Enseñar medicina ha sido para mí uno de las experiencias más gratificantes de la vida. No sé de donde me viene el gusto por enseñar, no sé. Pero desde los primeros años de la carrera, me reunía con algunos compañeros de semestre en las aulas del colegio San José a dar clases de biología. Durante aquellos años y en los tiempos de la residencia me dediqué a emular a los grandes docentes. Aprendí de ellos las buenas y las no tan buenas mañas. Da pena reconocerlo pero soy, como la mayoría de los docentes viejos, fruto del empirismo.
De esa empírica formación aprendí que el docente enseña con su ejemplo. Los docentes somos escrutados por el estudiante en todo momento, por tanto la actitud docente debe mantenerse todo el tiempo, ese es el problema. Se le exige a los estudiantes que porten su equipo completo pero los docentes no llevan ni su propio fonendoscopio. Se reprende duramente al estudiante por no hacer la historia clínica completa, pero los docentes ni la hacemos. No podemos exigir a nuestros pupilos lo que no hacemos. Se enseña con el buen y también con el mal ejemplo. Pensándolo bien y luego de escribir estas reflexiones ahora entiendo a las universidades que sostienen algunos malos docentes en sus nóminas, estos sirven para que sus estudiantes aprendan cómo no se hacen las cosas.
Bueno o malo, el tiempo lo diría, en mis primeros años de ejercicio, la motivación para ir a trabajar a calurosos hospitales, muchos de ellos mal olientes y con escasa remuneración era encontrarse con los estudiantes para enseñar cómo hacer una buena historia clínica. Sentarse al lado de la cama de un paciente todavía sin diagnóstico, para demostrar en vivo como se lleva un interrogatorio al estilo clásico; ilustrar la manera de formular preguntas con la intención correcta para luego enseñar como se hace un examen físico completo, usando las cuatro maniobras semiológicas, fue mi pasión por años. Compartir la auscultación de un tórax, enseñar a tomar un pulso paradójico, hacer un fondo de ojo, en fin motivar a los estudiantes para que se untaran de paciente, frase acuñada por algún docente que no recuerdo.
Pero allí no terminaba la cosa, luego de hacer la historia venia una parte mucho más divertida. Con el grupo de estudiantes nos refugiábamos en algún maltrecho cuarto de internos a enseñar a pensar y analizar el caso hasta encontrar el diagnóstico del paciente. Eso si era vida, me da no sé qué decirlo pero me divertí tanto haciendo esto una y otra vez que no había necesidad de que me pagaran.
Pero los tiempos cambian y las necesidades aumentan. Tres hijos y sus necesidades me obligaron a buscar una forma de divertirme con mejor remuneración.
De la lenta y poco productiva evaluación hospitalaria me pasé a una consulta docente que también me divertía. En los pisos de medicina interna les enseñaba sobre el paciente hospitalizado. Medicina de mayor nivel pero también de menor frecuencia para un médico general.
En la consulta ambulatoria enseñaba patologías que afectan el diario vivir. Basta con referenciar que el 76% de los colombianos han consultado por algún dolor del sistema músculo esquelético1. Es urgente enseñar esta semiología, también me divertía.
Con los años descubrí otra forma de diversión y de enseñar a mis pupilos, nos inventamos la gran ronda, fueron varios años en donde nos reuníamos con el grupo de docentes, residentes, internos y estudiantes a discutir algún par de casos problema detectados durante la semana. Con la ventaja de hacerla en nuestro hospital, con la participación de un histórico grupo docente y mejor aun con la coordinación de las nuevas promociones de internistas egresados de la universidad.
En esas estábamos cuando llegó el maldito SARS COV-2 y se tiró todo.
De esa empírica formación aprendí que el docente enseña con su ejemplo. Los docentes somos escrutados por el estudiante en todo momento, por tanto la actitud docente debe mantenerse todo el tiempo, ese es el problema. Se le exige a los estudiantes que porten su equipo completo pero los docentes no llevan ni su propio fonendoscopio. Se reprende duramente al estudiante por no hacer la historia clínica completa, pero los docentes ni la hacemos. No podemos exigir a nuestros pupilos lo que no hacemos. Se enseña con el buen y también con el mal ejemplo. Pensándolo bien y luego de escribir estas reflexiones ahora entiendo a las universidades que sostienen algunos malos docentes en sus nóminas, estos sirven para que sus estudiantes aprendan cómo no se hacen las cosas.
Bueno o malo, el tiempo lo diría, en mis primeros años de ejercicio, la motivación para ir a trabajar a calurosos hospitales, muchos de ellos mal olientes y con escasa remuneración era encontrarse con los estudiantes para enseñar cómo hacer una buena historia clínica. Sentarse al lado de la cama de un paciente todavía sin diagnóstico, para demostrar en vivo como se lleva un interrogatorio al estilo clásico; ilustrar la manera de formular preguntas con la intención correcta para luego enseñar como se hace un examen físico completo, usando las cuatro maniobras semiológicas, fue mi pasión por años. Compartir la auscultación de un tórax, enseñar a tomar un pulso paradójico, hacer un fondo de ojo, en fin motivar a los estudiantes para que se untaran de paciente, frase acuñada por algún docente que no recuerdo.
Pero allí no terminaba la cosa, luego de hacer la historia venia una parte mucho más divertida. Con el grupo de estudiantes nos refugiábamos en algún maltrecho cuarto de internos a enseñar a pensar y analizar el caso hasta encontrar el diagnóstico del paciente. Eso si era vida, me da no sé qué decirlo pero me divertí tanto haciendo esto una y otra vez que no había necesidad de que me pagaran.
Pero los tiempos cambian y las necesidades aumentan. Tres hijos y sus necesidades me obligaron a buscar una forma de divertirme con mejor remuneración.
De la lenta y poco productiva evaluación hospitalaria me pasé a una consulta docente que también me divertía. En los pisos de medicina interna les enseñaba sobre el paciente hospitalizado. Medicina de mayor nivel pero también de menor frecuencia para un médico general.
En la consulta ambulatoria enseñaba patologías que afectan el diario vivir. Basta con referenciar que el 76% de los colombianos han consultado por algún dolor del sistema músculo esquelético1. Es urgente enseñar esta semiología, también me divertía.
Con los años descubrí otra forma de diversión y de enseñar a mis pupilos, nos inventamos la gran ronda, fueron varios años en donde nos reuníamos con el grupo de docentes, residentes, internos y estudiantes a discutir algún par de casos problema detectados durante la semana. Con la ventaja de hacerla en nuestro hospital, con la participación de un histórico grupo docente y mejor aun con la coordinación de las nuevas promociones de internistas egresados de la universidad.
En esas estábamos cuando llegó el maldito SARS COV-2 y se tiró todo.
- Londoño J, Peláez I, Cuervo F, y cols. Rev Colomb Reumatol 2018; 25,(4):245-256
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