Suele suceder que los extraños identifican con más facilidad las bondades de un lugar que sus propios habitantes. El cuento viene porque hace unos días conocí a un mexicano americano que decidió radicarse en Barranquilla para vivir sus años de retiro. La historia completa es que el hombre, por estar casado con una barranquillera, disponía de tres opciones para ubicar sus cuarteles de invierno: La primera opción es México, su país de nacimiento, con el cual mantiene estrecha comunicación; la segunda los Estados Unidos, país donde trabajó por 45 años y Colombia, país de nacimiento de su esposa.
La respuesta no parece tener mayor problema, los Estados Unidos y México tienen ventajas que hacen fácil inclinarse por cualquiera de los dos países. Pero este, ahora colombo mejicano, sin titubeos contestó que desde el momento que conoció a Barranquilla le dijo a su esposa que sus últimos años los pasaría en la Arenosa. Parafraseando al Joe nuestro amigo dijo a su familia: en Barranquilla me quedo.
Obviamente pregunté cuál fue la razón que lo llevó a decidirse por Barranquilla. Su respuesta fue clara y contundente porque aquí hay fiesta y alegría todos los días.
Explicó que su país era muy bonito pero lo prefería para ir de vacaciones. Con relación a los Estados Unidos a nuestro nuevo vecino los gringos le parecen muy aburridos. En el gigante del norte a los adultos mayores los mata el tedio, de manera que tampoco.
En cambio Barranquilla es una ciudad en donde se vive de fiesta en fiesta, fueron sus palabras textuales. Cuando no cumple años el vecino de enfrente, se casa el de al lado, se gradúa de bachiller el de la esquina, se bautiza el hijo del primo, en fin no me imagino el barrio en donde vive este nuevo hijo de Curramba. Qué habría ocurrido si este amigo hubiese llegado a la ciudad en la época en donde las casas no disponían de las poco amigables rejas que hoy la inseguridad obliga. La costumbre era pasar de pretil a pretil o visitar la casa de al lado sin otro anuncio que llevar algún delicioso plato típico recién preparado, para luego compartir los últimos chismes de la vecindad.
Qué bueno sería una Barranquilla con los encantos de hoy, parques, malecón, plaza de la paz y casas sin rejas en donde los vecinos convivan tan felices que todos los días son viernes.
La respuesta no parece tener mayor problema, los Estados Unidos y México tienen ventajas que hacen fácil inclinarse por cualquiera de los dos países. Pero este, ahora colombo mejicano, sin titubeos contestó que desde el momento que conoció a Barranquilla le dijo a su esposa que sus últimos años los pasaría en la Arenosa. Parafraseando al Joe nuestro amigo dijo a su familia: en Barranquilla me quedo.
Obviamente pregunté cuál fue la razón que lo llevó a decidirse por Barranquilla. Su respuesta fue clara y contundente porque aquí hay fiesta y alegría todos los días.
Explicó que su país era muy bonito pero lo prefería para ir de vacaciones. Con relación a los Estados Unidos a nuestro nuevo vecino los gringos le parecen muy aburridos. En el gigante del norte a los adultos mayores los mata el tedio, de manera que tampoco.
En cambio Barranquilla es una ciudad en donde se vive de fiesta en fiesta, fueron sus palabras textuales. Cuando no cumple años el vecino de enfrente, se casa el de al lado, se gradúa de bachiller el de la esquina, se bautiza el hijo del primo, en fin no me imagino el barrio en donde vive este nuevo hijo de Curramba. Qué habría ocurrido si este amigo hubiese llegado a la ciudad en la época en donde las casas no disponían de las poco amigables rejas que hoy la inseguridad obliga. La costumbre era pasar de pretil a pretil o visitar la casa de al lado sin otro anuncio que llevar algún delicioso plato típico recién preparado, para luego compartir los últimos chismes de la vecindad.
Qué bueno sería una Barranquilla con los encantos de hoy, parques, malecón, plaza de la paz y casas sin rejas en donde los vecinos convivan tan felices que todos los días son viernes.
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