Viajar es uno de los placeres que más disfruto. Tomar un avión, llegar a
un buen hotel y conocer nuevas ciudades ejercen en mí una fascinación superior.
Desafortunadamente, en algunas ocasiones no siempre es posible disfrutar de
todas las comodidades. Recuerdo que recién graduado, Lucho Bautista, compañero
de estudios y amigo del alma, me contactó con la empresa para la cual él
trabajaba en el sur del país. Esta compañía buscaba yacimientos de petróleo a través
del método de la sísmica. La función del médico era tratar los accidentes
derivados de estar metidos, en medio de la selva, haciendo trochas para plantar
los explosivos que simulaban los sismos. Por aquellos días la empresa
necesitaba un médico en la costa y yo necesitaba trabajar. No lo pensé mucho,
la propuesta de trabajo conjugaba aspectos favorables. La empresa pagaba bien y
la base del grupo estaba en la histórica ciudad de Mompox. Lo que implicaba
viajar, conocer y pasar noches en hoteles que como ya he dicho es una
experiencia agradable. Pensaba que, por tratarse de una empresa petrolera, no
se detendrían en gastos para tener bien cómodo a su médico. De tal manera que
acepté el trabajo sin hacer mayores preguntas.
Un bimotor ATR-42 de la desaparecida ACES me llevó desde Barranquilla al
otrora puerto fluvial. El enamoramiento fue a primera vista, las antiguas y
bien conservadas casas e iglesias de sencilla pero elegante arquitectura
colonial, produjeron un encantamiento instantáneo. Todas uniformadas por
pintura blanca, parecían detenidas en el tiempo. Tenía claras las referencias
históricas, pero no alcanzaban para imaginar la belleza de este pueblo dejado a
la deriva por el Magdalena.
Todavía faltaba lo mejor. Luego de recorrer el pueblo llegamos al hotel
donde nos hospedaríamos. El Hostal de Doña Manuela, una bellísima casona de
arquitectura colonial, adaptada por COTELCO para ser uno de los mejores hoteles
de la región, nos daba la bienvenida. Sin los lujos de la arquitectura moderna,
el Hostal estaba equipado con los elementos necesarios para una grata estadía.
Amplios pasillos, un patio interior, al clásico estilo colonial, con un
frondoso árbol que refrescaba el ambiente y habitaciones de altos techos,
presagiaban una deliciosa temporada de trabajo.
Cansado del viaje y la caminata por el centro histórico de Santa Cruz de
Mompox, dormí a pierna suelta. Una serenata de pájaros lugareños me despertó
temprano, tuve tiempo para tomar un buen desayuno. El jefe del equipo ordenó
que saliéramos con todos los enceres. Debíamos llegar temprano al campamento en
donde esperaba la cuadrilla de empleados para el examen médico de admisión.
Tendría un arduo día de trabajo.
Nací en Barranquilla a orillas del Magdalena y nunca había viajado en “Johnson”.
Mi primera vez sería aquí en Mompox, río arriba y quien sabe para dónde. Luego
de una escala técnica en Magangué, la embarcación se detuvo en un paraje a
orillas del Magdalena. El famoso campamento estaba conformado por dos grandes
carpas. Una, daba sombra a la zona de preparación de los alimentos y otra protegía
los suministros. Completaban el campamento tres tiendas de campaña de tamaño
regular. En una de ellas hacía cola un variopinto grupo de personas que
esperaban el examen de admisión para obtener un trabajo mejor remunerado. Me
mostraron la tienda que funcionaría como consultorio y me dijeron que la tienda
contigua era la mía. Con preocupación,
deje mi maleta en una cama acondicionada dentro de la segunda tienda.
Era urgente hacer dos preguntas claves, pero al mismo tiempo era incapaz
de dejar con los crespos hechos a las personas que esperaban un examen de
admisión para tener un empleo digno. Pasé toda la tarde examinando hombres
"sanos" sin nada que declarar en un examen de admisión, reconocer una
enfermedad significaba ser descartado.
Los admití a todos, total ya intuía las respuestas a mis preguntas. Al
Hostal de doña Manuela volvería solo por mi cuenta y el sanitario del
campamento era el más amplio del mundo, podía escogerlo a la sombra de
cualquier árbol de los alrededores. La primera la podía entender, la segunda en
cambio, superaba con creces mi gusto por los viajes y la necesidad de un
trabajo. Dos días después, en Barranquilla, fui al baño.
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