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domingo, 15 de marzo de 2015

Cosas de los ascensores


Hace algunos días, tomaba el ascensor en un supermercado con dirección al sótano, aunque estaba un poco distraído bebiendo una gaseosa y saboreando una piñita, al entrar me percaté que estaba solo, de manera que seguí disfrutando el sancocho de tienda o mejor de supermercado sin mayor preocupación. En esas estaba cuando sentí las naturales ganas de expulsar el gas de la bebida que tomaba, esta intención fue reprimida al punto pues percibía el golpe de una mirada sobre mi espalda, no podía ser, con cierta duda volví a mirar a mi alrededor, no sea que un eructo tipo Shrek retumbara en el ascensor delante de algún acompañante no detectado inicialmente, que pena. En realidad seguía solo, no había problema, podía dejar escapar la muy sonora expresión de saciedad, nadie se molestaría, pero no, la sensación de culpa lo que logró fue recordarme situaciones que ocurren en un recinto tan pequeño como el de los ascensores. Es que cuando se abre la puerta de un ascensor se pueden presentar toda clase de situaciones que producen en las personas que las viven sentimientos muy disímiles. Uno de esos sentimientos es el miedo a tomar un elevador, aunque creo que este miedo no tiene justificación, en algunos edificios tienen unos equipos con tal grado de deterioro, que para usarlos sería mejor comprar seguro de vida. Para los que estudiamos medicina en hospitales públicos, experiencias con el uso de los ascensores deben recordarse por doquier. Recuerdo los elevadores del seguro de los Andes o del universitario, tenían por norma, ausencia de ventilación, poca o ninguna luz, puertas desajustadas y contaban con las muy conocidas tres velocidades, lento, lentísimo y parado. Recuerdo que un compañero debía trasladar un cadáver a la morgue en uno de esos aparatos que no tenía luz, para no montarse solo y a oscuras con el cuerpo, marcó el número del sótano y salió a correr escaleras abajo para esperar que llegara el encargo. Pues el cadáver nunca le llegó, imaginen la cara de mi amigo, cuando ya casi sin aliento por semejante carrera desde el séptimo piso, las puertas se abrieron y el cuerpo no estaba. La razón de la pérdida rápidamente se supo al ver que un camillero llegaba por otro ascensor con el encargo, pero mientras esto ocurrió el susto fue tremendo.
Los elevadores de mi edificio no gozan de mucho prestigio por sus constantes defectos y también tienen sus anécdotas, nunca olvidaré a una joven vecina que salía sola del ascensor del edificio en donde vivíamos, la impresión que me dio al abrirse la puerta es que ella quería salir rápido del recinto, cuando me vio se sonrío de una manera nerviosa y sin la menor naturalidad dijo, este ascensor huele a feo y salió literalmente huyendo. Lo que le faltaba a la fama de los ascensores de mi edificio, ahora quedaban convertidos en una cámara de gases.

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