Una solitaria mañana de
domingo entraba al pabellón hospitalario de la clínica donde trabajo cuando de
golpe y porrazo me encontré con una dama de sonrisa alegre que extendiendo su
mano y sin dudarlo saluda por mi nombre. Los buenos reflejos que aún tengo permitieron
sostener la sonrisa, saludar con una denominación genérica y estrechar la mano
con energía mientras mi cerebro en modo dominguero terminaba de despertar y
trataba de recordar con quién hablaba. Mi memoria tiene fama de ser buena, pero
en cuestión de nombres las experiencias no son las mejores. Todavía recuerdo
cómo desatendí el primer tiempo del partido de eliminatorias Colombia-Paraguay
tratando de recordar a un personaje que me saludó entrando al estadio. Solo en
el entretiempo recordé que era el dueño de una farmacia en Arauca donde hice el
rural.
La mujer preguntó por mi esposa y mis hijos sin llamarlos por sus nombres, luego no era tan cercana. De sus maneras podía inferir que no era médico, pero podía pertenecer a la industria farmacéutica. Recordé aquel pasaje de la novela El jugador en donde Dostoievski menciona que hablar del clima es una buena forma de romper el hielo. Pues también los nuevos trancones en Barranquilla, las peripecias de Santos, cualquier tema servía para hablar en genérico mientras mi cerebro lograba zafarse de las garras del conocido "alemán"
Para peor de mis males la soledad de la clínica no permitía usar el viejo y conocido truco de presentarla al primero que saludara para escuchar su nombre. La situación ya se tornaba difícil, los temas genéricos rápidamente se agotaron y yo en cero. Mi interlocutora no tardó en detectar mi laguna mental que en el momento estaba convertida en océano. Preguntó con la misma espontaneidad con la que me saludó.
La mujer preguntó por mi esposa y mis hijos sin llamarlos por sus nombres, luego no era tan cercana. De sus maneras podía inferir que no era médico, pero podía pertenecer a la industria farmacéutica. Recordé aquel pasaje de la novela El jugador en donde Dostoievski menciona que hablar del clima es una buena forma de romper el hielo. Pues también los nuevos trancones en Barranquilla, las peripecias de Santos, cualquier tema servía para hablar en genérico mientras mi cerebro lograba zafarse de las garras del conocido "alemán"
Para peor de mis males la soledad de la clínica no permitía usar el viejo y conocido truco de presentarla al primero que saludara para escuchar su nombre. La situación ya se tornaba difícil, los temas genéricos rápidamente se agotaron y yo en cero. Mi interlocutora no tardó en detectar mi laguna mental que en el momento estaba convertida en océano. Preguntó con la misma espontaneidad con la que me saludó.
- ¿No recuerdas mi nombre?
-
Me sentí como los
estudiantes que se quedan en blanco durante un examen oral. La respuesta
correcta era no me acuerdo del nombre, ni cómo te conocí, ni qué haces, ni
nada. Que papelón, todas las opciones para salir del entuerto pasaron por mi
mente, estaba entre la espada y la pared. Pasamos de la amena charla genérica
al silencio inútil, no sabía que inventar, recordé otra vez al estudiante
presentando examen final oral y necesitando nota. No me quiero imaginar la cara
que hice, pero ella dibujo una risita malévola en su cara.
- Te voy a dejar con la
intriga - y se fue tal como apareció.
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