Faltaban
pocos minutos para las siete de la mañana, el hambre, el sueño y el cansancio
propios del post turno trocaron en una profunda sensación de hastío. El penetrante hedor a sangre, causante de mi
primera impresión negativa cuando debuté en el San Juan de Dios, vencía sin atenuantes
al olor de los desinfectantes inútilmente aplicados para limpiar y disimular el
olor de la sangre derramada por los heridos. En el largo pasillo de acceso a la
mayor central de urgencias de la capital, una macabra fila de cadáveres
producto de la letal mezcla, licor y parranda, esperaba a los funcionarios
encargados de los trámites necesarios luego de una muerte violenta.
Recorrí
el trayecto del pasillo en silencio, cabizbajo, me costaba entender los motivos
para ese comportamiento violento en el día de la madre, una fecha propicia para
expresar amor y fraternidad. ¿Cuáles son las causas de semejante caos? ¿Porqué no
se interviene? las cifras son patéticas, ¿A quien le convendría?
Quizás
los únicos beneficiados, si es que así se les puede considerar, de esta
tragedia colectiva eran los médicos en entrenamiento quirúrgico. Con semejante
volumen de pacientes no había más remedio que aprender.
Tendrían
que pasar dos años más de violencia, en cuanto fin de semana y festivo hubiese,
para encontrar una respuesta y una intervención efectiva.
La
elección de Anthanas Mockus como alcalde de Bogotá introdujo conceptos de
educación ciudadana que al cumplirse darían un vuelco real al comportamiento de
los capitalinos. La ley zanahoria fue la respuesta a mis preguntas y la forma
de mitigar una forma de violencia inaudita. Mockus logró lo impensable,
disminuir el cóctel licor/parranda prolongada. Con esta ley los lugares de
diversión y venta de licor eran cerrados a la 01:00 am. Como consecuencia de los
bajos niveles de alcohol las trifulcas y los accidentes de transito disminuirían.
Santo remedio, el 31 de
diciembre del primer año de vigencia de la ley tuve turno de jefe de urgencias
en San Juan. Por las experiencias anteriores teníamos todo preparado para
recibir la acostumbrada tanda de heridos. A las 12:00 no había llegado nadie.
Hubo tiempo para estrechar abrazos de feliz año con el personal de turno. Pasada
la una de la mañana los residentes de cirugía me expresaron con sorpresa, como gracias
a una ley, por primera vez en muchos años no tenían pacientes para operar
durante un turno.
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