Sin el menor asomo de recato y consciente de las
implicaciones resultantes de dejar constancia escrita de mis ideas, reafirmo
que fui muy afortunado al estudiar medicina en los 80. ¿De donde sale el
comentario? De pensar que resulta una proeza estudiar en esta época atiborrada
de extraordinarios distractores. Durante mis años de formación no había la
oferta televisiva, de internet y de juegos electrónicos disponible hoy. Teníamos
dos canales de televisión, la radio y dos juegos electrónicos, Pac-Man y Space
Invaders, pare de contar. Los juegos electrónicos caseros habían trascendido
del telebolito al Atari, pero nunca con el nivel de masificación actual. Para
jugar Pac-Man, Space Invaders o alguna variante había que ir a los centros de
juegos. En el Gran Centro, a dos cuadras de la parada de la buseta Kra
54/Uninorte, estaba uno. Por un tiempo fue costumbre llegar al local, jugar un
par de monedas y seguir a casa, frustrados por no pasar los primeros niveles
del juego.
Los deportes televisados estaban en condición
precaria. Uno que otro partido se transmitía por la señal nacional, en
particular si había que tapar algún escándalo nacional y nada más.
La inmediatez solo la tenía la radio. Nunca
olvidaré las transmisiones del ciclismo por radio. "Haga el cambio con
Rimula" gritaba el requetemacanudo Julio Arrastía Bricca, un argentino
excelente que vino a dar a Colombia no sé porque razón y que sabía de ciclismo
como pocos. Pegados a la radio, en los momentos libres, escuchábamos las gestas
heroicas de los escarabajos.
Hasta que llegó la televisión y con ella se
complicaron las cosas. Las transmisiones del tour por televisión coincidían con
el horario de las rotaciones. El semestre de medicina interna estaba por
terminar y requería toda la atención, pero Lucho Herrera portaba la camiseta de
las pepas rojas. No había manera, el súper yo me castigaba si pelaba clases, el
gusto por ver deportes apremiaba por el otro lado. Tampoco había tanta oferta
de lugares para ver las transmisiones. Había televisor en la tienda del frente
y en la fotocopiadora. Me perdería la etapa de montaña. Sin embargo, no todo
estaba perdido, dentro de mis cuentas de televisores disponibles olvidé incluir
el localizado en la sala de diálisis. Mi grupo rotaba por nefrología de manera
que estábamos salvados, acompañaríamos a Lucho en su etapa histórica, dejando
rivales al subir las montañas francesas "como una moto".
Cuando todo presagiaba que presenciaríamos una
aplastante victoria del ciclismo colombiano, apareció nuestro docente de
nefrología. ¿Vendría a ver la etapa también? Sin voltear a mirar el televisor,
tomó asiento en su escritorio y mandó a llamar el primer paciente. La etapa
terminaba súbitamente para los rotantes de nefrología.
La consulta comenzó, pero no apagaron el
televisor. Era literalmente imposible que apartara mi vista del aparato.
Mientras el Dr. Cueto, imperturbable, continuaba su consulta, yo veía como
Lucho subía en moto y los demás corredores quedaban rezagados. La etapa estaba
para la historia, la televisión captaba mi atención como por encanto.
De pronto, una pregunta lanzada desde el
escritorio por nuestro docente rompió el hechizo.
-Usted-
¿Que son los Oxiuros?
-Usted-
¿Que son los Oxiuros?
El usted era conmigo; oxiuros, Lucho Herrera, el
Tour, nefrología, todo se me confundió.
-Unos parásitos- musité. Mi mente quedó en blanco, todavía hoy trato de recordar lo ocurrido y no puedo, solo sé que la reprimenda fue total.
-Unos parásitos- musité. Mi mente quedó en blanco, todavía hoy trato de recordar lo ocurrido y no puedo, solo sé que la reprimenda fue total.
Ser un buen profesional en una carrera exigente,
cualquiera que ella sea, implica sacrificar tiempo para los deportes, la
pareja, la familia y otros momentos importantes de la vida, quizás no hay
remedio. Sin embargo, hoy, docente de medicina, padre de estudiantes
universitarios y todavía fanático de los deportes, pienso que se pueden y se
deben equilibrar las cargas. El éxito y la felicidad en la vida están más allá
de un título universitario.
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