domingo, 8 de enero de 2023

El tenis


Siempre fui el malo de la cuadra para practicar los deportes. Cuando se escogían los jugadores para un partido callejero de bolaètrapo, jugar fútbol ni soñarlo, el orden era bien claro, los hermanos Echeverri de primeros y Elías de último y de portero. En beisbol tenía garantizadas dos posiciones: la banca y cuando entraba a jugar en las entradas finales el right field era mi destino. La posibilidad de que un batazo llegara por esos lados del campo era escasa lo que generaba tranquilidad al técnico y a mis compañeros de equipo.

Mi estatura, ligeramente superior al promedio, facilitó un poco el baloncesto. La primera cancha de “básquet” del Suri Salcedo la estrenamos los vecinos del parque jugando dos equipos de a tres en media cancha. Los logros no fueron muchos de manera que abandoné el básquet y me quedé con la bicicleta, usada más como vehículo de transporte que como equipo deportivo. 

Mi última experiencia deportiva fue con el tenis. Estaba claro que no daba pie con bola en los deportes de conjunto y necesitaba hacer ejercicio para limitar el avance de los achaques que el envejecimiento trae. Entonces me propuse aprender a jugar el deporte blanco. 

Dos canchas de tenis situadas en el parque Eugenio Macias a unas pocas cuadras de mi casa fueron el punto de partida de mi nueva incursión deportiva. El profesor Coronel asumió el reto de enseñar un deporte a un tipo sin habilidades físicas y apunto de completar el primer chorizo. La tarea no era fácil, el poco tiempo dedicado a las practicas y las ya mencionadas limitaciones para los deportes hacían lento el aprendizaje. De manera que mi debut en las canchas se retrasó un tiempo más. Pocos años después, la visita del amigo Parkinson me hizo entender que debía retornar a las canchas. Por supuesto el reto era mas difícil y Coronel ya no estaba, el encargo necesitaba una persona especial. 

José Muñoz un hombre marcado por una sonrisa eterna y una inagotable capacidad para enseñar buscando alternativas para que sus pupilos aprendieran a jugar al tenis, fue el profesor que logró convencerme a mi mismo que ni el Parkinson, ni los otros achaques que afectaban mi rendimiento deportivo eran una razón suficiente para impedirme pasar la pelota por encima de la red.

Hoy, no sé cuantos años después, con la dolorosa partida de José víctima del COVID 19, sigo en las canchas tratando de pasar la bola por encima de la malla y ponerla en el lugar adecuado para que mi rival no tenga oportunidad de devolverla. Angelica y Gonzalo los hijos de José, con Toño, Mario y Paul continúan tratando de ayudarme a mejorar mis golpes a ver si logramos vencer el aforismo “Lo que natura no da, Salamanca no lo cura”

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