Martha y yo decidimos pasar unos días en el eje cafetero. Las bondades del clima, la belleza de sus paisajes naturales, la calidez y pujanza de sus habitantes y la reconocida gastronomía pronosticaban uno días para descansar y disfrutar de la oferta mencionada. Aunque no siempre los pronósticos se cumplen.
Llegamos en medio de las sombras de la noche de manera que el contacto con la naturaleza quedó relegado a la picadura de los jejenes que gracias a la reciente lluvia estaban en su esplendor. La deliciosa lluvia, añorada por estos días en el país, saludó nuestro despertar al día siguiente y corrió los termómetros a una temperatura de 18 grados. Acostumbrados al abrasador calor barranquillero, agradecimos el cambio climático, el problema era que ir a la piscina o al yacusi quedaba relegado para otro día.
Desde que tuve noticia del evento en el eje cafetero, mi paladar se hacía agua pensando en la bandeja paisa y sobre todo en los deliciosos chorizos santarrosanos, famosos por su sabor. Llegué al restaurante del hotel preguntando por la bandeja, los chorizos y las arepas típicas de la region. Sin embargo, por disposición del chef no se preparaban los ingredientes necesarios para la bandeja. Arepas, chorizos industriales y el tradicional calentao era la nómina de la comida tradicional paisa en el hotel.
La reunión académica terminaba al día siguiente, entonces al regreso, en algún restaurante típico situado a la vera de la carretera al aeropuerto, encontraría mi antojo.
Salimos del hotel con la debida anticipación para disfrutar la comida del restaurante. El encargado de transportarnos, conocedor de la zona, recomendó un restaurante localizado a pocos kilómetros del aeropuerto. Llegamos con la boca hecha agua, la bienvenida no podía ser mejor. Él parqueadero lleno auguraba buena concurrencia y por tanto buena comida. Los meseros se veían pasar con los charoles llenos. De pronto un menudo y atemorizado cuidador de carros dijo que no había servicio. Nuestro experimentado conductor entro raudo al restaurante, no lo harían quedar mal con sus clientes. Unos minutos después salió con una cara de decepción similar a la que yo tenía desde mi llegada. Se habían agotado los ingredientes y no podían atender a nuevos clientes. El colmo de la imprevisión, punto en contra para el empuje paisa.
El problema ya era de hambre, había que buscar algo bueno y cercano al aeropuerto. Un par de kilómetros más adelante nuestro conductor se detuvo en otro lugar que lucía típico. Sin embargo, no veía gente. Un restaurante sin comensales no augura nada bueno. Mientras bajábamos del auto el chofer preguntó a un sonriente mesero que salió a su encuentro. Está abierto, nos dijo, sirven adentro por eso no se ve gente.
El lugar estaba impecablemente arreglado. El mesero de riguroso uniforme y con sonrisa entrenada nos saludó. Aquí si fue, vengo con hambre le dije.
El mesero dejó ver aún más su sonrisa y nos dio la bienvenida a Casa Verde el mejor restaurante de comida de mar de la region.
En ese instante solo atiné a recordar a Condorito. Plop
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