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domingo, 30 de mayo de 2021

Enseñanza


Los primeros rayos del sol me descubrieron pensando, cómo no, en la situación que vive el país. No se ve una salida al espiral de violencia, la válida protesta es aprovechada por anarquistas para incendiar al aparato productivo, comienzo a perder la esperanza. En esas estaba cuando el agudo timbre del celular me sacó de las cavilaciones apocalípticas producidas por el gobierno y sus opositores. Me asusté un poco, eran las 6:00 am, a esa hora solamente llama Piter y hoy no fue la excepción. El objetivo de la llamada era invitarme a dar una vuelta en bicicleta. Acepté, nos encontraríamos unos minutos después.
La pandemia me tenía alejado del ciclismo. Un rápido mantenimiento a la bicicleta y listo, nos fuimos a dar una vuelta. Escogimos el bellísimo malecón como lugar para hacer el entrenamiento. El tiempo ocupado en el mantenimiento nos retrasó el inicio de la vuelta, pero un clima fresco acompañó los veinte kilómetros finalmente recorridos. Regresamos a casa comentando el tema de estos días, la pérdida de la confianza en las instituciones y sus protagonistas.
Al entrar a la casa noté inmediatamente que no tenia la billetera. La usé para pagar el mantenimiento. Debía estar allí, tomé el carro y salí para el lugar en donde hice los arreglos. La persona que me atendió me recordaba, con ansiedad pregunté si había encontrado mi cartera. Nada, no estaba. Desconsolado regresé a casa, recorrer los veinte kilómetros para buscar en el piso me parecía un esfuerzo inútil.
Martha insistió, la peor diligencia es la que no se hace. El que se encuentre la billetera saca la plata y bota los papeles, pensaba.
Volví a hacer el recorrido, por la hora, habían más autos y gente en la calle. A la desesperanza producida por la situación del país se sumaba la perdida de la billetera.
Llegué al malecón, en la primera entrada el guardia dormía plácidamente. No dije nada, despertarlo no tenía sentido, transité la vía sin mayor interés. Ya tenia que llamar al banco para bloquear las tarjetas. No lo hice por la esperanza de encontrarla.
En la segunda entrada sí estaban trabajando, me acerqué al agente de policía de turno, refiriendo lo ocurrido. Parecía que me esperaban, se acercaron los vigilantes, ellos tenían una historia para contar. Al llegar a las siete de la mañana un señor y un niño se acercaron al puesto de control. El señor entregó al líder del grupo una billetera encontrada en la calle. Enfático mencionó la cifra en efectivo contenida, ciento setenta mil pesos, dos tarjetas y los papeles de identificación.
Los vigilantes la guardaron siguiendo el requerimiento del señor. Este de la mano del niño se alejo sin mediar otra palabra.
Mi billetera estaba igual que siempre, el dinero, las tarjetas, los papeles, todo, salvo por una cosa, hoy la billetera portaba un elemento adicional, tenía esperanza.


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