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viernes, 28 de abril de 2017

Las cosas del clima

11:59.
La nueva gerente había sufrido toda la mañana con el gélido clima de la oficina. El vaporoso vestido, elegido para mitigar el esperado calor de la costa, no protegía del frío impuesto por los equipos de aire acondicionado recién estrenados. El calor del Caribe, soñado por los andinos cuando llegan a la costa, se había quedado en el imaginario. Al salir de la clínica, la tibia temperatura esperada era atenuada por una brisa inusual que refrescaba el medio día. Para fortuna de la recién llegada “el veranillo de San Juan” hacía tolerable el implacable calor de los días de junio.
El frio experimentado en la oficina animó a Leidy a caminar por los alrededores de la clínica. La refrescante brisa le hizo olvidar del sol y sus consecuencias.
-Nos vemos a las 2:00 en punto- Dijo con seguridad.
Caminé a mi apartamento. Había regresado a Barranquilla para disfrutar del almuerzo en casa, recibir los beneficios que la siesta produce en la salud y disponer de más tiempo para la familia. Pero hoy no era el día, almuerzo rápido y retorno a la oficina, la siesta se cancelaba.    
1:20 pm.
El nuevo aire acondicionado vencía con facilidad al calor del mediodía. Por esos días mi tarea usual era revisar hojas de vida. Adivinar el perfil correcto, detrás de los datos consignados en los formatos, era una tarea difícil y aburrida. El silencio y la agradable temperatura de la oficina cumplieron su cometido, me quedé dormido leyendo la primera carpeta.
2:00 pm.
El ruido de la cerradura fue suficiente para despertarme de golpe. La secretaria con cara de satisfacción entraba a la oficina a la hora en punto y de paso me despertaba del sueño propiciado por la agradable temperatura, el silencio y la aburrida lectura. Venía sola, menos mal, me hubieran pillado dormido en el escritorio. Al ver que no había señales de la gerente pregunte:
- ¿Y la gerente?
- No creo que esté en la calle con el calor que está haciendo -
Respondió mientras secaba el sudor de su frente.
2:05 pm.
La gerente no llegó a la hora anunciada. Bajé al sótano con la secretaria pues a las 2:00 en punto llegaron suministros y debía conocer su contenido. De pronto la gerente estaba en el sótano.
Poner en movimiento una empresa, clínica o como se llame es una tarea difícil y más si estamos aprendiendo. Pero lo que veía no lo podía creer. En el sótano sudorosos funcionarios, de la empresa de transportes, bajaban toda clase de objetos. La lista incluía desde bolsitas de azúcar, para las cafeterías, hasta un sofisticado ecógrafo con todos sus aditamentos. Que locura, con la secretaria y un funcionario de farmacia, recién contratado, empezamos a organizar el envío, necesitaríamos a Melquiades. La gerente tampoco estaba en el sótano.
2:30 pm.
Para la época, año 2000 y meses, los celulares eran, apenas, un teléfono móvil costoso sin la capacidad de comunicación que ahora disfrutamos o padecemos y que hoy parece existió siempre. De manera que, usando el viejo invento de Bell, traté de averiguar si la gerente había sido llamada por la gerencia regional. Solo eso explicaría su ausencia en la oficina a las 2:00 en punto.
2:45 pm
No estaba en la regional. Me avisarían si llegaba. Comencé a preocuparme. El siglo XXI saludaba al país con las mismas dificultades de violencia e inseguridad vividas en los noventas y aunque Barranquilla estaba un poco por fuera de este ámbito, como dicen las señoras, uno no sabe. ¿Qué le abra pasado a la cachaca?
3:00 pm
Reuní a todo el personal de guardia de la clínica y a los pocos funcionarios disponibles. La gerente no conoce a nadie en Barranquilla y no estaba en la regional, debe estar aquí, en el edificio, revisando todo por sus propios medios, búsquenla. Sabía que no estaba en la clínica, pero eso me daba tiempo para pensar que hacer y de refrescarme en la oficina. El calor estaba insoportable y había subido y bajado el edificio varias veces.
No consideraba alguna alteración de salud. Durante el diálogo de la mañana no había dado muestras de ningún problema orgánico.
3:30 pm
En ninguna parte había sido vista. En la regional tampoco aparecía. Pregunté por el hotel en donde se hospedaba, era el último sitio en donde podría estar, pero uno no sabe.
El hotel resultó siendo un apartahotel muy cómodo, pero con problemas de comunicación. No daban información por teléfono de sus inquilinos.
3:45 pm
El apartahotel estaba lejos de la clínica como para ir caminando así que tomé el Fiat. Para la época me transportaba en un Fiat Uno comprado en Bogotá, es decir, sin aire acondicionado. Palabras más, palabras menos, montarse en el Fiat Uno, sin aire, al mediodía de Barranquilla, era como entrar a los infiernos.
4:00 pm
Llegué al apartahotel y pregunté por Leydi. El funcionario de la tarde no la había visto pero marcó el número de la habitación.
La preocupación y la carrera me tenían sudando a cántaros. No contestaba, justo antes de colgar alguien contestó del otro lado de la línea.
-Suba-, dijo el funcionario.
-Habitación 402, el ascensor está dañado-
Lo que faltaba, volé por esas escaleras y timbré. Al abrirse la puerta vi la cara abotagada de la gerente.
¿Qué le pasó?
Mientras trataba de peinarse el cabello respondió:
-Me quedé dormida-

