11:59.
La nueva
gerente había sufrido toda la mañana con el gélido clima de la oficina. El vaporoso
vestido, elegido para mitigar el esperado calor de la costa, no protegía del
frío impuesto por los equipos de aire acondicionado recién estrenados. El calor
del Caribe, soñado por los andinos cuando llegan a la costa, se había quedado
en el imaginario. Al salir de la clínica, la tibia temperatura esperada
era atenuada por una brisa inusual que
refrescaba el medio día. Para fortuna de la recién llegada “el veranillo de San
Juan” hacía tolerable el implacable calor de los días de junio.
El frio experimentado en la oficina animó a Leidy a caminar por los
alrededores de la clínica. La refrescante brisa le hizo olvidar del sol y sus
consecuencias.
-Nos vemos a las 2:00 en punto- Dijo con seguridad.
Caminé a mi apartamento. Había regresado a Barranquilla para disfrutar
del almuerzo en casa, recibir los beneficios que la siesta produce en la salud
y disponer de más tiempo para la familia. Pero hoy no era el día, almuerzo
rápido y retorno a la oficina, la siesta se cancelaba.
1:20 pm.
El nuevo aire acondicionado vencía con facilidad al calor del mediodía.
Por esos días mi tarea usual era revisar hojas de vida. Adivinar el perfil
correcto, detrás de los datos consignados en los formatos, era una tarea
difícil y aburrida. El silencio y la agradable temperatura de la oficina
cumplieron su cometido, me quedé dormido leyendo la primera carpeta.
2:00 pm.
El ruido de la cerradura fue suficiente para despertarme de golpe. La
secretaria con cara de satisfacción entraba a la oficina a la hora en punto y
de paso me despertaba del sueño propiciado por la agradable temperatura, el
silencio y la aburrida lectura. Venía sola, menos mal, me hubieran pillado
dormido en el escritorio. Al ver que no había señales de la gerente pregunte:
- ¿Y la gerente?
- No creo que esté en la calle con el calor que está haciendo -
Respondió mientras secaba el sudor de su frente.
2:05 pm.
La gerente no llegó a la hora anunciada. Bajé al sótano con la
secretaria pues a las 2:00 en punto llegaron suministros y debía conocer su
contenido. De pronto la gerente estaba en el sótano.
Poner en movimiento una empresa, clínica o como se llame es una tarea
difícil y más si estamos aprendiendo. Pero lo que veía no lo podía creer. En el
sótano sudorosos funcionarios, de la empresa de transportes, bajaban toda clase
de objetos. La lista incluía desde bolsitas de azúcar, para las cafeterías,
hasta un sofisticado ecógrafo con todos sus aditamentos. Que locura, con la
secretaria y un funcionario de farmacia, recién contratado, empezamos a organizar
el envío, necesitaríamos a Melquiades. La gerente tampoco estaba en el sótano.
2:30 pm.
Para la época, año 2000 y meses, los celulares eran, apenas, un teléfono
móvil costoso sin la capacidad de comunicación que ahora disfrutamos o padecemos
y que hoy parece existió siempre. De manera que, usando el viejo invento de
Bell, traté de averiguar si la gerente había sido llamada por la gerencia
regional. Solo eso explicaría su ausencia en la oficina a las 2:00 en punto.
2:45 pm
No estaba en la regional. Me avisarían si llegaba. Comencé a
preocuparme. El siglo XXI saludaba al país con las mismas dificultades de
violencia e inseguridad vividas en los noventas y aunque Barranquilla estaba un
poco por fuera de este ámbito, como dicen las señoras, uno no sabe. ¿Qué le
abra pasado a la cachaca?
3:00 pm
Reuní a todo el personal de guardia de la clínica y a los pocos
funcionarios disponibles. La gerente no conoce a nadie en Barranquilla y no
estaba en la regional, debe estar aquí, en el edificio, revisando todo por sus
propios medios, búsquenla. Sabía que no estaba en la clínica, pero eso me daba
tiempo para pensar que hacer y de refrescarme en la oficina. El calor estaba
insoportable y había subido y bajado el edificio varias veces.
No consideraba alguna alteración de salud. Durante el diálogo de la
mañana no había dado muestras de ningún problema orgánico.
3:30 pm
En ninguna parte había sido vista. En la regional tampoco aparecía.
Pregunté por el hotel en donde se hospedaba, era el último sitio en donde
podría estar, pero uno no sabe.
El hotel resultó siendo un apartahotel muy cómodo, pero con problemas de
comunicación. No daban información por teléfono de sus inquilinos.
3:45 pm
El apartahotel estaba lejos de la clínica como para ir caminando así que
tomé el Fiat. Para la época me transportaba en un Fiat Uno comprado en Bogotá,
es decir, sin aire acondicionado. Palabras más, palabras menos, montarse en el
Fiat Uno, sin aire, al mediodía de Barranquilla, era como entrar a los
infiernos.
4:00 pm
Llegué al apartahotel y pregunté por Leydi. El funcionario de la tarde
no la había visto pero marcó el número de la habitación.
La preocupación y la carrera me tenían sudando a cántaros. No
contestaba, justo antes de colgar alguien contestó del otro lado de la línea.
-Suba-, dijo el funcionario.
-Habitación 402, el ascensor está dañado-
Lo que faltaba, volé por esas escaleras y timbré. Al abrirse la puerta
vi la cara abotagada de la gerente.
¿Qué le pasó?
Mientras trataba de peinarse el cabello respondió:
-Me quedé dormida-
El calor Caribe había saludado a nuestra recién
llegada