De la primera referencia sólo soy el narrador pero la he contado tantas veces que con el tiempo me convertiré en su protagonista.
Cursábamos el sexto semestre de medicina y todo el mundo recomendaba el texto de Harrison para estudiar medicina interna. Problemas, la edición en español era la traducción de una edición inglesa anterior a la vigente y por su tamaño venía en dos tomos. La edición más reciente, venía en un solo tomo lo que facilitaba su transporte y la hacía más económica pero tenía un inconveniente estaba en inglés.
Mi compañero oriundo de las sabanas cordobesas que no manejaba muy bien su inglés, pero quería estar al día decidió luego de reflexionar comprar la edición inglesa. Aprendo medicina Interna y aprendo inglés, pensó. Fulano armado de un portaminas y un diccionario de inglés español comenzó a leer su texto de Harrison. Encima de cada palabra desconocida escribía su significado. Para no alargar el cuento este amigo con el tiempo se convirtió en traductor de artículos para aquellos compañeros de menor interés. Además se convirtió en un prestigioso anestesiólogo en la capital del país. Todo gracias a su empeño y al Harrison por supuesto.
La otra anécdota si es mía. Partía para Arauca a desempeñar la medicatura rural cargado de grandes expectativas y mas bien ligero de recursos. Había que hacer una buena selección de lo que me acompañaría en el viaje. En esas cavilaciones estaba cuando pase por la librería médica. En su vitral anunciaban la última edición de Harrison. Debo decir que sopesé varias veces la decisión. Finalmente el Harrison me acompañó al rural y el primer año de residencia. Las primeras semanas del rural fueron de poco trabajo de manera que el Harrison fue utilizado ampliamente. Pero la verdadera anécdota fue el caso de una mujer de edad media que consulto por palpitaciones.
La causa de este síntoma no la había podido aclarar el rural de turno. Mientras los colegas revisaban los datos tratando de encontrar el diagnóstico, me dediqué a examinar la paciente. Por mi mente pasaban las enseñanzas de mis profesores ¿qué me preguntaría el maestro Arcelio? El pulso, frecuencia cardiaca, presión arterial y la auscultación me indicaban una fibrilación auricular, estaba seguro. Sotto voce le comenté a Piter. El muy vivo sin mediar palabras dijo a los rurales: “Elias dice que es una fibrilación auricular” Entonces Sutano respondió con la seguridad conocida: “estas equivocado” y siguió “la frecuencia en esa patología siempre es superior a 200 por minuto y esta señora no ha tenido nunca más de 150 latidos por minuto”
Las lecturas sobre el tema se arremolinaban en mi cabeza, el colega en algo tenía razón, pero mi examen clínico me indicaba sin dudas una fibrilación auricular. Ante la duda abstente, pensé. Necesitaba ayuda, pero en Arauca no había a quién preguntarle. El Harrison me sacaría de dudas
Nunca había leído con tanta avidez el capitulo de un libro, literalmente lo devoré. La conclusión era la siguiente: Sutano tenía razón en anotar que la frecuencia en la fibrilación auricular era muy alta entre 350 y 600 contracciones por minuto. Pero, son contracciones auriculares que en su mayor parte no se ven. Las que se ven y se registran en el electrocardiograma son las ventriculares que usualmente están por debajo de 200 y son irregulares como yo veía en la paciente. Armado con mi Harrison retorné al hospital. Los colegas rápidamente se dieron cuenta de la situación. Decidimos seguir las pautas terapéuticas expresadas en el texto. No disponíamos de monitor de signos vitales, dependíamos de lo que nos informara la paciente. Los minutos pasaron con la lentitud propia del que anhela. No sé cuanto tiempo pasó, pero volví a respirar cuando la paciente manifestó que se sentía mejor.