Entré al Hospital San Juan de Dios de
Bogotá con unas expectativas solo comparables con las de un niño entrando a un
parque de diversiones. En San Juan se practicaba la mejor medicina que haya visto en todo mi ejercicio
profesional. La anterior aseveración no se fundamenta en que
tuviéramos los mejores equipos o los mejores insumos o más medicamentos. No, de
eso solo había lo necesario. Lo que sobraba, en cambio, era mística, ganas de
atender gente, de encontrar
diagnósticos, de salvar vidas sin importar el estrato social o la alcurnia. En
San Juan no se preguntaba por pólizas, seguros o responsables de
la cuenta. Se atendía y ya.”
Este párrafo, escrito para otra ocasión,
captó la atención de mi primera correctora que un tanto incrédula, preguntó si lo
referido era cierto. Pensó que se trataba de una trampa más, tendida por la
nostalgia, en la cual caen
aquellos que escriben sobre el pasado sin tener contradictor.
La respuesta no se hizo esperar, salió rápido y sin reservas.
Claro que es verdad y recordé inmediatamente el caso de un hombre que llegó una
noche cualquiera a la urgencia del San Juan.
Era joven, ingresó, entrada la noche, por un intenso
dolor en el costado derecho. Pasó de inmediato al consultorio de medicina
interna en donde estaba de turno. Luego de hacer la historia clínica concluí
que se trataba de una lesión inflamatoria que comprometía la pleura y había que estudiarlo. Ordené exámenes
de laboratorio, radiografía de tórax y un analgésico. Me distraje atendiendo los
innumerables pacientes cuando me avisaron que el dolor del paciente aumentaba
considerablemente y el analgésico no funcionaba. Encontré muy adolorido y desesperado al hombre de manera
que decidí no esperar al camillero. Lo monté en una silla de ruedas y fuimos
para radiología de urgencias. Los laboratorios estaban en proceso y faltaba la radiografía.
El técnico de rayos X, también ocupado, indicó que lo
dejara al lado de la puerta para pasarlo al momento de terminar el estudio que
tenía. En San Juan el trabajo sobraba, de manera que me ocupé viendo otros
pacientes mientras tomaban la placa. El técnico llegó minutos después con
la placa en la mano. Por el dolor tan intenso esperábamos una gran lesión,
pero la imagen no decía mucho. Una pequeña opacidad en la base derecha se
observaba en la radiografía y punto, el resto normal. El residente de
radiología, alertado por el técnico, llegó a dar una
mano con el caso. Decidimos hacer una ecografía. El eco mostraba una colección,
de poco volumen, en el área de la opacidad vista en la placa. Ese era el
problema. Necesitábamos un equipo de mayor resolución de manera que subimos al
servicio de radiología del segundo piso. Montamos a nuestro paciente en su
silla de ruedas y llegamos al piso de radiología. El dolor ahora se acompañaba
con escalofríos, el paciente se sentía peor. El equipo, de mayor resolución,
mostraba la colección de
volumen escaso, claramente coincidente con el sitio del dolor. Utilizando una
jeringa puncioné la zona con facilidad bajo la visión ecográfica. Un líquido verde,
espeso y fétido comenzó a salir sin
dificultad. Obtuve unos 10 cc, la pantalla no mostraba colecciones. Al retirar
la aguja el dolor disminuyó notoriamente, el hombre se sentía mejor. Regresamos
a urgencias, debía ser evaluado por cirugía.
Cuando los cirujanos evaluaron al paciente el
dolor y los escalofríos habían desaparecido. Como la colección fue drenada
totalmente decidieron tratamiento con antibióticos sin poner un tubo a tórax. Al
despuntar el alba, el paciente estaba hospitalizado en una camilla de urgencias,
sin dolor y sin fiebre. Siete días después fue dado de alta con recuperación
total y sin tubos.
Todo lo anterior fue hecho de noche y en pocas
horas, sin pedir órdenes, autorizaciones, tarifas, nada. Un mundo irreal a la luz de los
conceptos administrativos y financieros que gobiernan la salud actualmente. Viví una época mágica, utópica si se quiere, solo me da lástima saber
que mi correctora, hoy empezando medicina, no la podrá vivir.
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