Lo recuerdo perfectamente, me parece sentir en las manos el peso ligero
de aquel "paquito" de Walt Disney, leído a hurtadillas en la librería
Nacional de la calle 72 con carrera 48. Tendría unos diez años cuando al leer
el hoy llamado cómic o historieta, me enteré de la existencia del lejano y
perdido reino de Perdalia. El trío de los cortapalos Hugo, Paco y Luís
acompañados por sus peculiares tíos, descubrieron esté reino luego de buscar en
toda patolandia el centavo de la suerte perdido inexplicablemente por el tío
Rico. Encontraron que a Perdalia llegaban las cosas perdidas en el resto del
mundo habitado. Las razones por las cuales los objetos extraviados llegaban a
ese reino no eran bien claras. Seguramente el hecho de que Pete el negro fuera
el Rey del no muy conocido reino ya dejaba algunas dudas y podía suponer
algunos mecanismos.
El cuento viene a que debo tener algún súbdito del reino de Perdalia habitando en mi casa o muy cerca de ella. La afirmación viene porque todas las mañanas se pierden artículos justo cuando se necesitan y más afanado estas para salir. Ejemplos puedo citar por montones la peinilla dejada en su "sitio" el día anterior, las llaves del carro, el maletín, las gafas que se quedaron ayer sobre la mesa de noche, el recibo de consignación dejado en el escritorio, el pasaporte cuidadosamente guardado quién sabe dónde y así muchas más. Por supuesto no soy la única víctima de los esbirros de Pete el negro. Mis hijos buscan, maletines, cuadernos, medias, billeteras, cosmetiqueras, de todo hasta el teléfono celular que no lo sueltan ni a sol ni a sombra. Ni hablar de los objetos de temporada que se guardan en un cuidadoso lugar de la casa. Al llegar el momento de usarlos no aparecen, que dónde quedó el pesebre, que las luces de Navidad, que las marimondas del carnaval, etc, etcétera.
Sin embargo, no hay mal que dure cien años. La familia de mi esposa le tiene la contra a los hábiles súbditos del sospechoso reino. Cada vez que se pierde algo de importancia y que debe ser encontrado rápidamente, mi suegra le amarra un dedo a una imagen de San Antonio y procede a buscar el objeto desaparecido. No me creerán, pero el objeto buscado aparece con el mismo misterio en que desapareció en un tiempo tan breve que nunca he necesitado llamar a los cortapalos.
El cuento viene a que debo tener algún súbdito del reino de Perdalia habitando en mi casa o muy cerca de ella. La afirmación viene porque todas las mañanas se pierden artículos justo cuando se necesitan y más afanado estas para salir. Ejemplos puedo citar por montones la peinilla dejada en su "sitio" el día anterior, las llaves del carro, el maletín, las gafas que se quedaron ayer sobre la mesa de noche, el recibo de consignación dejado en el escritorio, el pasaporte cuidadosamente guardado quién sabe dónde y así muchas más. Por supuesto no soy la única víctima de los esbirros de Pete el negro. Mis hijos buscan, maletines, cuadernos, medias, billeteras, cosmetiqueras, de todo hasta el teléfono celular que no lo sueltan ni a sol ni a sombra. Ni hablar de los objetos de temporada que se guardan en un cuidadoso lugar de la casa. Al llegar el momento de usarlos no aparecen, que dónde quedó el pesebre, que las luces de Navidad, que las marimondas del carnaval, etc, etcétera.
Sin embargo, no hay mal que dure cien años. La familia de mi esposa le tiene la contra a los hábiles súbditos del sospechoso reino. Cada vez que se pierde algo de importancia y que debe ser encontrado rápidamente, mi suegra le amarra un dedo a una imagen de San Antonio y procede a buscar el objeto desaparecido. No me creerán, pero el objeto buscado aparece con el mismo misterio en que desapareció en un tiempo tan breve que nunca he necesitado llamar a los cortapalos.
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