores dueños de la violencia colombiana, que ya basta. No queremos mas muertos de la izquierda y de la derecha, azules o rojos, de unos y de otros, basta ya de odios y de inquinas, basta ya de desplazamientos, basta ya de terror en los hogares, basta ya…  
Hasta cuándo señores dueños de la violencia colombiana, hasta cuándo tanta barbarie y tanta sangre, hasta cuándo…