Cuando faltaban seis meses
para terminar mi bachillerato, un flaco alto y desgarbado, de sonrisa tímida
fue traído por el prefecto del colegio al salón del sexto B con la intención de
presentarlo y facilitarle su llegada al San José. Pedro Elias Lopierre Torres
regresó a la tierra que lo vio nacer para culminar el bachillerato truncado por
el peregrinaje laboral de su familia. En ese momento estrechamos las manos en
señal de saludo sin imaginar, ni por un instante, que sería un saludo para toda
la vida
Encajó en el grupo de amigos como ficha perdida de rompecabezas,
buen conversador, melómano, de maneras sobrias y mal jugador de fútbol Piter
reunía las mismas características de mis compañeros de andanzas. La amistad
brotó por las personalidades similares pero se consolidó gracias a múltiples
coincidencias ocurridas con un nivel de concordancia difícilmente explicables
por el azar.
Para comenzar, Piter fue recibido para concluir el bachillerato a
mitad de año, algo poco usual en colegios de la estructura del San José. La
segunda coincidencia fue la encargada de consolidar la amistad, pasamos a
medicina en la Universidad del Norte donde aunque tuvimos diferentes grupos,
compartimos experiencias similares. Terminamos la carrera con más dudas que
certezas, el rural sería el próximo escollo de vida y la tercera coincidencia
en la vida de Pedro y mía. Sin tener la mas mínima referencia el uno del otro y
por vías totalmente diferentes, en una época en donde las comunicaciones no
eran inmediatas, Piter y yo llegamos a ejercer la medicatura rural a la lejana
Arauca con dos días de diferencia. Esta rara coincidencia y las vivencias
ocurridas en el rural marcarían nuestras vidas para siempre. En el llano y
gracias a Piter, la hermosa odontóloga del subsidio familiar de Caja Agraria se
enteraría que yo no le resultaba indiferente, facilitándome el inicio de las
relaciones con Maruja. Piter se enamoró del llano y se quedó ejerciendo y
viviendo la vida libre y llena de retos personales impuesta por la zona.
La especialidad era la siguiente etapa que la vida nos pedía
sortear. Gustos y expectativas diferentes auguraban esta vez la separación de
estos amigos ya en trance de hermanos. Por mi parte opté en varias ocasiones en
diferentes universidades sin éxito. Piter ejercía, con sobresaltos, el cargo de
director del hospital de Tame en Arauca, no tenia en mente la especialidad. De
tanto contar mis afujías en el tema de los exámenes de especialidad, un año de
esos Pedro decidió presentarse a la Nacional, yo lo intentaría por séptima vez.
El destino había designado nuestra unión desde aquel ya lejano saludo en el San
José, Piter pasó sin problemas su primer intento en Anestesia y yo pasé a
Medicina Interna. Al menos tres años mas de andanzas y anécdotas quedaban
garantizadas para este par de cuates.
El apartamento en el barrio Galerías de Bogotá fue nuestro
refugio, allí llegamos con Jorge, Lucho, Henry, Manfred y Jaime. La especialidad, el
ultimo escollo en la formación profesional, seria también al lado de Piter. El
San Juan De Dios terminaría de formarnos como médicos y hombres. Pero la vida
impone otros horizontes, formar una familia, empezar la vida laboral eran los
nuevos retos. Me casé con Maruja mientras Piter disfrutaba de su soltería.
Soltero el uno y casado el otro, las probabilidades de continuar la guachafita
eran pocas. Sin embargo, el creador tenia una gran coincidencia final y
contundente para mantener nuestra relación. Piter y yo seriamos padres de
Camilo y Nicolás con 8 días de diferencia, nuestros hijos crecerían juntos perpetuando
una amistad forjada con estas felices coincidencias aquí solo enumeradas. Las
historias vendrán después.....
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