El calor Caribe había saludado a nuestra recién llegada

domingo, 16 de abril de 2017

Ser Caribe



Cachaca hasta los tuétanos, a doña Carmenza, mi suegra, nunca le pasó por la cabeza que sus dos hijas conocieran y se casaran con costeños. Dos costeños con el Caribe a flor de piel, pero de aspectos diferentes. Definir a los Caribes no es una tarea fácil. Nada más lejos de la verdad que lo observado en las telenovelas del interior y los programas de humor donde un tipo de tez morena, gritón, flojo y parrandero identifica a los costeños. A los nacidos en el Caribe colombiano no los podemos enmarcar en ese estereotipo.
Comencemos por decir que la raza dominante en la costa atlántica colombiana es la mestiza, producto de la mezcla de indio, negro y blanco ocurrida desde la conquista. Este mestizo se mezcló a su vez con las razas llegadas a nuestros linderos, desde todos los confines del mundo, a principios del siglo XX. Una prueba de esta aseveración es que en Barranquilla había clubes sociales de muchas áreas del mundo: alemán, italiano, unión española, country club. Chinos, árabes y judíos, tenían también sus centros de reunión. La migración no fue solamente del extranjero. Por ser vista como una tierra pacífica, a la costa atlántica llegaron migrantes del centro del país. La soterrada guerra civil vivida en Colombia durante todo el siglo XX, llevó a santandereanos, paisas y rolos, entre otros, a buscar refugio para sus familias en la tranquilidad del Caribe. Es el caso de la familia de mi madre que salió de El Carmen, Norte de Santander, huyendo de la violencia conservadora. El crisol del Caribe amalgamó entonces a mestizos, cachacos y extranjeros produciendo un variopinto colorido de pieles, todas costeñas, que representan bien el mestizaje de la región.
Gritones, sí, pero eso rasgo tiene claras explicaciones de índole geográfico y físico. El hombre Caribe se desarrolló en una zona totalmente plana y abierta, al borde del inmenso mar refrescado por la fuerte brisa marina. Intente usted “hablar pasito” o mejor con volumen bajo al lado del mar, la inmensidad y la fuerte brisa no permite ni escuchar su propia voz. Necesariamente hay que aprender a hablar en voz alta. A diferencia del volumen necesario para hablar en medio de las frías montañas. En ellas, las bajas temperaturas obligan a sus habitantes a mantenerse resguardados en recintos cerrados en donde el mínimo susurro es amplificado por el encierro.
Flojos, rotundo no. Nuevamente las razones geográficas y climáticas nos dan la razón. Intente usted realizar cualquier actividad a una temperatura promedio de 37 grados y acompañado de la mayor variedad de insectos posible. Necesariamente hay que tomarla suave para hacer las cosas. Que igual se hacen o sino como se explica que dentro de las 10 primeras ciudades del país estén tres de la costa atlántica. De manera que no es flojera sino racionalidad en el consumo energético. 
Parranderos, si, hasta el último minuto. Parranderos porque se sabe y se conoce de la buena música, que se acompaña mejor con tragos y comida. Lo que no saben los jueces del comportamiento costeño es que la parranda no es el fin, sino el medio para lo verdaderamente importante. Las parrandas, pero también los grados, matrimonios y los velorios tienen como verdadero objetivo el encuentro con los amigos, los compadres, los vecinos, la familia.
Son estos encuentros los que muestran las cualidades que definen a la cultura Caribe como igualitaria, alegre, franca y solidaria. Ser Caribe es mucho más que ser gritón, flojo o parrandero. Ser Caribe es un estado del alma en donde la paz interior y la solidaridad son la médula de su existencia.

Lecturas recomendadas



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