¡Tiene que hacer
ejercicio! Esta frase, usualmente pronunciada en tono imperativo, como de
regaño, es indicada por todos los profesionales de la salud ante cualquier
consulta. Llega a tal punto el asunto que todo el mundo manda, literalmente, a
practicar alguna forma de ejercicio seguramente sin conocer las circunstancias
derivadas de iniciar algún deporte.
Les voy a contar mi
experiencia derivada de comenzar a paliar con ejercicio los achaques propios de
llegar al quinto piso. La ropa deportiva no fue problema. Mi señora, interesada
desde hace tiempo en convencerme de las bondades de practicar algún deporte, ya
tenía set completo de camisetas y pantalonetas para hacer ejercicio por más tiempo
del disponible.
Desempolve,
literalmente, una caminadora que fue convertida en perchero desde hace tanto
tiempo que ya no se sabía el tipo de máquina original. Como era de esperarse,
la caminadora no tenía remedio. El consabido estribillo “Se dañó la tarjeta”
usado por todos los técnicos que arreglan cosas, presagiaba que el inicio del
ejercicio saldría más caro de lo esperado.
Con la firme idea
de comenzar la actividad deportiva caminando, deseché la idea de entrar a un
gimnasio. Además, con lo que he pagado en gimnasios, a los cuales nunca fui, ya
podría tener uno en mi casa. La decisión estaba tomada, caminaría por la
vecindad.
El entusiasmo de la
primera noche de caminada fue neutralizado por una sospechosa pareja de jóvenes
que me seguían los pasos de cerca. Para evadirlos decidí cruzar la calle
rápidamente, tan rápido que no vi venir una moto sin luces que casi me arrolla.
Los jóvenes ni cuenta se dieron.
Con la frecuencia
cardíaca a mil, no precisamente por el ejercicio, decidí caminar a un parque
cercano en donde siempre había caminantes en busca de la salud perdida.
El parque resultó
estar en magníficas condiciones, no recordaba la razón que me había hecho
desistir de usar sus caminos bordeados por viejos y frondosos almendros.
Algunas personas caminaban aprovechando el aire puro y la frescura de la
arboleda. No acababa de llegar cuando vi las razones para no caminar por este
parque. Varios perros callejeros venían muy campantes desde el otro lado de la
vereda. Desde niño le tuve pavor a los perros, cambié la dirección y me fui en
sentido contrario. Los perros notaron mi temor y se dirigieron hacia mi ruta de
escape. Cuando la frecuencia cardíaca nuevamente subía como un cohete apareció
mi salvación. Un indigente notó mi situación y sin el menor temor espantó a los
perros permitiéndome una salida decorosa del parque, no sin antes dejar una
propina a mi salvador.
Motos sin luces, perros callejeros, indigentes pidiendo plata, tocó volver al gimnasio porque los achaques de los cincuenta no dan espera.
Motos sin luces, perros callejeros, indigentes pidiendo plata, tocó volver al gimnasio porque los achaques de los cincuenta no dan espera.
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