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lunes, 4 de junio de 2018
El Vicioso
Soy incapaz de juzgar a las personas que sufren de una adicción. De primera mano, entiendo el significado y las implicaciones que tiene ser un adicto. No lo digo por la formación médica y mucho menos en tono de broma, la expresión lanzada tiene toda la realidad, crudeza e implicaciones del tema.
Soy un vicioso. Entiendo lo que siente un adicto cuando se encuentra en estado de abstinencia. Entiendo al dependiente cuando a sabiendas del perjuicio que puede causar su vicio, monta una justificación mental y sucumbe ante el objeto o la sustancia adictiva.
También sé lo que un adicto siente cuando ingresa a los lugares en donde se expenden estas sustancias. Es más, puedo hacer un listado de los mejores lugares donde se pueden conseguir mis adicciones. Peor aun cuando se sufre de una dependencia, no importa la calidad del lugar en donde se consigue el vicio.
Al ingresar a cualquiera de esos lugares, el adicto entra con la certeza de que esta vez no va a caer en la trampa. En esta ocasión podrá vencer a la adicción. No va a consumir. Sin embargo, el cerebro en estado de dependencia comienza a decirte, solo un poquito, eso no hace daño, hace tiempo que no consumes. Se presenta entonces el nerviosismo, la sudoración, te dan ganas de salir del lugar, pero no, nada que hacer. Comienzas a sentir que las glándulas salivares están trabajando al máximo, la frecuencia cardíaca se aumenta, los pies te llevan sin quererlo al lugar en donde dispensan tu veneno.
Pareciera que el objeto adictivo se apoderara de tu cerebro y comienza a llamarte, ven, tómame, úsame, disfrútame, ven, aprovecha tu oportunidad.
En ese momento todas las prevenciones, todas las recomendaciones, todos los propósitos de enmienda quedan en la nada. Las papas rellenas, las panochas rellenas de queso, los deditos de Olaya entre otras sustancias adictivas, siempre acompañadas de una Coca Cola bien fría sabor original, por supuesto, vencen la frágil resistencia. Las calóricas y grasosas viandas son devoradas con rapidez, mirando hacia los lados como escondiéndome, quizás para evitar a mí odioso superyó que me recrimina por la mínima falta o, en realidad, para evitar que los pacientes a quienes recomiendo, por su salud, una dieta baja en carbohidratos y grasas se enteren de mi debilidad y me saluden utilizando una de las tantas acepciones del ajá barranquillero, con tono de sorpresa: Doctor, Ajá y qué?
Etiquetas:
Ajá que?,
Deditos Olaya,
Elias Forero,
Vicios
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Total. Es un vicio que creo está en los genes. O un arraigo ancestral. De hecho recuerdo de niño salir de vespertina en el teatro San Jorge y encontrar ese olor de aceite quemado, junto a unas empanadas o caribañolas. Imposible no caer en esa situación.
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