Alguna vez escuche una frase atribuida a Hernando Santos, el eterno
director del diario El Tiempo en relación a tener miedo de la gente con ideas.
No podía tener más razón el ilustre periodista, a veces se nos ocurren unas
cosas que derivan en una especie de disparate colectivo que puede afectar a
grupos insospechados.
Hace unos días me invitaron a disfrutar una fiesta de blanco, recordé la frase
de Don Hernando y le dije a mi esposa que no me gustaba la idea de las fiestas
de blanco. Un bautizo, una primera comunión y hasta un matrimonio aguantan esta
circunstancia, pero las fiestas con orquesta, comida, hora loca y licor no son
para el blanco, a no ser que se trate del aguardiente Blanco del Valle.
Los problemas iniciales son económicos siempre hay que comprar alguna
prenda blanca de la cual no se dispone. Salga y compre camisa, medias,
interiores o zapatos que no se tienen, que tampoco se usan regularmente, pero
que por cuenta de la dichosa idea hay que comprarlos. Ni hablar si la compra va
por los lados de la contraparte, léase la señora o las hijas, el problema
económico se hace de mayor envergadura. Es bien sabido que no solo es la ropa,
son los accesorios, los zapatos, el chal y todo lo que se les ocurra. Con el
agravante que con toda seguridad para la próxima fiesta de blanco no estarán
disponibles.
Los problemas no terminan en lo económico, de hecho es el mal menor. La muy elegante indumentaria blanca no aguanta la sudada, el vino o la sopa en la camisa, la salsa en los encajes, unos minutos después de iniciada la tan soñada fiesta blanca se ha convertido en un relajo arco iris. Ni hablar del rebelde o el despistado que no sé enteró del color de la fiesta y llega con riguroso traje negro. Este despistado usualmente no tiene problemas porqué se disimula entre los meceros.
Los problemas de las fiestas de blanco no terminan con la fiesta, se extienden hasta el día siguiente cuando la señora recoge la ropa y detalla las huellas del desorden dejadas en las prendas. Una marca de lápiz labial en el cuello de la camisa se puede convertir en una inolvidable referencia. Al tomar la ducha, luego de superar el guayabo, aparece la última consecuencia de comida y licor en exceso sobre la íntima ropa blanca, entonces le toca a usted mismo lavarla en la privacidad de su baño. ¿Para qué fiestas de blanco?
Sin embargo fui a la fiesta, de blanco por supuesto. Tocó comprar una camisilla, nada más o por lo menos eso me hizo creer mi señora. El muy elegante club, la correcta disposición de las cosas, el excelente menú, la moderación en el licor, la buena atención y el delicioso clima no permitió que la ropa se mancillara. Disfrutamos de una fiesta inigualable, regresamos a casa igual de impecables, ni la íntima ropa blanca tuvo consecuencias.
Esta vez don Hernando y yo aceptamos la equivocación, no hay que tener miedo de las buenas ideas.
Los problemas no terminan en lo económico, de hecho es el mal menor. La muy elegante indumentaria blanca no aguanta la sudada, el vino o la sopa en la camisa, la salsa en los encajes, unos minutos después de iniciada la tan soñada fiesta blanca se ha convertido en un relajo arco iris. Ni hablar del rebelde o el despistado que no sé enteró del color de la fiesta y llega con riguroso traje negro. Este despistado usualmente no tiene problemas porqué se disimula entre los meceros.
Los problemas de las fiestas de blanco no terminan con la fiesta, se extienden hasta el día siguiente cuando la señora recoge la ropa y detalla las huellas del desorden dejadas en las prendas. Una marca de lápiz labial en el cuello de la camisa se puede convertir en una inolvidable referencia. Al tomar la ducha, luego de superar el guayabo, aparece la última consecuencia de comida y licor en exceso sobre la íntima ropa blanca, entonces le toca a usted mismo lavarla en la privacidad de su baño. ¿Para qué fiestas de blanco?
Sin embargo fui a la fiesta, de blanco por supuesto. Tocó comprar una camisilla, nada más o por lo menos eso me hizo creer mi señora. El muy elegante club, la correcta disposición de las cosas, el excelente menú, la moderación en el licor, la buena atención y el delicioso clima no permitió que la ropa se mancillara. Disfrutamos de una fiesta inigualable, regresamos a casa igual de impecables, ni la íntima ropa blanca tuvo consecuencias.
Esta vez don Hernando y yo aceptamos la equivocación, no hay que tener miedo de las buenas ideas.
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