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domingo, 20 de septiembre de 2015

El matoneo




Traer a cuento las aventuras de los tiempos juveniles, llenas de nostalgia y de lugares comunes, produce un retorno a esos momentos vividos que arranca sentimientos de alegría y una que otra lágrima.
Aunque por decreto estoy decidido a solo tener recuerdos que me despierten una sonrisa, no puedo pasar por alto las múltiples veces en que todos, de alguna forma, fuimos blanco de lo que hoy llamamos matoneo. Por más que lo intento, no logro identificar el debut de la palabreja dentro de la jerga de maestros, padres, víctimas y victimarios. Cuando fui testigo del actualmente llamado matoneo, esa denominación no existía o por lo menos a mis oídos infantiles no llegaba ese concepto. La denominación de la época podría ser acoso escolar o la forma más parroquial, montada.
Como es de suponer las formas de matonear, acosar o simplemente montársela a un compañero han evolucionando con las tendencias de la vida. Recuerdo que fui acosado con múltiples apodos los cuales hoy recuerdo con cariño. Uno de ellos fue Pinina, impuesto gracias a las bellas trenzas lucidas por mi hermana en una inauguración de las mini olimpiadas. Rataplán, palabra tomada de una poesía infantil que me tocó declamar delante de mis implacables compañeros y de la que hoy solo recuerdo el apodo. Saturnino, por un pato preguntón que salía en un programa de televisión que nadie recuerda y que por esta razón estoy a punto de creer que me lo soñé. Caporo, apodo puesto por un amigo, gracias a la aguda observación de una amiga y que no fue de mayor acogida pero que sirvió para aprender la denominación del macho de la iguana.
Y para terminar de exorcizar mis recuerdos del ahora llamado matoneo, traigo a cuento la otra forma de discriminación vivida en mis tiempos juveniles. Debo reconocer que con toda razón, fui víctima del matoneo deportivo. Desde pequeño me gustaron los deportes conocía todas las reglas y requisitos pero las habilidades deportivas eran literalmente pocas. Mejor dicho no daba pie con bola. De manera que fui discriminado y pese a los conocimientos estratégicos, nunca fui llamado a jugar en ningún equipo. Para superar ese problema los discriminados formamos nuestro propio equipo en donde jugaríamos sin los riegos de ser mandados eternamente a la banca. Se podrán imaginar la alineación, éramos los galácticos de los malos. No ganamos un solo partido pero los jugamos todos, que era lo importante.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Recuerdos de cadillo


Hace unos días les expresaba la preocupación que me produce olvidar los gratos recuerdos de la infancia como consecuencia del Alzheimer. Sin embargo caí en la cuenta de que estas patologías tienen preferencia por olvidar las vivencias recientes, lo nuevo.
Lo viejo no se olvida y la verdad tampoco hay quien desmienta lo afirmado y en el caso de que exista quien pueda decir lo contrario, tampoco se acuerda. En fin decidí seguir trayendo a cuento las vainas de pelaos ahora que todavía hay quien se acuerde.
Me acordé de los innumerables parques de diversiones que había en Barranquilla. Recuerdo que los había de varios tipos unos totalmente ecológicos, en el colegio teníamos uno grandísimo, otros a medio hacer, en mi cuadra siempre hubo alguno y otros terminados, de los cuales siempre dispusimos.

Para aquellos amigos lectores de poca imaginación y para los jóvenes que el parque de diversiones más sencillo que recuerdan es el “Magic Kindom” les quiero contar cuales eran esos sitios de diversión de la época. El parque ecológico del San Jode era la zona enmontada que había en el extremo occidental del colegio. Una zona de llena de cadillo y uno que otro árbol de matarraton que servía de escampadero y en donde corríamos como locos evitando caer en las manos del grupo enemigo y guardando los tesoros motivo de la batalla. Vale la pena anotar que el tesoro estaba conformado por piedras NO preciosas sino por pedazos de calizas. Las batallas grupales podían ser reemplazadas por verdaderos safaris en búsqueda de animales exóticos cómo lobitos, tierrelitas y una que otra iguana que se pudiera cazar. Para los que no estudiaron en el San José la cosa era fácil también. Bastaba con llegar a los confines de Barranquilla, la actual calle 96 no existía, la zona era solo monte de cadillos, árboles y uno que otro jagüey lo que se convertía en el parque de diversiones más grande de la ciudad.
Los otros sitios de diversión ya los pueden imaginar, los que estaban en las cuadras eran las construcciones o lotes baldíos que servían para jugar al escondite, a la guerra por equipos, para cazar lobitos, para jugar bolita de uñita, al trompo y otros más.
Finalmente los parques terminados eran las calles de la ciudad que con muchos menos carros que hoy permitían el juego nocturno de la bola’etrapo, la chequita y hasta béisbol.
Para los que vivieron esas épocas un abrazo nostálgico y para los que no tuvieron que quitarse los cadillos de las medias, la ropa y hasta el cabello, tranquilos seguramente deben tener una buena consola de juegos electrónicos que algunos recuerdos les dejaran.

Más de las generaciones

Hace unos días traía a cuento como los giros idiomáticos pueden servir para identificar a las generaciones. Recordarán mis amigos contemporáneos que en nuestra adolescencia el uso de palabras terminadas en las letras "eta" buseta, bicicleta, pantaloneta, estaba proscrito. El infractor de aquella norma generacional era enviado por los interlocutores a buscar un semental de burro dotado con el aparato reproductor prominente. De manera que para evitar la burla, los jóvenes amputaban las palabras terminadas en la sílaba mencionada generando un particular acento cuasi francés: vamos a tomar la "busé", préstame la "pantaloné"
Los giros idiomáticos no son exclusivos de la juventud, ni más faltaba los mayores también tenemos derecho a innovar. Una de esas innovaciones patrocinadas por las generaciones mayores fue la que ocurrió con el verbo poner. Con el poder que da la sentencia "vox populi vox Dei" se decretó la reserva del verbo poner para uso exclusivo del gremio aviar. Si usted quería poner algo había que colocarlo, situarlo o instalarlo pero jamás ponerlo pues esta acción estaba reservada solo para los huevos de las gallinas.
Otro verbo que con la influencia del interior del país comienza a tener giros idiomáticos es el verbo colaborar. Según la Real Academia de la lengua Española el significado de colaborar es trabajar con otra u otras personas en la realización de una obra.
Ocurre que los dependientes de diferentes lugares en donde se atiende público utilizan el "yo le colaboro" para todo. Usted asiste a una cafetería a comprar una empanada y un café o pide que le limpien una mesa en un restaurante o llega a comprar una boleta para un espectáculo y entonces el empleado responde con acento cantado como del interior del país, "ya le colaboro". En qué me va a colaborar, en ayudarme a comer la empanada o tomar el café, no porqué ese trabajito me toca a mí. Me colabora en limpiar la mesa, tampoco porqué ese oficio le toca a él. Tampoco creo que este interesado en "colaborar" con el costo de la boleta. Pareciera que usar el verbo colaborar mantiene un nivel de superioridad de aquel que lo usa. En ningún caso la tal colaboración es válida, el idioma tiene otros verbos que pueden ser usados como atender, servir, ayudar y que no significan una pérdida de rol ni de status social para el que los ejerce.
Aciertan los lectores con otras palabras usadas por las nuevas generaciones como "Total" "Bro" "Marica" que con la nota sobre el uso del verbo "colaborar" nos "pone" a pensar en lo maravilloso y dinámico que es nuestro idioma.