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domingo, 16 de octubre de 2016

Cocina gourmet

Es sorprendente el crecimiento de la industria de los restaurantes elegantes en nuestro país. Desde el advenimiento y posicionamiento de la carrera de gastronomía, los restaurantes de alta cocina se encuentran por todas partes. Las cifras de crecimiento en restaurantes y creación de empleos es notoria. Según el diario La República, en el año 2015 se registró en el sector un crecimiento del 22% con ingresos en el rango de los billones. Sin embargo, no todo es color de rosa para los restaurantes de estilo gourmet.
Hace unos días escuchaba al profesor Oscar Uribe comentar sobre algunas experiencias ocurridas en los restaurantes de cocina de autor. Coincidimos con el maestro en que asistir a uno de estos lugares llamados gourmet resulta ser una experiencia agridulce.
Dulce porque usualmente estos lugares son decorados con elegancia y buen gusto. La atención suele ser esmerada, cuidando los más mínimos detalles para que el asistente se sienta atendido a cuerpo de rey. Los platos cuidadosamente confeccionados se encargan de deleitar a plenitud las papilas gustativas.
Lo agrio viene usualmente en dos aspectos. El primero en el costo. Que costosos son estos restaurantes de alta gama o aquellos llamados de cocina de autor. En su favor se puede argumentar: que sus platos son costosos por la calidad de los productos usados en la confección de la receta, el tiempo dedicado al desarrollo de la misma, la exclusividad y seguramente otras poderosas razones. Pero es que no solo es caro el plato, también lo es el vino, el pan, los jugos, las gaseosas. Usando sofisticadas argucias logran vender más cara hasta el agua.
Pero hasta eso lo puedo tolerar. Lo que resulta francamente intolerable en estos restaurantes es el tamaño ridículamente pequeño de la porción servida. Hay platos fuertes que se pueden comer con un par de bocados. Lo más curioso, es que estos lugares acostumbran servir sus pequeñas porciones en platos muy grandes lo que hace notar, aún más, lo breve de la comida. Para compensar el espacio inútilmente perdido, los chef decoran el plato con pinturas hechas con salsas, cremas, purés y pequeñas guarniciones. Estos decorados lo único que hacen es aumentar la sensación de impotencia derivada de quedar con hambre y sin plata luego de terminada la cena gourmet.
Al salir, el nivel de saciedad es tan bajo que toca parar en el primer carro de comidas rápidas para completar “la tanqueada” con un perro caliente, de los sencillos, porque tampoco te quedó plata.


Post scríptum: Los de La República deberían contar en el crecimiento de las cifras en gastronomía a los empleados de los carros de perro y sus ventas post asistencia a restaurantes elegantes.

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