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jueves, 26 de diciembre de 2019

Ley zanahoria

Faltaban pocos minutos para las siete de la mañana, el hambre, el sueño y el cansancio propios del post turno trocaron en una profunda sensación de hastío.  El penetrante hedor a sangre, causante de mi primera impresión negativa cuando debuté en el San Juan de Dios, vencía sin atenuantes al olor de los desinfectantes inútilmente aplicados para limpiar y disimular el olor de la sangre derramada por los heridos. En el largo pasillo de acceso a la mayor central de urgencias de la capital, una macabra fila de cadáveres producto de la letal mezcla, licor y parranda, esperaba a los funcionarios encargados de los trámites necesarios luego de una muerte violenta.
Recorrí el trayecto del pasillo en silencio, cabizbajo, me costaba entender los motivos para ese comportamiento violento en el día de la madre, una fecha propicia para expresar amor y fraternidad. ¿Cuáles son las causas de semejante caos? ¿Porqué no se interviene? las cifras son patéticas, ¿A quien le convendría?
Quizás los únicos beneficiados, si es que así se les puede considerar, de esta tragedia colectiva eran los médicos en entrenamiento quirúrgico. Con semejante volumen de pacientes no había más remedio que aprender.
Tendrían que pasar dos años más de violencia, en cuanto fin de semana y festivo hubiese, para encontrar una respuesta y una intervención efectiva.
La elección de Anthanas Mockus como alcalde de Bogotá introdujo conceptos de educación ciudadana que al cumplirse darían un vuelco real al comportamiento de los capitalinos. La ley zanahoria fue la respuesta a mis preguntas y la forma de mitigar una forma de violencia inaudita. Mockus logró lo impensable, disminuir el cóctel licor/parranda prolongada. Con esta ley los lugares de diversión y venta de licor eran cerrados a la 01:00 am. Como consecuencia de los bajos niveles de alcohol las trifulcas y los accidentes de transito disminuirían.
Santo remedio, el 31 de diciembre del primer año de vigencia de la ley tuve turno de jefe de urgencias en San Juan. Por las experiencias anteriores teníamos todo preparado para recibir la acostumbrada tanda de heridos. A las 12:00 no había llegado nadie. Hubo tiempo para estrechar abrazos de feliz año con el personal de turno. Pasada la una de la mañana los residentes de cirugía me expresaron con sorpresa, como gracias a una ley, por primera vez en muchos años no tenían pacientes para operar durante un turno.


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