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sábado, 29 de diciembre de 2018

El aguacero

Había que correr, lograr un buen puesto en la tribuna y evitar la mojada producida por el inminente aguacero era sin duda pretencioso, pero había que intentarlo.
Miguel y yo, teníamos boletas para el partido Colombia contra Ecuador por las eliminatorias. Como buenos colombianos y costeños decidimos ir en combo, el día resplandeciente invitaba a un buen plato deportivo y familiar, era la primera vez que asistía con él a un partido de la selección. El combo, completado con dos colegas, salió retrasado para el estadio como era de esperarse cuando se trata de integrar las voluntades de un grupo con ánimo festivo. La tarde que lucía espléndida a la hora de salir con tiempo, comenzó a oscurecerse durante nuestro tardío tránsito hacia el metropolitano. "Que vaina, va a llover" pensé mientras veía como negros nubarrones se acumulaban justo encima de nuestro destino. 
¿Qué hacemos? ¿Dónde parqueamos? Preguntas inútiles cuando estás consciente de lo que viene pierna arriba. Parqueamos lo mas cerca que el retraso permitió, al salir del auto el olor a lluvia y la brisa fría presagiaban un fuerte aguacero. Las primeras gotas eran tan grandes que levantaban tierra al caer. Todo el mundo corría buscando donde guarecerse, pero no había refugio posible, corrimos hasta donde pudimos y sólo el final de una inmensa cola nos detuvo. 
Todavía hoy me pregunto ¿cuál fue el motivo para quedarnos al final de una cola a la intemperie en medio de semejante aguacero? Ahora, no éramos los únicos, de la cola hacían parte todos los personajes que se ven usualmente por estas ocasiones. Los integrantes de la cola decidieron disfrutar el aguacero, menos yo. Seguramente ninguno de ellos fue niño asmático con madre protectora. En mi cabeza retumbaban las recomendaciones de la infancia: "no te mojes con agua lluvia" "no te serenes”, “te vas a apretar". Para acabar de ajustar, los rayos no se hicieron esperar. Cada trueno me hacia recordar una conferencia del maestro Rosselli sobre la mortalidad por tormentas eléctricas. Miguel, mientras tanto, guardaba un prudente silencio, seguro notaba mi angustia ambivalente, salirse de la cola y perder el puesto o pescar un resfriado o un rayo. La respuesta no admitía ninguna duda, seguíamos en la cola.
No sé cuanto tiempo duramos en la cola recibiendo agua a cántaros, lo que sí sé es que todo se mojó. Resultaron damnificados por el diluvio boletas, billetes, zapatos y mi celular que literalmente murió por ahogamiento. Los principales damnificados, sin embargo, fueron mis hijos y futuros nietos porque las recomendaciones maternas hechas durante toda mi niñez, sobre bañarse en un aguacero, se cumplieron, aunque parcialmente.  No me apreté, no hubo crisis de los bronquios, pero pesqué un resfriado que duró una semana. Ahora les quiero decir que vuelvo a hacer la cola y me vuelvo a mojar y todo lo demás con tal de ver ganar a Colombia y cantar el himno nacional en el metropolitano ¡Emocionante! 

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