Traer a cuento las aventuras de los tiempos juveniles, llenas de nostalgia y de lugares comunes, produce un retorno a esos momentos vividos que arranca sentimientos de alegría y una que otra lágrima.
Aunque por decreto estoy decidido a solo tener recuerdos que me despierten una sonrisa, no puedo pasar por alto las múltiples veces en que todos, de alguna forma, fuimos blanco de lo que hoy llamamos matoneo. Por más que lo intento, no logro identificar el debut de la palabreja dentro de la jerga de maestros, padres, víctimas y victimarios. Cuando fui testigo del actualmente llamado matoneo, esa denominación no existía o por lo menos a mis oídos infantiles no llegaba ese concepto. La denominación de la época podría ser acoso escolar o la forma más parroquial, montada.
Como es de suponer las formas de matonear, acosar o simplemente montársela a un compañero han evolucionando con las tendencias de la vida. Recuerdo que fui acosado con múltiples apodos los cuales hoy recuerdo con cariño. Uno de ellos fue Pinina, impuesto gracias a las bellas trenzas lucidas por mi hermana en una inauguración de las mini olimpiadas. Rataplán, palabra tomada de una poesía infantil que me tocó declamar delante de mis implacables compañeros y de la que hoy solo recuerdo el apodo. Saturnino, por un pato preguntón que salía en un programa de televisión que nadie recuerda y que por esta razón estoy a punto de creer que me lo soñé. Caporo, apodo puesto por un amigo, gracias a la aguda observación de una amiga y que no fue de mayor acogida pero que sirvió para aprender la denominación del macho de la iguana.
Y para terminar de exorcizar mis recuerdos del ahora llamado matoneo, traigo a cuento la otra forma de discriminación vivida en mis tiempos juveniles. Debo reconocer que con toda razón, fui víctima del matoneo deportivo. Desde pequeño me gustaron los deportes conocía todas las reglas y requisitos pero las habilidades deportivas eran literalmente pocas. Mejor dicho no daba pie con bola. De manera que fui discriminado y pese a los conocimientos estratégicos, nunca fui llamado a jugar en ningún equipo. Para superar ese problema los discriminados formamos nuestro propio equipo en donde jugaríamos sin los riegos de ser mandados eternamente a la banca. Se podrán imaginar la alineación, éramos los galácticos de los malos. No ganamos un solo partido pero los jugamos todos, que era lo importante.