Después de mucho ver, comparar y analizar confirmo el concepto de que
uno nace y no se hace. Cada persona nace con unas habilidades intrínsecas que
le serán propicias para ejercer tal o cual actividad en la vida.
Una habilidad que nunca pude desarrollar pese a múltiples intentos y
consejos fue la de chiflar. Chiflar e inclusive silbar, son destrezas que
requieren unas características faciales y de caja torácica que no están presentes
en todos los humanos y yo soy uno de ellos. Soy totalmente incapaz de chiflar,
esa habilidad nunca la pude lograr. En mi adolescencia intenté chiflar fuerte
de todas las formas posibles y no pasé de esparcir saliva por todo mi
alrededor. Además, se ve uno totalmente ridículo tratando de silbar fuerte
con el modo de silbar canciones.
De pura vaina mi incapacidad para chiflar no frustró el normal
desarrollo de la adolescencia. Por no saber chiflar, nunca participé de la
monumental lluvia de pitos que le daban a "guayaba" cuando la
película se cortaba, en los cines del barrio. No podía vencer, en un chiflido
grupal y distante, el miedo juvenil a lanzar un piropo. En el estadio era imposible
llamar a un vendedor o pitar los árbitros o al equipo contrario. Llamar un taxi
con un chiflido ni soñarlo. Cuando intenté hacerlo con un grito fui visto como
un energúmeno. No saber chiflar era un problema.
No saber silbar en cambio, es un mal menor, cualquiera lo puede hacer y
obtener los beneficios sedantes de esta práctica. Otra cosa es silbar bien,
para esto se requiere de un buen oído y una buena caja torácica. Conservar la melodía
sin que se note la falta del aire es un arte difícil de lograr. Silbar bien
puede llegar a un nivel de sofisticación tal que el silbido produjo melodías de
amplia recordación. Para la muestra un botón, Wind Of Change, del grupo
alemán Scorpions, conjuga la dulzura de la melodía con la sensación de paz
producida por el efecto de silbar.
El cine se ha beneficiado de algunos silbidos muy melódicos. La marcha, El puente sobre el río Kway,
el tema de la película El
bueno el malo y el feo del genial Ennio Morricone y otras más son
representativas de lo que un buen silbido puede lograr. De tal manera que ya
sea por el efecto relajante obtenido o por el gusto de recordar una buena melodía,
no me pierdo el placer de silbar así la entonación sea pobre.
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