Comenzar a ejercer la
medicina en un ambiente lejano en donde puedas tomar tus propias decisiones sin
la influencia de un superior es a mí parecer, la mejor forma de saber de qué
estamos hechos. No sé cómo será en otras profesiones, debe ser igual, llega el
momento en que las decisiones hay que tomarlas solo, sin disponer del oportuno
consejo del profesor. Es el momento clave en donde se pone a prueba el proceso
de formación. No sobra decir que cuando este proceso es defectuoso, esta
inigualable experiencia puede ser muy peligrosa, tanto para los pacientes como
para el médico.
Para la mayoría de los médicos esta experiencia se vive durante el año de servicio social obligatorio o rural como se le conoce.
En mi caso la experiencia de tomar decisiones a solas con un paciente comenzó cuando cursaba el décimo semestre de medicina en la rotación de anestesia. Nuestro docente debía asistir a una brigada de salud en el sur de La Guajira como parte de un equipo de especialistas designado para atender una población cercana a la mina del Cerrejón. Fue así como al equipo de cirujano, anestesiólogo, internista, ginecólogo y pediatra se sumaron los dos rotantes de anestesia, Jorge y yo.
Llegamos a La Guajira en medio de un sol abrasador, nos alojaron en el mejor hotel de la zona que por cierto estaba recién inaugurado. La brigada-paseo pintaba bien, nos llevaron a conocer el complejo carbonífero del Cerrejón y sus alrededores, la proximidad de la mina y el boom del carbón traían prosperidad a la zona.
Sin embargo, para Jorge y para mí el paseo se convertiría rápidamente y sin sospecharlo en nuestra primera experiencia como médicos solos. Resulta que el internista y el pediatra no llegaron a la brigada. Largas colas de niños y personas de la tercera edad esperaban la llegada de los especialistas, devolver a toda esa gente era un problema mayor. Alguien del equipo debía atender a esas personas, las cirugías programadas exigían la presencia de los demás miembros, solo quedábamos los rotantes. Jorge fue ascendido al cargo de pediatra y yo al de internista, en mí caso la vida empezaba a marcar el futuro. Con la consigna de que ante alguna dificultad los otros médicos nos apoyarían, empezamos la consulta armados con un fonendoscopio, un Kilométrico y el manual de terapéutica. No sé cuántas horas después de nuestro súbito ascenso a la dignidad de especialistas terminamos de atender la gran fila de pacientes, lo cierto es que fuimos los últimos en salir del centro de salud ya bien entrada la noche. Para fortuna nuestra la gran mayoría de las consultas fueron de atención primaria lo que nos permitió salir adelante con el encargo. El cansancio y la presión de la responsabilidad impuesta nos llevó a terminar la jornada medio muertos pero al mismo tiempo felices de haber sido por primera vez "especialistas"
Para la mayoría de los médicos esta experiencia se vive durante el año de servicio social obligatorio o rural como se le conoce.
En mi caso la experiencia de tomar decisiones a solas con un paciente comenzó cuando cursaba el décimo semestre de medicina en la rotación de anestesia. Nuestro docente debía asistir a una brigada de salud en el sur de La Guajira como parte de un equipo de especialistas designado para atender una población cercana a la mina del Cerrejón. Fue así como al equipo de cirujano, anestesiólogo, internista, ginecólogo y pediatra se sumaron los dos rotantes de anestesia, Jorge y yo.
Llegamos a La Guajira en medio de un sol abrasador, nos alojaron en el mejor hotel de la zona que por cierto estaba recién inaugurado. La brigada-paseo pintaba bien, nos llevaron a conocer el complejo carbonífero del Cerrejón y sus alrededores, la proximidad de la mina y el boom del carbón traían prosperidad a la zona.
Sin embargo, para Jorge y para mí el paseo se convertiría rápidamente y sin sospecharlo en nuestra primera experiencia como médicos solos. Resulta que el internista y el pediatra no llegaron a la brigada. Largas colas de niños y personas de la tercera edad esperaban la llegada de los especialistas, devolver a toda esa gente era un problema mayor. Alguien del equipo debía atender a esas personas, las cirugías programadas exigían la presencia de los demás miembros, solo quedábamos los rotantes. Jorge fue ascendido al cargo de pediatra y yo al de internista, en mí caso la vida empezaba a marcar el futuro. Con la consigna de que ante alguna dificultad los otros médicos nos apoyarían, empezamos la consulta armados con un fonendoscopio, un Kilométrico y el manual de terapéutica. No sé cuántas horas después de nuestro súbito ascenso a la dignidad de especialistas terminamos de atender la gran fila de pacientes, lo cierto es que fuimos los últimos en salir del centro de salud ya bien entrada la noche. Para fortuna nuestra la gran mayoría de las consultas fueron de atención primaria lo que nos permitió salir adelante con el encargo. El cansancio y la presión de la responsabilidad impuesta nos llevó a terminar la jornada medio muertos pero al mismo tiempo felices de haber sido por primera vez "especialistas"
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