domingo, 31 de mayo de 2015

El primer día de una larga historia

El primer día de una larga historia

Llovía copiosamente, el jet Boeing 727 de SAM seguro en su desplazamiento, carreteaba por la pista luego de un vuelo que me traía desde Bogotá sin contratiempos pero lleno de expectativas. La mojada estaba garantizada, por las precarias condiciones del aeropuerto, no había manera de bajarse del avión sin que el fuerte aguacero cumpliera con la función de bautizar de una vez mi llegada al llano.
Aunque fue más la expectativa que las gotas, ni la maleta se salvó del anunciado bautizo llanero, los que sí se salvaron fueron los encargados de recogerme en el aeropuerto o por lo menos eso pensé al darme cuenta de que nadie me abordaba para darme la bienvenida, finalmente acompañado de mis miedos atávicos, la húmeda maleta y la edición más reciente de la medicina interna de Harrison, que alguna seguridad me daba, monté en el último de los taxis dispuestos para recoger a los viajeros, un campero de fabricación rusa marca GAZ fue el encargado de hacer el recorrido inicial por las calles de la floreciente Arauca. Si había logrado salvarme de la lluvia en el aeropuerto, en el GAZ no me escaparía, los huecos de la carpa cumplían muy bien la labor de dejar pasar la lluvia, pero no así a la brisa, de manera que la mojada era por partida doble, la lluvia y el sudor. De lo que si no me salvaba era de pagar la carrera, monto que no estaba contemplado en el riguroso y exiguo presupuesto que traía para afrontar los primeros días de estancia, mientras mi nuevo y primer empleador, La Caja Agraria, pagaba mi trabajo como médico rural del consultorio dispuesto para la región. La oficina principal de un banco en regiones como esta, ganadera y petrolera, debía ser un hervidero y aquella tarde no era la excepción. Lo cierto era que no me esperaban para ese día y aunque fueron muy amables, tampoco sabían qué hacer con mi llegada.
La incertidumbre inicial acrecentaba mis miedos, mientras mi presupuesto continuaba en caída libre, la primera noche debía costearla en alguno de los hoteles disponibles y no había muchas opciones que se ajustaran a mis ya mencionadas finanzas. Para la fecha, septiembre de 1988, Arauca enfrentaba una bonanza petrolera que traía consigo el aumento en el costo de vida, la llegada de mucho forastero y el derroche de contratos que no se reflejaban en una recuperación de la infraestructura, de manera que las calles enfangadas por la lluvia hacían más difícil ese primer y a la postre único mal día en la bella tierra llanera, porque a partir del día siguiente los hechos que se produjeron fueron siempre motivo de alegría que aun hoy, veinticinco años después, sigo disfrutando. Después les cuento....

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