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sábado, 16 de julio de 2016

Chicos malos en Cancun

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Todo parecía en orden. Esta vez me había cerciorado de cubrir cada aspecto del viaje para no tener contratiempos durante las vacaciones. El pasaporte no estaba vencido como en aquel viaje a Estados Unidos, los registros civiles de los menores estaban en regla para no repetir lo ocurrido en un viaje a Panamá. Llevaba impreso los papeles exigidos por el hotel, etc. etc. Como nunca, todo en orden y guardado dentro del maletín de mano que no dejo ni a sol ni a sombra.
Las vacaciones, organizadas por dos expertos en el arte de viajar bien y disfrutar sin derroche, prometían ser de película. Las locaciones, Playa del Carmen, uno de los destinos turísticos más importantes del Caribe. El presupuesto, austero por comprar con la debida anticipación y con millas acumuladas. El reparto, los amigos de la universidad que posteriormente vivimos en Bogotá durante varios años. El guion de la película, reírse de los recuerdos. Título de la película "Chicos malos en Cancún"

Todo andaba bien hasta cuando se supo que un miembro del grupo perdería su conexión y no llegaría a la fiesta inicial. Salió a relucir la famosa frase usada para consolarse cuando algún contratiempo nos impide disfrutar de un merecido descanso: “Las vacaciones sin contratiempos no producen historias para contar" la sentencia expresada por un joven de 15 años no podía ser más apropiada, el problema es que también resultó ser premonitoria.  El amigo que perdió la conexión y su primer día, también perdió sus maletas y otro día más de hotel. Salir a comprar algo de ropa y esperar la llegada del equipaje perdido consumió el segundo día. Las historias para contar no terminaron con los problemas de transporte.
Al fin médicos, sabíamos de los posibles problemas de salud padecidos por los viajeros y veníamos preparados. Cuando la diarrea del viajero atacó al primer miembro del grupo, los antidiarreicos fueron esgrimidos con todo éxito. El problema estuvo en que fueron varios los afectados. El último de ellos con tal grado de severidad que fue preciso trasladarlo al hospital porque la cosa ya pasaba de castaño a oscuro. Dejo constancia que el hotel escogido no era una sucursal del alcantarillado de Ciudad de México o del acueducto de Barranquilla.
Una semana de playa y deporte playero aseguran unas torceduras en los poco acostumbrados practicantes. Para eso también estábamos preparados de manera que un lumbago y unas rodillas adoloridas fueron rápidamente subsanadas con los analgésicos disponibles en los botiquines de viajeros.  El problema vino cuando un trauma, jugando fútbol playa, produjo una laceración en la piel de uno de los asistentes.  La peladura lo sacó del partido y de las otras actividades programadas. El botiquín de viajeros contemplaba algunos elementos de curación, pero fue necesario ir a médico para comprar un antibiótico y dotar el equipo de curaciones. Cuando todo parecía resuelto sin ninguna otra novedad ocurrió un hecho que puso a prueba la solidaridad del grupo y superó con creces las capacidades del botiquín.
En la habitación de un miembro del grupo, envuelto en unas tibias toallas, descansaba tranquilamente un escorpión. La inoportuna mano de nuestro compañero tomó la toalla en donde el insecto reposaba y este no tuvo más remedio que picarlo. Nuestro botiquín no contemplaba elementos para picadura de escorpión de manera que otro miembro del grupo fue a parar al hospital.

Otra historia que cambió el guion de la película en Cancún. Los Chicos eran malos, pero por las diarreas, vómitos, escaldaduras, lumbagos, peladuras y picaduras. Las inesperadas historias convirtieron a la prometedora película de vacaciones en un episodio más de "Sala de Emergencias"


viernes, 8 de julio de 2016

Comidas de la calle

Para conocer una ciudad o un país y sus costumbres es necesario enfrentar la experiencia de probar su comida callejera. Aunque parezca disonante, uso el verbo enfrentar porque literalmente puede ser un reto consumir comidas en las calles de una ciudad por muy desarrollado y famoso que sea el lugar.
Unos ejemplos pueden confirmar la postura del reto que significa la comida de la calle.
Alguna vez, buscando unos muy recomendados choripanes callejeros en Buenos Aires, nos perdimos y fuimos a dar a un peligroso momento del cual por poco no salimos. Terminaba un partido entre Boca y River y nosotros, detrás de los choripanes, quedamos en la mitad del enfrentamiento entre las barras bravas. Hasta el hambre se nos quitó del susto. 
La búsqueda de perros calientes típicos ha dado para varios de los retos producidos por las comidas de la calle. Una vez, salimos a buscar un perro caliente típico alemán con salchicha de proporciones faraónicas y sabor callejero. El compañero encargado de la expedición, en búsqueda de caninos gigantes comestibles, había pasado muchas vacaciones en Berlín, de manera que nos llevaba con seguridad, pero nunca encontró el camino ni el lugar. La búsqueda de esos perros se convirtió en un reto para los pies. Caminamos alrededor de ocho kilómetros y nada del famoso perro callejero berlinés. Terminamos comiendo unas salchichas normalitas y caras en un restaurante marca X. 
Pero si de perros caros se trata, ninguno le gana a un medio perro que comí en San Francisco. Caminábamos por el emblemático puerto de la ciudad y me encontré con una venta de "Hot Dogs" con todas las características de un buen perro callejero, salchicha gruesa aunque no grande, abundantes salsas para servírselas "ad libitum" y Coca Cola incluida en el precio. Sin pensarlo y sin mirar la letra menuda pedí uno. El impulso fue seguido por un colega igual de antojado que me pidió la mitad para probar. El sabor del pan y el perro en general cumplieron las expectativas, de manera que fui a pagar para pedir otro más, cuando me enfrenté con un nuevo reto de la comida ambulante. Diez dolaretes cobraron por el perro y la gaseosa. La comida rápida más cara de la historia, medio perro, dos bocados, por diez dólares. Todo debido al renombrado lugar en donde se compró. 
Ahora, cuando de renombrados y glamurosos lugares se trata nada como París. Pues en la ciudad luz también se enfrentan retos con la comida callejera. Alguna vez, en la famosa plaza de Trocadero, mi hija fue a comprar unos crepes con nutela vendidos en carros ambulantes. Notamos que había dos ventas de estas características. Siguiendo el aforismo que en donde hay más gente debe ser mejor la comida nos fuimos a comprar en donde había cola. Dos animadas jóvenes afrodescendientes atendían el carro. El sazón afro, pensé, debe establecer la diferencia con el otro carro, que de paso era atendido por rubias desendientes celtas.  Mi hija animada por el lugar no se percató del arduo trabajo de las jóvenes. Preparaban los crepés, servían refrescos y cobraban, hacían de todo y sin guantes, por supuesto. Ese era el secreto del sabor. El carro sin clientela en cambio, parecía cumplir las reglas de la higiene. 
Lo que me lleva al último comentario, la comida callejera más sabrosa es la que impone retos. El problema es cuando el reto es para la salud.